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Elecciones en Durango

Luis F. Salazar Woolfolk

El proceso electoral en el estado de Durango ofrece resultados que ameritan ser objeto de reflexión, de cara al futuro de los ciudadanos de esa entidad federativa.

Un alto abstencionismo ha sido la constante, el cual es imputable a todos los involucrados: Gobierno, autoridades electorales, partidos políticos y sociedad civil. Esto último, en la medida de que la escasa concurrencia es sinónimo de deserción cívica y de que los cuadros de Gobierno y partidos emanan de la sociedad en su conjunto. Una vez más, se refrenda el principio según el cual, los pueblos tienen los Gobiernos que son capaces de producir.

Las precampañas se caracterizaron por una fuerte competencia burocrática al interior de los partidos y las campañas, por un lamentable vacío de propuestas. El Partido Revolucionario Institucional protagonizó una lucha de “todos contra Carlos Herrera”. Una complicada operación cicatriz que amenazó por momentos con la ruptura, dejó en manos del ex presidente gomezpalatino el control de las campañas y la designación de los candidatos a alcaldes y diputados en la Comarca Lagunera.

De acuerdo a los referentes tradicionales del sistema priista, el virtual gobernador Ismael Hernández Deras está en una situación difícil para acometer su gestión, en cuanto a su relación con el Congreso y los municipios. El futuro dirá si tal situación se resuelve por la vía institucional o el de la componenda entre caciques y facciones o en el peor de los casos, se mantiene como causa y motor de un golpeteo irresuelto al través de todo el sexenio.

La honda división al interior del PRI, no fue aprovechada por la oposición. El Partido Acción Nacional ofreció un candidato a gobernador de bajo perfil, sobreviviente de los conflictos internos del PAN duranguense y con nula vinculación con la sociedad que al fin y al cabo es la electora por acción u omisión.

El abstencionismo se ha convertido en la principal carta de restauración del viejo régimen. El PRI apuesta a triunfos soportados en los restos de su antigua maquinaria electoral basada en el control de su voto duro mediante el acarreo, el hostigamiento y la compra de votos, cuya eficacia se potencializa en los casos en que la concurrencia a las urnas es poca. A ello obedece el triunfo del PRI a la presidencia municipal en Durango capital, después de remontar las preferencias recogidas por las encuestas a favor del candidato del PAN.

Sin embargo el alto grado de abstención no sólo es producto de la perversa ingeniería electoral del PRI que lucra con la ignorancia y la pobreza extrema, sino de la falta de oficio de la oposición. Lo anterior se demuestra en sentido inverso en los municipios ganados por el PAN y en particular el que tiene por cabecera Ciudad Lerdo, que fue recuperado por Rosario Castro como prueba de un sólido liderazgo local, que arrastró a una mayor proporción de votantes en comparación al resto de la entidad.

De los treinta y nueve municipios de Durango, diecinueve quedan en manos del PRI y veinte en manos de la oposición, de los cuales dieciséis corresponden al PAN. De las quince diputaciones locales por mayoría relativa, el PRI se lleva carro completo, lo que mueve a cuestionar al esquema de división geográfica distrital, sin perjuicio de reconocer que dados los resultados, las diputaciones de representación proporcional o plurinominales (siete a favor del PAN y tres para la chiquillada), ofrecen un elemento de equilibrio al respecto.

Pasados los comicios, el pueblo de Durango interpela a las autoridades electas para que trabajen en unidad institucional, en aras del desarrollo social y económico al que aspiran los ciudadanos de esa entidad federativa.

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