Lo sé, hace días que ya no es el mismo. No quiere salir a pasear y apenas se mueve de su cama.
Sí, ya, es viejo, ¡qué palabra!, viejo. La oigo cada día cuando consigo a rastras, sacarlo a pasear a la calle. Los vecinos, la gente con la que me cruzo... Todos, al verlo, me dicen: ¡qué viejo!, ¿por qué no lo llevas al veterinario y lo duermes? Y yo siempre les digo que simplemente porque no sufre, porque no se queja.
Cuando he llegado a casa he empezado a pensar si no estaría yo equivocado, le he mirado y le he pillado, como tantas otras veces, observándome. Aunque sus ojos están ya gastados, me mira con la misma admiración y profundo cariño que siempre. Yo le devuelvo la mirada con una sonrisa.
Lo veo lleno de vida, con las mismas ganas de correr y de saltar que siempre, sólo que ya ni corre, ni salta, ni nada de nada. Se pasa las horas en silencio, a ratos dormido, a ratos despierto. Hay veces que creo que se marcha, que se inventa un camino hacia el cielo y se va a olisquear otros mundos, después, cuando sobresaltado le grito pensando que se muere, él vuelve en sí y de nuevo me mira con ese gesto apagado que el paso de los años ha ido dibujando en su cara. No sé qué hacer, ¡me cuesta tanto acabar con todo! A veces me pongo a recordar cuando lo encontré en un parque, apenas era un cachorro. Corría de un lado para otro, con la lengua fuera, perdido, intentando encontrar unos dueños que seguramente habían decidido no volverlo a ver. Me había prometido una y otra vez que nunca tendría perros, siempre decía: -Se les coge cariño y luego, ¿qué?- Pero al verlo solo, desvalido, me lo llevé a casa, eso sí, aclarando a todo el mundo que era sólo por unos días, -hasta que aparezca el dueño- decía. De eso hace ya quince años, toda una vida.
Pero hoy no está bien, lo veo peor que otros días. Ayer ya no comió y ha estado quejándose. Estaba en la cocina cuando le he oído gritar, un escalofrío me ha recorrido todo el cuerpo. Me he acercado a él y le he acariciado durante un rato. Al principio se ha calmado, pero luego ha empezado de nuevo.
Creo que ha llegado el momento, he de llevarlo al veterinario, es por él, se merece todo y si puedo evitar que sufra lo haré como sea. Tuvo una vida digna y al menos, al menos se merece una muerte digna.
Ven te cogeré en brazos, vamos confía en mí, vas a descansar. No, no te preocupes, no son lágrimas, no estoy llorando, estoy bien, estaré contigo hasta el final, no te voy a dejar solo ahora, no vas a librarte tan fácilmente de mí.
Vamos, cariño, vente conmigo...
FUENTE: http://www.tumascota.com/
*NOTA: La Semana Nacional de Vacunación Antirrábica es del 7 al 13 de marzo.
Lucy Alvarado lucy6818@yahoo.com
Arturo Castañeda wolfschauze@ieee.org
