Cada vez son más las voces que señalan el ambiente enrarecido en el que se sumerge el país como consecuencia de la carrera adelantada hacia 2006. En esta polifonía se advierten dos timbres distintos: quienes piden frenar la estampida y quienes reclaman igualdad de condiciones para los participantes.
Son muchos los que advierten en este proceso anticipado un escollo que pone en peligro el diálogo entre los partidos políticos en la búsqueda de consensos necesarios para el desarrollo de México. Entre ellos están empresarios, organizaciones no gubernamentales, analistas y por supuesto, sectores de la sociedad con necesidades apremiantes.
Ayer, la Iglesia Católica se sumó a estos pronunciamientos e hizo un llamado a la clase política a dejar de lado los proyectos personales y trabajar en la construcción de acuerdos. En el artículo ¿Para qué ser Presidente?, dado a conocer ayer, el Clero señala que “desea que los aspirantes a la Presidencia tomen en cuenta que un cargo de esa importancia debe alejarse de los vicios protagonistas de los que hemos sido testigos”.
El segundo grupo, el que reclama equidad en la carrera, está compuesto exclusivamente por políticos. Y es que si bien son pocos los presidenciables que han admitido abiertamente que desean contender por la silla de Los Pinos, son aún menos los que están dispuestos a tomar decisiones que resten puntos a su popularidad ante los gobernados.
De este modo, cada vez son es más común oír declaraciones de funcionarios en donde hay términos como “popularómetro” o “exposición en los medios”. Los debates ya no se construyen sobre argumentos: se han convertido en una guerra de encuestas.
Inmersos en peleas estériles y búsquedas de reflectores individuales, los actores de la clase política no perciben que están tomando el camino más impopular de todos: no hacer el trabajo para el que fueron llamados. Es por eso que el triunfador en casi cualquier elección es el abstencionismo.
