El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española presenta tres acepciones de la palabra ocio (del latín otium):
1.- “Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad // 2.- División u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque éstas se toman regularmente por descanso de otras tareas.// 3.- Obras de ingenio que uno forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”.
La primera de ellas es la que casi automáticamente asumimos al mencionar esta palabra, sobre todo ahora que comienza el período de las vacaciones escolares, imaginándonos en estado de somnolencia y si se pudiera, acostado en una buena hamaca, mirando al mar, con una bebida espirituosa en la mano. Esta definición provoca la improductividad y el paulatino empobrecimiento no solamente económico, sino principalmente físico, espiritual y humano de quien abuse de dicha actitud ociosa.
Las otras acepciones no resultan en sí mismas negativas, dado que disponen al ocio en una posición paradójicamente activa y constructiva muy a la manera como consideraban esta palabra los filósofos griegos del Siglo de Oro del pensamiento helénico, en que lo peyorativo era el “No Ocio”: la negación del ocio: el negocio, que era una manera de realizar la actividad humana de modo poco reflexivo, atolondrado, sin el reposo necesario que le da auténtico sentido al acto humano; al planearlo, meditarlo y evaluarlo, tanto en lo referente a su proceso de ejecución como en lo relativo a los fines de su desarrollo.
El ocio en su consideración clásica implica el equilibrio en las actividades desempeñadas por un ser humano, de modo que alterne acciones altamente demandantes de esfuerzo físico o mental, con otras que requieran otro tipo de actividad personal, de modo que en esa alternancia se acabe encontrando el descanso respecto de las actividades preponderantes que tiene por obligación realizar.
Podemos descansar y ejercer al mismo tiempo en un sentido activo y propositivo el ocio, cuando tras una jornada ardua de trabajo altamente demandante de esfuerzo físico, se dispone esa persona a escuchar una buena pieza musical, leer un buen libro o desarrollar una actividad manual que demande esfuerzos distintos a los que habitualmente debe desarrollar.
En el sentido contrario se ejercita asimismo el ocio creativo cuando tras un gran esfuerzo intelectual desarrollado en ocasión al propio trabajo, el reposo consiste en llevar a cabo alguno actividad manual, o alguna charla sobre temas diversos a aquellos que han demandado ese notable esfuerzo mental, con lo que sin caer en esa especie de estado cataléptico de inactividad total, se encuentra sin embargo el medio para el reposo sereno y reparador de las fuerzas perdidas. El otro sentido que conlleva el concepto del ocio evita en la medida de lo posible el activismo irreflexivo, que por falta de previsión y calma hacen que la persona se canse demasiado por un trabajo desempeñado con mucho menor índice de efectividad fina por culpa de ese atolondramiento.