Segunda y última parte
Por supuesto que como buena mamá gallina, Indira había estado criando un heredero político dentro de la familia. Su hijo mayor, Rajiv, siempre había tenido como ilusión volar y se había alejado de la política para volverse piloto. Así que durante un buen rato la sucesión recayó en su hermano menor, Sanjay. A éste, Indira lo chipileó hasta el cansancio, dándole al mismo tiempo un entrenamiento político como pocos: fácil podía haberle vendido unos seis seminarios bien pagados a nuestra actual clase política.
Pero Sanjay no se logró: murió en un accidente de aviación en 1980. De manera tal que, cuando Indira fue asesinada por sus enturbantados guaruras cuatro años después, el que entró al quite fue El que no-quería, Rajiv. Con mucha renuencia, chillando y pataleando, tomó la estafeta.
Rajiv ejerció el poder sin pena ni gloria durante menos de cuatro años. Andaba en campaña en 1991, buscando recuperar la primera magistratura, cuando una mujer se le acercó, le pidió una despensa o un tinaco (nunca se supo bien a bien qué… pero las malas mañas priistas se han globalizado) y procedió a detonar los explosivos que llevaba amarrados a la cintura. De Rajiv se recuperaron sólo pedazos. De la bombardera suicida (que protestaba por la intervención india en Sri Lanka contra los tamiles) no quedó nada. Sí, se suspendió la entrega de despensas, tinacos y vitropisos. Seguro se los clavó un líder de precaristas de Tamil-Nadu.
Y no sólo Rajiv quedó hecho trizas: también la línea de sucesión familiar. Su hijo, Rahul, era un niño. De manera que los cínicos del Partido del Congreso se acercaron a la recién viuda, una guapísima italiana llamada Sonia. Ésta, tras conocer a su viejo en Cambridge, se había casado con él en la India, se había convertido al hinduismo y había mantenido a su familia lejos de la política… hasta que Indira había muerto y su marido hubo de seguir los pasos de su señora madre. Con los de la funeraria todavía pegando cachos de Rajiv, Sonia corrió con cajas destempladas a los grillos que le pedían sucediera a su martirizado marido. Enterrar a una suegra y a un esposo había sido suficiente para ella… al parecer.
Y así se mantuvo la familia hasta 1998, cuando el Partido del Congreso la convenció que saliera del retiro y los encabezara, dado que andaban haciendo más panchos que el PRI oaxaqueño. El canto de las sirenas siempre está canijo, así sea en hindi, urdu o punjabí. Y Sonia esperó su oportunidad. Que le llegó en 2004.
Para sorpresa de propios y extraños y contra todas las encuestas previas, el Partido del Congreso arrasó en las elecciones generales de mayo de este año. Entre quienes ingresaron al Parlamento se halla Rahul Gandhi. Pero Sonia se negó a aceptar el puesto de Primera Ministra que antes tuvieran el bisabuelo de su hijo, su madre muy política y su marido. No sólo había percibido una enorme hostilidad por parte de un sector de la clase política hindú (tan premoderna, estulta y pendenciera como la nuestra), que se desgarraba las vestiduras ante la posibilidad de que el Gobierno quedara en manos de alguien nacido en el extranjero. También, sin duda, contó la memoria de los funerales que había tenido que atender. Digo, con ese álbum familiar, cualquiera está escamado.
Sin embargo, no pierdan de vista a Rahul. Aunque todavía está chavo, ya anda en la movida. Y el apellido y la tradición pesan. De veras que pesan.
Otro día seguimos con este interesante tema. Nos quedan pendientes algunos casos para La Araña, como los de Indonesia, Corea del Norte y Cuba… en donde Fidel amenaza con endilgarles a su hermano Raúl cuando al fin les haga el favor de morirse. Pobre Cuba.
Consejo no pedido para heredar aunque sea un abono del Corona: escuche la Sonata Número Uno de Prokofiev, con Yehudi Menuhin (¿Contenta, Natalia?). Lea “Los hijos de la Medianoche”, de Salman Rushdie, sobre el traumático nacimiento de la India y Pakistán. Y vea “Un pasaje a la India” (A passage to India, 1984), de David Lean, con Judy Davis y Víctor Banerjee, sobre el erotismo y la histeria como despertadores del nacionalismo indio. Provecho.
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