Al pueblo, decían los césares romanos, hay que darles pan y circo. Hay que tenerlos contentos, ya que ante variados manjares, un poco de música y el vino que gusten o sean capaces de ingerir, poca energía y menos voluntad les quedará para el reclamo o la movilización.
Simple, si se sienten satisfechos en sus necesidades primarias, nunca significarán una amenaza.
Parece que los funcionarios de primer nivel del Gobierno del Estado de Coahuila encontraron la receta en alguna copia amarillenta y deshojada del libro de Suetonio y sólo esperaban la oportunidad para explorar su efectividad ante los legisladores.
No tuvieron que esperar mucho. Los diputados coahuilenses, haciendo gala de lo que a su entender es visión e inteligencia, llamaron a comparecer a varios funcionarios, nada menos que en restaurantes de lujo.
Fácil, a puerta cerrada y en charola de plata, los funcionarios obsequiaron a los legisladores todo aquello que quisieran o pudieran comer y beber a cargo del Estado… y también, dos que tres comentarios sobre asuntos puntuales, que probablemente algunos legisladores ni siquiera lograron escuchar.
Al pueblo, aseguraban hace siglos en Roma, pan y circo. A los legisladores, dicen hoy los funcionarios estatales, carta abierta en restaurantes de postín. La receta es la misma y la intención también.
Queda preguntar a los señores legisladores si entre quesos y vinos, fuera del recinto del Congreso y a puerta cerrada, lejos y a salvo de los medios de comunicación, es posible marcar distancia, abordar con seriedad e independencia los asuntos fundamentales y asegurar con honestidad a la ciudadanía que les paga, que el Poder Legislativo de Coahuila vela en todo momento por los intereses del pueblo.