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El pasado como futuro

René Delgado

Sobreaviso

El absurdo de esa paradoja es que, ahora, en forma increíble, Roberto Madrazo figure como un político sensato, conciliador, sin manchas y fascinado por el espectáculo en que se destrozan sus dos principales adversarios políticos en la carrera presidencial: Andrés Manuel López Obrador y Santiago Creel. Todo sin mover un solo dedo.

Es toda una paradoja. Si la corrupción, la complicidad y el silencio eran el cemento de la cohesión priista; la corrupción, la perversión y el escándalo son el disolvente de la relación entre el Gobierno panista federal y el Gobierno perredista de la capital de la República. Así, las dos fuerzas políticas históricamente obligadas a asegurar el destino de la transición mexicana lo vulneran e, increíblemente, le abren la puerta al pasado que se pretendía remontar. La crisis política, que sólo en el deseo y la miopía de Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador no existe, es cada vez más evidente. El videoescándalo abarca a dos partidos, a dos Gobiernos, a figuras relevantes de uno y otro bando y, por si eso no bastara, involucra las relaciones bilaterales con Cuba y con Estados Unidos, dos países con los que México no puede jugar y mucho menos abrirse frentes innecesarios. El absurdo de esa paradoja es que, ahora, en forma increíble, Roberto Madrazo figure como un político sensato, conciliador, sin manchas y fascinado por el espectáculo en que se destrozan sus dos principales adversarios políticos en la carrera presidencial: Andrés Manuel López Obrador y Santiago Creel. Todo sin mover un solo dedo.

*** Dos meses y medio cumple ya el videoescándalo que, día tras día, exhibe la incapacidad de los Gobiernos federal y capitalino y de sus respectivos partidos para encontrar una salida al problema. Andrés Manuel López Obrador no consigue eludir la innegable corrupción de dos de sus principales ex colaboradores, René Bejarano y Gustavo Ponce, como Vicente Fox no consigue eludir la perversión política de su Gobierno que, cuanto más niega haber participado en el complot, más se hunde en el enredo. El primero pide concentrar la atención en el complot salino-panista del que era y es víctima, el otro pide concentrar la atención en la corrupción perredista que, en la evidencia del video, es la causa del problema. La realidad es que ambos personajes se adentran más y más en un callejón donde el derrame de la corrupción y la perversión va dejando una pila de problemas que, en su desarrollo, amenaza con escenarios de violencia. Los dos se empeñan en hacer de la descalificación, la acusación y la denuncia el arsenal de su argumentación y, en el fondo, ninguno se interesa por separar lo estrictamente judicial de lo estrictamente político. De ese modo, mezclan los asuntos, agrandan el problema e, increíblemente, pavimentan el regreso al poder de la vieja y la nueva nomenclatura tricolor que se regocija frente a ellos, sin tomar nota de los propios problemas que la aquejan.

*** La parte más delicada del derrotero que toma el videoescándalo es que, de una y otra parte, se plantea el problema como una lucha de sobrevivencia y, acaso por eso mismo, juegan a darse con todo y en esa medida están generando una atmósfera contraria al diálogo y propicia a la violencia. Puede pensarse que hablar de violencia política es exagerado. Pero basta recordar lo ocurrido en 1994 para no descartarla. Está ese pasado, pero también está el presente. Andrés Manuel López Obrador incrementó el número de guardaespaldas en su escolta, a pesar del discurso que sobre el particular sostenía. La desaparición del ex secretario de Finanzas, Gustavo Ponce, es toda una interrogante. Los temores de Carlos Ahumada sobre su propia integridad, como la de su familia, son otro ingrediente. Todos esos elementos apuntan en dirección a la violencia. Están esos ingredientes y a pesar de ellos el Jefe del Gobierno capitalino y el Presidente de la República insisten en hacer de la descalificación y el ataque los argumentos de su discurso. Con ese discurso ambos personajes contribuyen a una atmósfera violenta y vulneran el diálogo al que convocan de dientes para fuera. Si Andrés Manuel López Obrador sigue en el discurso de que la corrupción de sus ex colaboradores está en el marco de un complot en su contra y, a la vez, presume con soberbia que su gallo -que es él mismo- no perdió una sola pluma con el complot, en realidad, está dejando entrever que sólo de un modo podrán vulnerarlo. Y ese modo es físico, es violento. Si Vicente Fox, pese a boletines, conferencias y declaraciones, no consigue deslindar a elementos de su Gobierno en el complot y sólo centra el discurso en la corrupción perredista, está dejando abierta la puerta al otro recurso que es justamente el de la violencia. Hace tiempo que ambos personajes tendrían que haberse sentado a platicar y a intercambiar información para encontrarle una salida legal y política al problema que ellos mismos se empeñan en crecer. Hay evidentemente un aspecto legal que ni uno ni otro puede eludir y hay otro aspecto político que atender. Pero si creen que todo se resuelve en la agencia del ministerio público, es clara su responsabilidad en el deterioro de la atmósfera política.

