Las mujeres somos unas recién llegadas al mundo laboral. Quizá salimos a trabajar hace apenas unas dos o tres generaciones. Por lo tanto, estamos experimentando cambios que modifican nuestra forma de vida y nuestra manera de convivir con la familia. En esta lucha por ser valoradas como personas en las mismas condiciones que los hombres, las mujeres hemos pasado por alto algunos riesgos y responsabilidades que van unidos a esta conquista. Si observamos la vida de nuestras mamás y abuelas, encontraremos que toda su actividad giraba alrededor de los hijos y la casa. En general, no se acostumbraba que ellas trabajaran fuera del hogar. Ahora, si le preguntamos a una mujer joven acerca de sus planes futuros, la mayoría de ellas no logra concebir su vida sin una carrera y un trabajo profesional. A las mujeres de la generación de en medio nos correspondió abrir ese camino, manifestar la necesidad de ampliar nuestro horizonte, buscar un espacio donde lograr una presencia con nuestro nombre. ¡Y nos encanta! Sólo que nos hemos olvidado de explicar a las jóvenes una verdad muy simple: Cada vez que eligen algo están dejando otra cosa de lado. Cuando elegimos transitar un camino, hay otro que se bloquea. Y ahí está nuestro reto. Hace unos meses una revista norteamericana hablaba del poder femenino que, cada vez con mayor frecuencia, se hace presente en diversos campos y puestos de dirección. Al mismo tiempo, muestra un gran aumento estadístico de familias desintegradas, divorcios y madres solteras. Me pregunto: ¿Vale la pena el alto costo de nuestra conquista personal? O es que, simplemente, estamos confundidas en nuestras metas y, haciendo honor al título de recién llegadas, nos comportamos como tales, sin darle su verdadero valor a las cosas. Al combinar el papel de mamá y esposa y al desarrollarnos como personas, podemos correr varios riesgos: 1. Convertirnos en adictas al trabajo cuando el trabajo se ha convertido en parte de nuestra identidad. Lo que hacemos determina lo que somos y caemos en la trampa de decir Mi trabajo es lo más importante. Ganar, producir, vender y progresar es lo que predomina sobre cualquier otro valor; obtener resultados es lo que se vuelve primordial y las personas cercanas a nosotros tienden a desvanecerse. 2. El mal humor. El horario de una mujer que trabaja y atiende a su familia y a su casa, fluctúa entre 14 y 16 horas diarias. Las mujeres padecemos literalmente hambre de tiempo. Estamos agotadas. Las mujeres profesionales entre treinta y cuarenta años, con hijos pequeños, tienen dos urgencias que compiten entre sí. Ellas desean, y necesitan, una identidad profesional fuera de sus hogares y, por otro lado, desean y necesitan una identidad como mamás. Por ende, siempre están atrapadas en un juego imposible de ganar. El día sólo tiene 24 horas y las personas sólo tenemos una cantidad limitada de energía. Irremediablemente, esta superposición de papeles y horarios significa un desgaste físico y mental. Esa tensión descontrolada, la mayoría de las veces, se traduce en mal humor y las víctimas son nuestros seres más queridos: la familia. 3. Cuando la casa se convierte en hotel lo primero que preguntan los hijos al llegar a la casa es: ¿Está mi mamá? No importa la edad que tengan. Para el resto de la familia no es tan importante si falta algún otro miembro pero si la mamá no está, la casa se siente tan impersonal y fría como un hotel. Aunque a veces es irremediable, el trabajo de tiempo completo provoca que la mujer no tenga momentos para los hijos, la pareja, los amigos, ni siquiera para ella misma, con las consecuencias naturales y a veces irreversibles que esto conlleva. Entonces, el poco tiempo que pasemos en la casa tiene que ser de calidad; tenemos que interesarnos en cada miembro de la familia e involucrarnos en sus cosas para que ellos no resientan nuestras ausencias. 4. Sentido de la independencia. Cuando empezamos a generar un ingreso económico, anida en nosotros un sentido de independencia que, bien canalizado, es muy positivo. Nos sentimos más seguras. Pero si estamos pasando una temporada donde nuestro matrimonio no está bien, esa independencia de espíritu nos puede dar cierta valentía para actuar de forma inadecuada. Seamos inteligentes para darle el verdadero valor a las cosas y que, en esos momentos, cada miembro de la familia se sienta valorado y necesitado tanto en lo íntimo como en lo social. ¿Qué sentido tiene tener éxito económico y estar solas? La realidad es que no existe una solución única para los retos que enfrentamos hoy en día. Nuestras vidas son muy diferentes, sin embargo, estoy convencida de que una vida plena es la que combina la realización profesional y una vida personal rodeada de amor. Según creo, el verdadero poder femenino está, precisamente, en lograr ese delicado equilibrio. ¿No crees?