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El pecho de Janet/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Antes del amor se desnudan los cuerpos. Después del amor se desnudan las almas”.

Luis Eduardo Aute

Washington, D.C., EUA.- Uno podría imaginar que la noticia más importante en los Estados Unidos en estos últimos días habría sido el claro surgimiento del senador John Kerry de Massachussets como el más probable candidato demócrata para las elecciones del próximo mes de noviembre. O quizá ese papel privilegiado le debería tocar a la propuesta del presidente George W. Bush de tener un presupuesto para el año fiscal 2004-2005 que aumentaría la deuda pública estadounidense en 364,000 millones de dólares, o sea, 1,300 dólares por cada hombre, mujer, niño y anciano de ese país.

Pero no. El tema de discusión que más atención ha generado en las pantallas de televisión, en los programas de radio e incluso en las páginas de los periódicos y las revistas de la Unión Americana, ha sido esa momentánea exhibición de un pecho -el derecho, para ser exactos- de Janet Jackson en el espectáculo del medio tiempo del Super Bowl.

Debo reconocer que en un primer momento no me percaté de que un hecho tan trascendente había ocurrido frente a mis propios ojos. El domingo pasado, efectivamente, yo me encontraba entre los cientos de millones de personas que estaban viendo el espectáculo de medio tiempo; esto lo hacía en la gayola de la sala de exhibición que para acoger a los fanáticos del deporte -y me imagino que también para refugio nuclear— ha construido Germán Dehesa en el sótano de su casa.

Juro que estaba viendo el espectáculo de la Jackson, pero quizá me distraje en el momento mismo en que Justin Timberlake tiró de la blusa de Janet y dejó al descubierto su pecho cubierto apenas por una pezonera plateada con forma de sol. Nadie más entre la media docena de invitados y gorrones que veíamos el juego en el búnker de Dehesa, sin embargo, nos percatamos de que se estaba haciendo historia ante nuestros ojos.

En realidad es difícil entender el escándalo generado por esa breve exhibición del pecho de una cantante. En virtualmente todos los países del mundo, quizá con excepción de las naciones árabes, es muy común la exhibición de desnudos parciales o incluso totales en la televisión. En los países de Europa occidental y en Brasil, de hecho, es difícil ver la televisión una noche sin que aparezca no ya el pecho de una mujer sino un desnudo más o menos integral.

En Estados Unidos, sin embargo, existe una doble moral. En la televisión abierta nunca se muestra el pezón de una mujer (las tetillas de los hombres no tienen la misma restricción) ni mucho menos un desnudo frontal, pero en la televisión por cable los desnudos son algo habitual. De hecho, hay en Estados Unidos canales enteros dedicados al erotismo, como el Playboy Channel, o incluso a la pornografía, como The Hot Zone, que se pueden ver por cable o por satélite.

Puede argumentarse que la televisión de paga implica la contratación voluntaria de una programación por lo que se le puede conceder una mayor libertad al televidente de decidir lo que quiere ver. Pero la verdad es que más del 80 por ciento de los estadounidenses reciben su programación por cable. El mantener criterios morales distintos para la televisión abierta y la restringida es simplemente una gran hipocresía.

Curiosamente, los grupos que se han organizado en los Estados Unidos para protestar por la breve exhibición del pecho de Janet —cubierto siempre con su plateada pezonera— y que exigen que se cobre una multa millonaria a la cadena CBS que transmitió el Super Bowl, no parecen inquietarse demasiado ante la violencia habitual en la televisión. El que un vaquero mate a decenas de indios en una vieja película del oeste o que un ejército invasor bombardee Bagdad o Kabul en los noticiarios no le quita el sueño a nadie. La violencia, después de todo, es un parte integral de la vida estadounidense; pero el pecho de una mujer es, en cambio, una amenaza a la moral.

Aunque claramente nadie en la Unión Americana se va a preocupar por lo que yo opine, me siento obligado a decir que la televisión estadounidense debería promover más la aparición de desnudos y de escenas de amor y erotismo. Si logramos que el pueblo estadounidense se preocupe más por el amor que por la guerra o la violencia, sin duda viviremos todos en un mundo más sano y más seguro.

Lujuria

Me uno a la posición del filósofo británico Simon Blackburn en su reciente libro Lust (Oxford University Press y New York Public Library) que ha sido secundada por el mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez. La lujuria no debe ser considerada un pecado sino una virtud. La búsqueda del placer sexual por el placer mismo es un impulso vital fundamental. Cuando perdemos la lujuria, perdemos el gusto mismo por la vida.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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