*** Hasta hoy, ni en Vicente Fox ni en Andrés Manuel López Obrador como tampoco en sus operadores políticos, Santiago Creel y Alejandro Encinas, se ve voluntad política para salir del videoescándalo que arrastra al país desde hace dos meses y medio a escenarios cada vez más complicados y lo distrae de asuntos de muchísima mayor trascendencia. El juego perverso en que ambos han caído es aquél donde sólo participan sus intereses personales y, desde luego, esa nueva diosa política que es la popularidad. Sin embargo, en el desarrollo de ese juego han involucrado a Estados Unidos y a Cuba que, sin duda, saben de la importancia de la información en la elaboración de estrategias políticas y diplomáticas. Metieron, así, variables fuera de su control que, absurdamente, piensan que van a controlar como si los Gobiernos de uno y otro país no tuvieran sus propias cartas, sus propios intereses. Han involucrado también a colaboradores y militantes de sus propios Gobiernos y partidos que ven en la coyuntura la oportunidad de poner en juego sus propios intereses, o bien, que se ven involucrados en un juego donde no tienen cartas con qué jugar.

En el primer caso, están funcionarios del Gobierno Federal que ven en la desgracia de Andrés Manuel López Obrador la oportunidad de crecer sus expectativas ante la sucesión presidencial y, en el colmo del absurdo, entre esos mismos funcionarios juegan a hacer resbalar a su propio compañero para, así, matar dos pájaros de un tiro: liquidar políticamente al adversario externo y al interno. Lo mismo ocurre con cuadros distinguidos del perredismo que ven en el problema de Andrés Manuel su propia oportunidad. Cuadros que, curiosamente, eran pilares o promesas de impulsar otro tipo de cultura política. En el segundo caso, el papel de los procuradores Rafael Macedo de la Concha y Bernardo Bátiz es, desde esa perspectiva, lamentable.

Bajo el disfraz de la procuración de la justicia buscan armar un rompecabezas del que ninguno de los dos tienen la totalidad de las piezas. Procuran la justicia al ritmo de los intereses de su respectivo jefe. Ambos, Macedo de la Concha y Bátiz, por momentos lucen desesperados de la situación en que la política los ha colocado.

*** En esa lógica de su conducta, a Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador muy poco les importa arrastrar principios de la política exterior en su juego. Vicente Fox piensa que se pueden colocar al borde de la ruptura las relaciones con Cuba y, al mismo tiempo, pedirles de favor que envíen todos los videos del interrogatorio a Carlos Ahumada. Piensa que se puede ir a Budapest a recalentar la adversa atmósfera política en México. Andrés Manuel López Obrador piensa que puede acusar con ligereza a agencias y autoridades estadounidenses y echar mano de documentos oficiales estadounidenses, sin que eso le suponga un duro revés a sus aspiraciones presidenciales. Con esa conducta elabora él mismo el segundo capítulo del complot del que se dice víctima.

Qué potencia puede tener confianza en un precandidato presidencial y si, en esa simple condición, asume desde ahora este tipo de conductas. Ambos piensan que en los videos no vistos está la oportunidad de hundir a su adversario sin considerar que en esos videos puede estar su propia guillotina. Sólo Fidel Castro sabe qué perredistas, qué familiares del Presidente de la República están inmortalizados en la cinta de nuestra miseria política.

*** Pueden seguir Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador deshojando la margarita de la descompostura política del país pero lo que resulta inconcebible es que los dos hombres obligados a darle un contenido a la alternancia y asegurar el destino de la transición política mexicana, sean precisamente los que las están vulnerando. Roberto Madrazo tiene mucho que agradecerles a ambos. Sabe que de ese pleito absurdo e irresponsable él puede sacar ganancias, seguir haciendo amarres con la vieja y la nueva nomenclatura tricolor, tratar de atemperar los pleitos al interior de su partido y, entonces, en su oportunidad ofrecerle a la nación como futuro, el pasado.

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