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En el 2003, ante el 2006/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Al pensar en las elecciones presidenciales del 2006 y en cómo se mueve la mecánica previa al gran evento, temblamos por la democracia. Y por ratos llegamos a deducir que estábamos mejor cuando estábamos peor. ¿De qué nos ha servido el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? ¿Hemos avanzado social y económicamente en el país? ¿Se ha reestablecido la seguridad pública en la nación?

¿Habremos alcanzado una buena distribución de los ingresos públicos? ¿Disfrutamos de un sistema fiscal justo, claro, equitativo y proporcional? ¿Hay avances en el ramo educativo básico, aparte de repartir computadoras? ¿Ya retomamos la construcción de las grandes obras que necesita la República en materia de comunicaciones, carreteras, salud, irrigación, agricultura y ganadería, educación superior humanista y tecnológica, etc...?

En el entorno político fue un hito la elección democrática del año 2000, pero...¿supimos lo que debíamos y teníamos que hacer una vez eliminado el absolutismo presidencial y sus facultades paraconstitucionales verticales, autoritarias y omnipotentes? ¿O cuando los ciudadanos optamos por elegir una Cámara de Diputados y otra de Senadores, ambas de composición plural tanta que sus miembros no acataron qué camino tomar aparte de constituirse en un dique ante las proposiciones del Poder Ejecutivo.

Fue un milagro de la Providencia no haber caído en la anarquía total. Debatir nuestros problemas medulares en una orgía de guirigay resultó suficiente para darnos cuenta de que no sólo necesitamos elegir a nuestros funcionarios en forma democrática, también deberíamos votarlos en forma inteligente.

Así surgen otros cuestionamientos: Estamos ciertos de que no elegir a Francisco Labastida fue una decisión pertinente, pero... ¿resultó atinado elegir a Vicente Fox? ¿No fue que nos dejamos envolver por su campaña mediática y aturdirnos con sus proclamas redentoras? Y por otro lado, ¿acaso no pecamos de imprudencia al permitir que el último sedicente priista en la Presidencia de la República arrebatara a los ciudadanos el poder de elegir candidatos y lo pusiera en manos de los partidos políticos? ¿No fue eso saltar de la cacerola del PRI al fuego de las otras incipientes organizaciones políticas? ¿No resultó más caro el remedio que la enfermedad?

Tres años después de la elección presidencial del 2000 y a la misma distancia temporal de los próximos comicios federales, estamos montados en una oportuna coyuntura para reflexionar cómo resolver nuestro siguiente crucigrama político: las elecciones del 2006. ¿Qué deseamos de nuestra segunda experiencia democrática nacional? ¿Estamos en la oportunidad de corregir errores? ¿Podemos enmendar algunas metidas de pata provocadas por nuestra ignorancia política? ¿Cómo queremos que sean nuestros candidatos a la Presidencia de la República? ¿Cuántos y cómo deben ser los próximos integrantes de la legislatura federal? ¿Cuánto dinero, cuánta esperanza, cuánto tiempo productivo estamos dispuestos a invertir en el segundo experimento democrático del país? ¿Contamos con un sistema electoral si no justo, por lo menos equitativo? ¿O seguimos en la onda del que tenga más saliva que trague más pinole? ¿Los aspirantes a la candidatura presidencial de cada partido político van a contar con iguales oportunidades para alcanzar sus objetivos?

Hoy no parece posible. Primero las damas: doña Marta Fox manifiesta sus aspiraciones colgada del brazo del señor Presidente, su esposo. Esta candidatura es una mera especulación, pues México no es un país que soporte este estilo sucesorio, aunque en Jalisco hubo un diputado cetemista, Heliodoro Hernández Loza me parece, que turnaba su curul con su esposa cada tres años. Un precedente poco ético. Pero tomemos en cuenta a doña Marta como una expectativa. ¿Será equitativo que aproveche los recursos publicitarios a su alcance para promover su imagen con miras a la candidatura?

¿Será correcta y justa la manipulación política de Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno del Distrito Federal, hacia una potencial candidatura, inducida por cierto en los altos niveles empresariales por el dueño de casi todo el circulante monetario del país, don Carlos Slim? ¿Podría ser que volviéramos a los tiempos en que el Secretario de Gobernación aprovechara sus relaciones y su capacidad de influencia para conquistar la postulación a la presidencia del país?

Hoy día los gobernadores de varias entidades, entre ellas Coahuila, han permitido que sus nombres jueguen en la baraja de su respectivo partido político, sabedores de lo que tienen en contra: el centralismo constituye la dificultad más grande a vencer. No el centralismo de las decisiones, sino la cerrada centralización del poder mediático. Asunto que se propaga por los políticos en la capital de la República es conocido rápidamente, gracias a los medios electrónicos, en toda la dilatada provincia mexicana; no así al revés, pues para los capitalinos fuera de México todo sigue siendo Cuautitlán. Aunque saben también que no hay peor lucha que la que no se hace y están dispuestos a pelear la oportunidad, conscientes de otras muchas e inequitativas situaciones.

Los ciudadanos debemos pensar, desde ahora, en lo que vendrá después. El tiempo es fugaz, dijo el poeta latino. Y pronto estaremos en la puerta del 2006, ¿Llegaremos totalmente desprevenidos o tendremos la prudencia de reflexionar en la importancia de elegir al mejor hombre para el cargo de mayor responsabilidad en la República? Ya veremos...

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