Las remesas que los trabajadores mexicanos emigrantes envían cada año a sus familiares en nuestro país han captado la atención de los medios de comunicación y de los políticos que, sin apreciar la complejidad del tema, sólo ven los aspectos positivos del mismo, llegando algunos a compararlas con el papel que juega la inversión extranjera directa en el desarrollo del país.
Estas remesas representan en la actualidad el segundo renglón de ingresos de divisas, después del petróleo, y se han convertido en un mito económico, que pierde de vista que su crecimiento espectacular de los últimos años, donde se doblaron entre 2000 (6573 millones de dólares) y 2003 (13266 millones de dólares), se debe más a un mejor registro de las operaciones y al uso de los mecanismos financieros institucionales con un costo menor de las transferencias, que a un aumento substancial de las mismas.
Es más, tanto antes como ahora, los datos oficiales subestiman el monto que aportan los que trabajan “del otro lado” a sus familias en México, porque no consideran el dinero que entregan directamente en sus visitas tradicionales de Navidad y fin de año, que quizá aparece como parte del renglón de errores y omisiones de la balanza de pagos.
Lo relevante, sin embargo, es la insistencia de que estos flujos pueden ser utilizados de una forma distinta y más productiva, hasta rivalizar con los beneficios que genera la inversión directa en nuestro país. Esta idea, si bien atractiva en principio, carece de sustento conceptual y práctico.
El fenómeno de las remesas no es exclusivo de México. Otros países, como Portugal, Turquía y Grecia, también reciben estos ingresos. De ahí que el tema ha sido objeto de diversos análisis profesionales, entre los que destacan dos estudios recientes que sirven para evaluar las expectativas en cuanto a su uso potencial en las economías emergentes.
El primero estudio (Chami, Ralph; Fullenkamp, Connel;and Jahjah, Samir, “Are Inmigrant RemittanceFlows a Source of Capital for Development?”, September 2003), que considera varios países, fue publicado en septiembre del año pasado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). El segundo (Bendixen & Associates, “Receptores de Remesas en México”, Octubre 2003), que se refiere específicamente a México, lo publicó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El estudio del FMI destaca que las remesas constituyen un flujo sustancial de recursos desde las economías desarrolladas hacía las naciones emergentes, pero que no está claro su papel como mecanismo de financiamiento del desarrollo, como muchos políticos y reporteros suponen en los países receptores.
Aunque es imposible obtener datos precisos y completos sobre el monto de las remesas, el estudio del FMI recopila datos agregados para 113 países hasta por 29 años, y analiza las causas de las remesas y rastrea sus efectos a través de toda la economía receptora, con el fin de determinar si ellas pueden ser fuente de capital para el desarrollo económico.
Los resultados de este estudio muestran que las remesas por motivos altruistas tienen un carácter altamente compensatorio, ya que uno de sus objetivos centrales es compensar a los familiares que las reciben por los resultados económicos adversos en el país de origen, pero involuntariamente también crean incentivos que conducen a problemas de riesgo moral, como es el hecho de que muchos de los receptores deciden abandonar el mercado de trabajo o se preocupan menos por prepararse y ser más productivos, ya que reciben del exterior los recursos necesarios para su manutención. Estos incentivos perversos pueden ser tan serios como para tener un efecto negativo sobre el crecimiento del Producto Interno Bruto.
El estudio sobre México, publicado por el BID, se apoya en un trabajo hecho en 2002, entre personas que envían remesas desde los Estados Unidos, y forma parte de varios proyectos semejantes realizados en 2003 en Ecuador y Centroamérica. Los resultados de este trabajo avalan implícitamente las conclusiones del realizado por los especialistas del FMI.
La investigación del BID destaca que el dinero de las remesas de mexicanos en el exterior se usa principalmente (83 por ciento) en gastos de consumo (alimentos, rentas y servicios públicos) y sólo un 17% se destina al ahorro, inversión y gastos escolares. Esta concentración en el consumo ha llevado a algunos especialistas como John West, Jefe de la División de Asuntos Públicos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, a sugerir a mediados de este mes que el gobierno mexicano trabaje para transformar las remesas en capital productivo. Para ello, nos dice, es necesario que mejoren las perspectivas de los familiares que se quedan en el país, de manera que se reduzcan los incentivos perversos del riesgo moral que generan las remesas y estas se puedan destinar en mayor proporción a la inversión.
La insistencia de que se aumente la parte de las remesas que se destina al ahorro para transformarlas en capital productivo mediante una mejora en la situación económica de los familiares que residen en el país, pasa por alto el hecho de que si mejoran esas condiciones económicas, muy probablemente los emigrantes reducirían sus transferencias.
En síntesis, las remesas, por su naturaleza, destino y carácter compensatorio, difieren bastante de los flujos privados de capital tradicionales en términos de sus motivaciones y efectos, por lo que las remesas no parecen ser, en la actualidad, una fuente de capital muy relevante para el desarrollo económico; como tampoco se vislumbra que en un futuro puedan jugar un papel equiparable al de los flujos de capital privado en sus efectos sobre la capacidad productiva y el desarrollo del país.