NOTIMEX
MÉXICO, DF.- Todos los años la llegada del mes de enero trae consigo un aliento de fe, de esperanza, pues raro es el que no piensa, o desea, que con su llegada, algo cambiará favorablemente para él y los suyos.
Año Nuevo, vida nueva, se suele decir, aunque después... ¡quién sabe! Pero así es la vida y así somos los seres humanos. Gustamos de hacernos la ilusión, sobre todo en estos días del solsticio invernal, de que todo puede cambiar y la diosa fortuna acaso se fije en nosotros y nos colme de bienes.
Enero, Januarius, voz latina derivada de janus, quiere decir puerta y, los seres humanos, siempre que están ante una puerta imaginan que tras ella hallarán un poco de agua para su sed o un poco de pan para su hambre.
Ya en tiempos de los romanos, a las puertas de enero, con luna de enero, hombres y mujeres, soñaban con el amor primero. Ese amor primero que puede ser, y de hecho lo es, nuestro último amor. La emoción de virgen de sentirse amanecer cada año con su advenimiento hacía, y hace, que los viejos sueños se reaviven en los corazones.
Próspero Año Nuevo, muy próspero. Bienvenida siempre la prosperidad. Así los romanos acudían a postrarse a los pies de Jano, el dios de la doble faz, solicitándole toda clase de venturas para el año que empezaba y ofreciéndole una torta de pan hecha de harina heñida con sal y vino, en tanto que olvidaban durante los primeros días, los odios y las rencillas entre sí, avivando los sentimientos de paz y amistad, mientras se obsequiaban presentes. Hasta los cónsules, por razones de buen augurio, tomaban el día primero de enero posesión de su ministerio.
Algo especial deberá tener el mes de enero cuando tantos coinciden en avivar sus esperanzas a su llegada. Tal vez ello tenga que ver con el brillo de las estrellas y sean, ellas, en el fondo, las que nos impulsan a sentir lo que sentimos, en relación con un cambio positivo, a partir de estas fechas.
Cuestiones cósmicas son todas las cuestiones, decía el viejo astrólogo. Algo hay de cierto en el dicho. A lo largo de enero Algol, en la constelación de Perseo, refulge y refulge, y así Aldebarán y sus compañeras las Pléyades, y esa culminación de luz que es Sirio.
Sí, el brillo de las estrellas influye de manera inevitable sobre cada uno de nosotros. Y el aire, más fino y más frío, llega a nuestra carne y le da un toque entrañable que nos traspasa los ríos de la sangre y hace que anide en nuestro corazón el polluelo de la poesía, ese polluelo mágico que huele a ascuas mágicas y nos picotea las entretelas del alma con su pico de verdes ilusiones.
Enero es poesía, nadie lo olvide. Aunque nada más arriba febrerillo loco nos llueve los ojos de preámbulos desencantados. No importa, entre tanto y mientras tanto, como dicen los amantes, nos duren las ilusiones y sigamos lanzando serpentinas de ensueños a la inmensidad de los cielos con la fervorosa juventud de los hijos de la esperanza.
Este año, este año, decimos, y recostamos nuestra cabeza en la almohada de las más altas fantasías, esperando la materialización de nuestro más bellos anhelos. Las Tres Marías y los Tres Reyes Magos se hacen visibles en nuestra imaginación, y aunque nada cambie en resumen de cuentas, por la gracia de un instante, sentimos la feliz sensación del cambio, sí creemos, como el niño que se desvela y vigila sus zapatitos llenos de paja en la ventana, que el mro es posible.
Recordemos, porque no es bueno olvidar cuanto embellece nuestras vidas, que la edad de los milagros nos vuelva en el corazón sus tarros de miel y, todas las flores, por venir, de la primavera, contra la sombra invernal y adulta del pesimismo, perfuman el jardín de nuestra vida, pues en esta vida, todo es cuestión de creer.
Pongamos por el momento nuestra esperanza, una vez más, en este enero que comienza, pues la esperanza siempre es ganancia, se cumpla o no se cumpla.
