Los que en ello creemos, celebramos en este día el nacimiento de Cristo, celebramos su epifanía, su humanidad entre nosotros... Por ello, la iglesia de los hombres, lo representa recién nacido, desnudo, apenas con un pañal, no obstante que nos dice la Palabra el mucho frío que esa noche hacía... Este simbolismo no es fortuito, su desnudez nos hermana y por lo mismo, nos hace sentir su presencia... su compañía. Ya nació... ven Señor Jesús, ven a quedarte en mi corazón... reza el villancico.
Habemos muchos que en Él creemos, y sin embargo, todo lo relativo a nuestra génesis, a nuestra conformación y al creador en el cual creamos en cualquier credo o situación existencial, es algo tan misterioso, que necesitamos mitos, símbolos y ritos cíclicos, que se encargan de arrancarnos del alma, mínimo un suspiro; porque queramos o no, somos hijos del cielo y de la Tierra... somos seres espirituales y humanos.
Esta dualidad dentro de la unicidad del ser, ha sido tema de toda mente humana, en mayor o menor grado, dependiendo del equilibrio de la educación recibida. Por suerte, los filósofos y los humanistas de todos los credos y razas, se encargan de clarificar a la humanidad, lo no comprendido o lo no reflexionado.
Aún así, para muchos, esta es la época del año en que esta dualidad nos grita. Por ello, las fiestas navideñas son felices para unos y muy tristes para otros. Hemos sido enseñados por patrones religiosos y culturales que en esta época todo es felicidad, o al menos debiera serlo, porque se trata precisamente de buscar el equilibrio entre la dualidad de lo espiritual y lo humano; se trata, aprendimos de nuestros mayores, que reflexionemos en valores, que nos volquemos en la familia y en el amor hacia todo y hacia todos, que hagamos propósitos y vemos que no es así, sino que las reacciones dependen de la edad y de las circunstancias en las cuales cada quién se encuentre.
Nuestra parte espiritual, que debiera concentrarse en el alimento que la época significa, no nos hace caso y nos reclama nuestras pérdidas, nuestras carencias y magnifica en toda su dolorosa dimensión las ausencias no comprendidas ni aceptadas. La parte humana no se queda atrás, rebasada por las exigencias culturales y la propuesta mercantil, anda desasosegada sin encontrar reposo. ¿Y qué hacemos…? Si atañe lo personal, cada quién, en la soledad de su ser, anda en la búsqueda de respuestas.
Como sociedad es diferente, podemos hacer votos comunes, porque es época que nos recuerda el valor de la unidad. Por lo pronto, hagamos unidos votos por 2005, que se avizora difícil políticamente. Para nuestro país será vital al igual que para nuestro Estado. La renovación en los mandos gubernamentales nos mueven el tapete a todos, en todos los rubros: en lo social, en lo político en lo económico. Hagamos votos los simples mortales en ser más participativos y en no dejar a unos cuantos tomar las decisiones políticas, de las cuales, después sufrimos tan sólo las consecuencias sin haber sido parte.
Hagamos votos por no tener miedo en decir lo que no nos parece, siempre guardando las formas, que en política casi siempre son fondo, recién tuvimos una gran lección de ello. Hagamos votos de que en esta época los políticos que andan sueltos al igual que “les démons de minuit”, reflexionen y ya le paren en hacerse propaganda con los recursos del Estado, que no son para sus fines personales; estamos cansados de ello y qué mejor época para recordárselos. Hagamos votos de que participemos, porque con ello la exigencia social hará que haya más recursos para tener una sociedad más justa. Si lo logramos, por citar un ejemplo, nuestros emigrantes que el día de hoy ciertamente sufren por estar lejos, lejos de sus seres queridos, lejos de todo, volverán, porque habrá trabajo. Si no lo hacemos en el futuro nos arrepentiremos, nos harán mucha falta, porque son los migrantes, los que dejan su tierra, los más valientes, porque van en pos de una mejor vida, de la cual nos habla esta epifanía.
Hagamos votos... muchos votos... ¡Feliz Navidad!