Los defectos del Distribuidor Vial Revolución se han convertido en un dolor de cabeza para el Gobernador de Coahuila, quien pregunta a la prensa: ¿No hay otro tema de que hablar?
La insistencia de los medios se justifica, en función de que la obra es la de mayor inversión para Torreón en el actual sexenio, y ha resultado un monumento a la intransparencia en virtud de la actitud cerrada, autoritaria y conflictiva del Gobierno, asumida por el Director de obras Públicas Jorge Viesca Martínez.
Se trata de una obra de ciento cuarenta millones de pesos hecha con dinero de la “Alianza Coahuilense”, invento del Gobierno de Enrique Martínez para poner los recursos municipales bajo control del Estado, en atropello a la autonomía de los Municipios. Este arbitrario proceder ahora revierte en contra del Gobierno Estatal, que queda como único responsable de los yerros cometidos en el DVR.
El DVR se construyó como si fuera cosa particular, al asignarse a una constructora de aliento sexenal y sin experiencia previa en obras de tal magnitud.
Los accidentes que son de sobra conocidos, pusieron de manifiesto la falta de las inclinaciones adecuadas en las curvas del distribuidor, lo que enfrentó a las autoridades y a la comunidad en un duelo por ocultar y llegar al conocimiento de la verdad respectivamente.
La aparición tardía de la bitácora de construcción, prueba que los errores en el proceso fueron señalados con oportunidad por la empresa encargada de la supervisión y revela el disimulo sistemático de la autoridad que hasta este momento, ha sido omisa de llamar a cuentas a la constructora.
Lo más grave es que el Gobierno nada ha hecho por resolver el clima de confrontación en el tratamiento del tema, ni por atender el problema mediante un diagnóstico convincente, el deslinde de responsabilidades y la rectificación física de los errores a costa del contratista.
El caso del DVR, pone al desnudo el estilo y alcances de la administración de Enrique Martínez, con el soporte de una evidencia física irrebatible.
Hasta ahora, un enorme gasto de publicidad y de mercadotecnia en el rubro de la promoción de imagen “por colocar a Coahuila al día y a la vanguardia”, ha soslayado el fiasco que ha sido el proceso de modernización del Gobierno Estatal, en renglones tan elementales como el Fomento Económico, la Junta de Conciliación y Arbitraje, el Registro Público de la Propiedad o la Procuraduría de Justicia.
En todos estos ejemplos, el desencanto ha sido acallado por una avalancha publicitaria que en el caso del DVR se derrumba ante la evidencia. En el marasmo que hemos hecho de nuestra vida pública nacional, el Gobierno de Enrique Martínez se agotó desde la mitad del camino, en función de un futurismo presidencial inviable. El contraste entre la imagen virtual y la realidad es tanto, que demuestra que el abuso de la mercadotecnia política es peor que asumir los resultados de cualquier Gobierno en su justa dimensión.
Ante el caso que ofrece la exagerada promoción de la imagen del Gobernador, y la celebración festiva de logros intangibles, resulta obligado recordar el cuento clásico de El Traje del Emperador.
Se trata de un monarca al que un sastre bribón, ofrece confeccionar un costoso traje que sería una maravilla sin precedentes, con una tela mágica que no podrían ver los ojos de los ineptos y de los que estuvieran ocupando un cargo del que fueran indignos.
El ofrecimiento generó tales expectativas, que provocó una estafa colectiva. Durante el proceso de tejido de la tela y de corte y costura del traje, tanto el emperador como sus allegados fueron incapaces de reconocer la inexistencia de la tela o del traje y denunciar el engaño, ante el temor de ser considerados ineptos.
Solo hasta el día del estreno del traje, mientras la corte se deshacía en elogios al atuendo virtual, la inocencia de un niño desenmascaró el fraude: “El Emperador está desnudo y no lleva ningún traje”.
