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El oso y el puercoespín/diálogo

yamil darwich

Ése es el título con que Jeffrey Davidow nombró a su libro que describe las experiencias que ha tenido en el servicio exterior de los Estados Unidos de Norteamérica. Se refiere a su no muy atinada comparación con los animales en relación a la situación de vecindad que vivimos los mexicanos con los habitantes del país del norte: si ellos se mueven nos pueden aplastar y si nos abrazan nos destruyen; en cambio nosotros constantemente mantenemos dirigidas “nuestras púas” hacia ellos, en permanente estado de vigilancia y con gran desconfianza en cada una de sus declaraciones y de sus acciones.

Recuerde que por mucho que quieran tratar de que olvidemos, no dejamos de pensar en los abusos de que hemos sido objeto a través de los siglos; el mayor de ellos, el despojo de buena parte de nuestro territorio y los golpes cotidianos, como la explotación que de nuestras empresas e industrias con la fuerza de sus capitales “golondrinos” o el que aplican a nuestras personas, con sus sistemas de represión durante el ingreso a su país, o los abusos de poder y autoridad que padecen nuestros emigrados y hasta el nivel nacional, con el tristemente recordado sistema de “Acreditación en la lucha contra el narcotráfico”, sólo por citar un ejemplo.

De todos, el más doloroso por actual y cotidiano son los abusos de que son objeto los “mojados”, nuestros conciudadanos, que ante la falta de oportunidades en nuestra patria (nuestra gran responsabilidad), tratan de traspasar ilegalmente la frontera en búsqueda del trabajo que les genere ingresos para dar de comer a sus hijos. ¡Qué gran delito!... ¿verdad?

Es claro que los mexicanos que violan la Ley de Inmigración de los EUA cometen un delito, pero el castigo que reciben no es equivalente, que para muchos de ellos significa la entrega de la propia vida. Los sindicatos norteamericanos hubieron de presionar fuertemente a las autoridades para tratar de obligarlos a tomar medidas extremas, entre ellas la más contradictoria: crear un muro que nos separe, cuando ellos mismos se ufanan de haber contribuido a derrumbar el de Berlín, por atentar contra la dignidad humana.

Finalmente, los mismos sindicatos norteamericanos se convencieron de que la presencia de latinoamericanos no era tan negativa; hacen el trabajo que los anglos y hasta negros ya no desean hacer (y mejor) y además, quedando debidamente registrados, contribuyen con sus cuotas a la economía de grupo.

En el plano político, los temores de los más conservadores también han ido desvaneciéndose, como los vividos con algo de rasgos paranoicos del senador republicano Phil Graham, que respondió al propio Davidow, cuando éste le preguntó sobre su apoyo, o no, a los programas de legalización de los indocumentados diciéndole: “De ninguna manera. Los demócratas quieren que entre más de esta gente en el país para convertirlos en ciudadanos y hacerlos que voten por ellos. Eso no va a suceder”.

Como Usted lee, se trata de intereses de partidos los que mueven a muchos políticos, no precisamente el interés nacional y menos aún los valores y defensa de los derechos humanos. ¿Dónde? y en ¿quiénes hemos estado descubriendo esa misma actitud en nuestro México en las últimas fechas?

Tampoco nos debe de extrañar su postura ante el problema, que no es nada novedosa para las formas de relacionarse que practican los norteamericanos de los E.U.A. Lo mismo que nos sucedió con el ahora sur de los E.U.A., le pasó a España con La Florida, a Francia con La Luisiana y a Rusia con Alaska... Tal vez al senador norteamericano le hace ruido aquello de que “podríamos reconquistar Texas, California, Nuevo México y Arizona, así como un pedazo de Nevada, a partir de la recolonización con nuestros emigrantes trabajadores”.

Lo cierto es que según los censos del año 2000, la población de residentes no nacidos en los Estados Unidos ha alcanzado una cifra récord de treinta y un millones, que representan un incremento del cincuenta y siete por ciento en los últimos diez años del siglo anterior. Hay más mexicanos en algunos estados del vecino país que en varios mexicanos y ya sobrepasan a otras etnias minoritarias, siendo la más numerosa, por encima de la afroamericana en el sur de los EUA.

Hoy en día nuestros braceros ocupan puestos tales como: amas de llave, trabajadores de servicios de recamarera, limpieza y conserjería de hotelería, cocineros, ayudantes de plancha, lavaplatos y galopinos en restaurantes; desde luego peones en el campo, además de ejercer oficios de albañilería, carpintería, plomería y otros relacionados con la construcción y reparación de inmuebles; en la industria de la manufactura con trabajos de maquila, empacadores y almacenistas, todos con empleos mal remunerados (comparativamente) y de los que ya no desean cubrir los ciudadanos anglosajones.

Sin duda que ellos representan una fuerza laboral que se suma a favor de la economía norteamericana, recibiendo a cambio bajos salarios y padeciendo graves limitaciones para el uso de los servicios otorgados por cualquier condado a sus ciudadanos; eso a pesar de que representan un muy buen ingreso vía recaudación de impuestos y consumos básicos locales.

Ya Carlos Fuentes denunció la injusticia y la actitud racista del gobernador californiano Schwarzenneger, que muestra especial belicosidad hacia los latinos pretendiendo negarles servicios de educación y salud, olvidando que los trabajadores inmigrantes mexicanos representan veintinueve mil millones de dólares de ingreso vía impuesto y que en contraparte sólo les destinan mil millones de dólares al año para educar y curar a sus familias.

La marcada diferencia entre las cantidades anteriores radica en la imposibilidad de hacer uso de sus beneficios por la falta de documentos, o por tener a sus familiares en México, muy lejos de las posibilidades de hacer uso de ellos. Valdría la pena preguntarnos: ¿qué harían los Estados Unidos sin esa fuerza laboral ?

La enorme diferencia entre el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y el Tratado de Europa estriba en el enfoque: Uno es simplemente comercial y se avoca a buscar beneficios materiales y el otro, el segundo, pretende ser integral, atendiendo a las necesidades humanas y no solamente a los beneficios económicos. Y créame que a largo plazo es más negocio el europeo en términos materiales y calidad de vida para todos.

Más simple aún; los mexicanos hablamos de “negociaciones” que tratamos ante la prensa y ellos de “conversaciones” que tratan de mantener en privado. ¿Por qué será?

Ojalá que pudiéramos encontrar las formas de relacionarnos y atender la necesidad humana de los indocumentados y los que viven la injusticia de las tarjetas verdes y azules, que trabajan más y ganan menos y que nosotros, los mexicanos, hagamos nuestra parte y busquemos verdaderas formas honestas y efectivas de atacar a la pobreza. ¿Usted qué piensa? ydarwich@ual.mx

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