José Joaquín Brunner, educador distinguido, dice que el conocimiento demoró 1750 años en duplicarse por primera vez, contando desde el inicio de la era cristiana; luego, cada 150 años y después cada 50. Ahora lo hace cada cinco y se estima que para el año 2020, cada 73 días. Esa es la velocidad vertiginosa con la que está avanzando el ser humano, en cuestiones del saber en ciencia y tecnología.
Esta explosión del conocimiento enfrentará al hombre a la alternativa de tener la sabiduría para aprovecharlo para el bien común, usándolo para atender las grandes necesidades humanas y crecer como la especie superior de la naturaleza; o por el contrario, dañarse a sí mismo al aplicarlo para la destrucción y cumplir con ello muchas de las profecías pesimistas que distintos autores han expresado, incluidos los de ciencia ficción.
No sería la primera vez que el ser humano aproveche las ventajas para hacer mal con la fuerza que da saber, tener y poder más que su prójimo; la Historia está plagada de anécdotas en donde se utilizó la ventaja competitiva de la tecnología y la ciencia para someter al contrario. Así sucedió con los inventores de la rueda, que la aprovecharon para sus carros de combate, o el uso del caballo con fines bélicos, que sirvió para conquistar América.
El conocimiento por sí mismo es bueno, pero en la aplicación que se le da, conforme a los valores universales, pueden asentarse grandes diferencias. Podemos tomar a la energía atómica como ejemplo, que tiene el potencial de generar fuerza con bajo costo y para beneficio de todos, o utilizarla para someter al enemigo. Recuerde Hiroshima y Nagasaki.
En los casos anteriores, no es el conocimiento el que por sí mismo pueda definirse como malo o bueno; es el uso que le damos los seres humanos lo que puede determinar uno u otro calificativo. El reto es asegurar que el saber, de conocer, genere bien común, la justicia social, expresada en igualdad de oportunidad y bienestar para todos y que no se use como instrumento de poder, para someter al más débil haciéndolo esclavo en la nueva era del ser humano.
Desgraciadamente la tendencia común está orientada al uso del conocimiento para el beneficio particular de la sociedad que se declara “propietaria”, la que utiliza la fuerza para imponerse y se aprovecha de sus ventajas para tratar de dictar condiciones, ordenar a su criterio las formas de vida y hasta explotar a los más pobres.
El caso que le propongo para ejemplificar es claro: la industria farmacéutica internacional es capaz de generar medicamentos, productos de la biotecnología, que son el asombro de todos los habitantes de la tierra; hoy en día podemos aplicar distintas sales y técnicas para controlar y hasta curar enfermedades que en otros tiempos nos parecían incurables, incluido el cáncer y la infertilidad por mencionar algunas. Ese saber es controlado por medio de patentes internacionales que impiden su libre reproducción, siendo explotado por sus dueños e industrializado a través de sus fábricas distribuidas en el mundo; muchas están ubicadas en países pobres, que les ofrecen mano de obra barata, para que luego sea distribuido conforme a sus intereses, tasándolo a costos inalcanzables por los trabajadores que lo crearon. ¿No le parece una aberración de la inteligencia humana? ¿O realmente cree Usted que estamos orientados al mal?
En el “Mundo del Conocimiento” ya se han sobrepasado las fronteras geográficas y políticas, ahora hablamos de horizontes de tecnología que no respetan límites impuestos hasta el siglo anterior. Con apretar un botón, un individuo o una agrupación enriquecida por esa explotación de la biotecnología y el saber, pueden llevar a la bancarrota a cualquier país, especialmente a los llamados del tercer mundo. Mucho del poder de los ladrones “de cuello blanco” está basado en esa capacidad. De nuevo aparece la aberración al principio filosófico del bien común: los que más tienen, cada día están más capacitados para explotar a los que menos tienen, ampliando la brecha entre pobres y ricos.
Este conocimiento de las ciencias y las técnicas dan oportunidades de comunicar y traspasar el poder político y económico: de los estados a los centros generadores del saber, las universidades; de ellas a las industrias y corporaciones particulares que pueden mover leyes y reglamentos con el único propósito materialista de producir y competir, más que compartir.
Le ofrezco otro ejemplo: la industria maquiladora arribó a La Laguna ofreciendo alternativas de mejorar la calidad de vida regional a corto plazo; lo hizo al abatir el desempleo y provocar la circulación de divisas y llegado el momento, cuando sus intereses y apetitos no fueron satisfechos, así como llegaron se fueron, dejando a los empresarios laguneros comprometidos con los créditos solicitados, muchos de ellos en dólares y a los administradores municipales con la grave responsabilidad de dar servicios a todos esos inmigrados, establecidos en colonias no planeadas, agrandando los cinturones de miseria de la periferia de nuestras ciudades.
Gilberto Cely Galindo, autor de “La Bioética en el Mundo del Conocimiento” ha hecho la denuncia de la inconsistencia de la política de esas nuevas asociaciones, que finalmente están generando más pobres y más míseros y menos ricos, cada vez más enriquecidos. La ventaja estaría en encontrar como vencer las diferencias entre unos y otros y generar nuevas ideas para operar el conocimiento creado.
El reto para el tercer mundo es grande; entre otras cosas, educar y preparar mejor a sus ciudadanos; hasta ahora la diferencia es abismal: en América Latina existen 20 científicos e ingenieros por cada millón de habitantes, en Asia 1300 y en Europa 2000. Ya usted puede calcular las posibilidades de crear nuevo conocimiento (inventos) de unos y otros.
Las sociedades del siglo XXI serán poscapitalistas compuestas por dos tipos de seres: los propietarios del conocimiento, pensadores que generan nuevas ideas y los administradores y por otra parte, los que sólo pueden trabajar reproduciendo descubrimientos e inventos para los ricos. Algunos autores llaman a este tiempo la “Era de la Incertidumbre”, estado anímico al que deberemos acostumbrarnos si no cambiamos con base a la justicia social y al esfuerzo de todos, para llegar a la “Era de la Creatividad”, en lo que los latinos somos fuertes.
De ahí que las universidades deben trabajar en modificar sus estudios, sus carreras y las materias que imparten; las formas de enseñar, el cómo promover el conocimiento y la inquietud científica en los estudiantes; sistemas de transmisión de la información que cambien de presenciales a distancia; atender las velocidades en que se agota la actualidad del saber y sobre todo, entender que palabras como felicidad, justicia, bondad y hasta democracia deben ser promovidas como ideas de seres con desarrollo de habilidades intelectuales del orden superior. En pocas palabras: promover la verdadera filantropía y la búsqueda del bien común.
También habrá que modificar la actitud de los mayores, comprendiendo que con base a la preparación de los menores es como podremos enfrentar el reto de competir en un mundo globalizado, cruel, que no da segundas oportunidades. Le escribo lo anterior por si tiene familiares en etapa de formación universitaria y aún piensa en “las escuelas fáciles”. Espero que la información sirva para estimularlo hacia el estudio y que busquemos, todos juntos, el cambio de actitud hacia la vida.