EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

el poder de la cámara

Raymundo Riva Palacio

Los sucesos en Tláhuac son un gran pretexto para que los medios revisen sus procesos periodísticos y se preparen para los que amenazan ser años más delicados y peligrosos, las televisoras, además de atestiguar todo el proceso del linchamiento, probaron de manera superlativa la ingobernabilidad.

¿Cuánto pudo haber influido la presencia de cámaras de televisión entrevistando a los policías atrapados en San Juan Ixtayopan para que finalmente se acelerara su ejecución?

La reflexión, a manera de una provocadora pregunta, la hacía hace unos días el vicepresidente y director general editorial de El Universal, Roberto Rock, al hablar sobre los linchamientos en Tláhuac. Cuando los enajenados linchadores permitieron que se acercaran los medios de comunicación y hablaran con los policías, que ya habían sido humillados y torturados, aventuraba Rock, ellos debían haber pensado que nada peor les podría suceder.

Quizás la cámara de televisión, en este sentido, pudo haber sido vista por los policías como esa tabla salvadora en el agitado mar que pondría fin a su sufrimiento.

Pero no sucedió así. Cuando los equipos de televisión comenzaron a grabar y sus micrófonos se colocaron en la boca de los policías, la gente se empezó a violentar más. Hubo quienes robaron los golpearon más, o luchaban por sound bites como “ahora los vamos a quemar”. Las cámaras no dejaron de grabar toda la saña durante el asesinato, pero por altísimo contenido violento optaron por no transmitirlo. Concluido, los ejecutores se fueron a dormir a sus casas. Las televisoras habían logrado captar, en tiempo real, la ruptura del orden legal en México y la total ausencia de autoridad.

¿Qué hubiera sucedido si no hay cámaras de televisión presentes? ¿Hubieran terminado muertos los policías? Son preguntas nada fáciles de responder. En la mayor parte de los anteriores linchamientos en México, las víctimas han salido con vida, ya sea porque la autoridad logró negociar que no los asesinaran, o porque la policía los rescató. Como común denominador está que ninguna cámara de televisión documentó el principio del juicio sumario ni acompañó todo el proceso de negociación. Se podría entonces argumentar, cuando menos como hipótesis, que sin la presencia de cámaras en el proceso, las posibilidades de que hubieran salido vivos los policías, podrían haber sido mayores. Esto, sin embargo sólo sería válido si, como en linchamientos anteriores, la autoridad y las policías hubieran actuado, lo que no sucedió en Tláhuac, por lo que también se podría alegar sólidamente que de cualquier forma, la suerte de los policías parecía definida desde el momento mismo en que los detuvieron y comenzaron a torturar.

De cualquier forma en Tláhuac, por razones que las propias autoridades federales están investigando, se rompió ese patrón. Las televisoras, además de atestiguar todo el proceso del linchamiento, probaron de manera superlativa la ingobernabilidad, que cobra un mayor énfasis porque no se dio en el país rural profundo, sino en la ciudad de México, el corazón político y económico de la nación. De esta forma, fue el impacto de las imágenes lo que presionó y provocó una reacción gubernamental como no la había habido en materia de seguridad pública durante el sexenio y colocó el tema de la desintegración social y la mala política en el centro del debate.

Políticamente hablando, se puede decir que la televisión cumplió una misión. Pero esto no es nuevo. Desde hace varios años, con la crisis de las instituciones, los medios informativos han transformado su papel de vasos comunicantes entre gobernantes y gobernados, a actores políticos centrales, en particular los medios electrónicos por las audiencias masivas a las que alcanzan. Los políticos se han convertido en los principales clientes de los medios electrónicos, a los cuales han venido utilizando profundamente, creándose una perversa relación de te-uso-me-usas. Los políticos se quejan del abuso de los medios electrónicos, pero los han usado tan salvaje como productivamente.

Vicente Fox no sería Presidente de no haber sido porque los medios, y en particular los electrónicos, sembraron el camino de la concientización política ciudadana. Durante años, la radio vapuleó a las autoridades, logrando que el elector le fuera perdiendo miedo al poder, modificara su correlación de fuerzas sicológica con él y decidiera utilizar la urna como su arma de castigo del régimen anterior. Andrés Manuel López Obrador, que ha sido un gobernante mediocre en el Distrito Federal, tiene fuerte presencia nacional gracias a que todas las mañanas de los últimos tres años ha ofrecido un sermón ante un grupo de periodistas que, en su mayoría, fue afectado por el Síndrome de Estocolmo, al ser seducidos por su interlocutor.

El uso y abuso de los medios electrónicos ha tenido efectos varios. Ha ayudado en el proceso político, pero también lo ha perjudicado, como todo el fenómeno de los videoescándalos que, lejos de ser un ejercicio de libertad de expresión, se convirtió en un instrumento de propaganda de los grupos políticos enfrentados. Los medios han incumplido con su papel de procesar, jerarquizar, contextualizar y explicar los contenidos, entregando a la audiencia la materia prima que les han puesto en la mano.

La única justificación válida para su difusión es el contenido informativo que, pese a la manipulación de los videos, contienen las cintas. En todo caso, la guerra política a través de los medios electrónicos produce víctimas en el campo de batalla político, pero no vidas, por lo que no se resuelve el dilema planteado por Rock.

¿Hubieran tenido más posibilidades de vivir los policías sin las cámaras de televisión presentes? No nos engañemos. Nunca se podrá dar la respuesta. Sí se ha demostrado que las cámaras agitan a un grupo social en particular. Ya se dieron casos de manifestaciones que se vuelven violentas únicamente en la presencia de la televisión. Muchos grupos terroristas se reciclan a través de los medios de comunicación y los secuestros políticos dejarían de tener impacto si nadie los difundiera.

Es importante que hagamos una retroinspección sobre lo que hemos sido, lo que somos y a dónde queremos ir porque nuevos desafíos, como los de la complejidad de Tláhuac, vendrán en el futuro. En este caso, la toma de decisiones resultó la menos desafortunada, pero los medios corrimos con suerte por la negligencia de la autoridad. Este es el punto central: si el papel jugado por los medios en los linchamientos resultó al final del día positivo al exhibir las miserias de la autoridad y luego al permitirles identificar a los responsables de la ejecución, no fue resultado de un proceso, sino porque las condiciones los llevaron por ese camino. Éste no puede ser el patrón.

El instinto funcionó, pero se necesitan construir rutinas y mecánicas operativas. Profesionalización y sofisticación periodística, es lo que los ciudadanos merecen, porque los tiempos que vienen prometen ser peores.

rriva@

eluniversal.com.mx

r_rivapalacio@yahoo.com

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 122176

elsiglo.mx