Hace casi un año que conocí a ?Camila? la del Bosque. Al principio pensé que paseaba con su dueño, pero con el paso del tiempo descubrí que tenía varios ?dueños? en el bosque. Poco a poco fui formando parte de su círculo de amigos. Como toda dama de negocios siempre tenía la agenda ocupada ya que los deportistas solemos ser puntuales en nuestras citas. Conforme iba variando mi horario de llegada al bosque me iba dando cuenta que ella era la más deportista de todos nosotros. Empezaba su rutina más o menos a las 17:00 horas caminando junto con un señor delgado y después trotando lentamente para acabar dándole media vuelta al bosque. Después de dejarla en su ?jardín? ella solía tomar poca agua y después descansar un poco. Mientras esperaba la cena solía salir a saludar a mucha gente que paseaba por ahí y luego entre 18:40 y 19:00 llegaba su cena por parte de dos doctores; creo yo, a los cuales después acompañaba en su larga caminata. Conforme fue llegando el verano su agenda se fue haciendo más apretada y a veces se lo podía ver descansando al lado de una pareja de novios, en otras ocasiones jugando con los niños de una señora que vendía productos por ahí, a veces trotando e incluso corriendo junto a varios de nosotros. Durante los días más calurosos prefería sólo levantarse a saludar, jugar un rato y después volver a descansar en lo húmedo del pasto y esperar a que bajara más el sol. Mientras ella seguía cosechando amistades poco a poco varios de nosotros sin saberlo fuimos creando un lazo de amistad e interés sin palabras que nos iba uniendo en torno a Camila. Así que sin decirnos nada le llevábamos agua, comida, croquetas, huesos, un collar y hasta pelotas de hule para que jugara. A pesar de vivir sola en el bosque se podía ver que ella era feliz y que siempre estaba dispuesta a dejarse acariciar y dar la pata para saludar sin pedir nada a cambio. Hace aproximadamente un mes dejamos de verla por dos días y un lunes al estacionar mí coche divisé en el camellón central un mechón de color miel que se me hacía conocido, mi mente decía que no era ella, pero mi corazón sabía la triste realidad. Al acercarme la pude ver, fría, tiesa, inmóvil, húmeda por la llovida de un día anterior y aún con los ojos tiernos que la caracterizaban entre abiertos. Aún no sé qué paso, y a pesar del vacío que dejó en muchos de nosotros nos ha dejado una gran lección. Ella sin decir palabras logró unir a varias personas para que cuidáramos de ella, y yo creo que sí todos los que amamos a los perros logramos ver por ellos, ayudarlos, buscarles hogar, decirle a los que tienen perro que lo cuiden y lo traten como debe ser estaremos peleando por una misma causa. Como esta historia hay muchas de quienes se ocupan de los perros en la calle, pero creo que en estos momentos también ayudaría mucho el que le llamáramos la atención a los dueños de estos grandes amigos.
Arturo Castañeda Orduña 044871-3474475
Lucy Alvarado Cuevas 044871-1782182