A lo largo de su carrera, Tom Hanks se ha hecho querer por el público a través de su polifacética calidad en la pantalla.
El País
MADRID, ESPAÑA.- Tom Hanks, de 47 años, una más que simpática estrella de cine y hombre de familia, siempre ha sido considerado uno de los chicos buenos de la industria cinematográfica. En The Ladykillers, la nueva entrega de los hermanos Coen, desempeña un papel de tipo duro y pretencioso. Este remake de la comedia británica El quinteto de la Muerte (1955), con Alec Guinness, retrata a una banda de ladrones de banco que organizan sus operaciones en casa de una dulce viejecita y tratan de matarla cuando ella descubre sus intenciones.
La historia transcurre en el sur de América, la anciana es una enorme y superdevota de color (Irma Hall), y el robo tiene lugar en un barco-casino anclado en el río Mississippi.
A lo largo de su carrera, Hanks se ha hecho querer por el público a través de su personal sentido del humor, su polifacética calidad en la pantalla, su sólida reputación como fiel y leal marido (con su segunda mujer, la también actriz Rita Wilson) y como devoto padre de sus cuatro hijos (Colin, 26 años; Elizabeth, 21; Chester, 13, y Truman, 7). Y no ha parado de trabajar. Inaugurará el próximo Festival de Venecia con The Terminal, una comedia romántica coprotagonizada con Catherine Zeta-Jones, donde hace de inmigrante europeo de los países del Este obligado a vivir en el aeropuerto de Nueva York.
Es la tercera vez que Hanks forma equipo con Steven Spielberg, después de su papel de heroico capitán de la Segunda Guerra Mundial en Rescatando al Soldado Ryan (1998) y de agente del FBI tras el rastro del escurridizo Leonardo DiCaprio en Atrápame si Puedes (2002). Después prestará su voz y personalidad como narrador en la película de animación Polar Express, de Robert Zemeckis, quien ya le dirigió en 1994 en Forrest Gump, y más tarde en Náufrago (2000).
-Con esa imagen de chico bueno, ¿cree que tiene que ser cuidadoso para no defraudar a la audiencia cuando interpreta papeles de villano en The Ladykillers o Camino a la perdición?
-Verdaderamente, creo que la gente aficionada al cine es tremendamente inteligente, y aunque vayan a ver una película con el conocimiento de todo tu trabajo, no es algo que les impresione. Si tú no haces una buena película, por la que ellos han pagado para ver, todos tus trabajos anteriores o el icono que representas, tanto si das la imagen de chico bueno como si eres el malo, no tienen la más mínima importancia. Les gusta sentir que sacan algo a cambio de su inversión, pero creo que la gente va al cine por una razón específica; la gente va al cine para enriquecerse y culturizarse, así como para distraerse y entretenerse. Yo sólo hago películas que me gustaría ver y, por lo general, no me interesa hacer remakes y menos de películas clásicas tan aclamadas y apreciadas como El Quinteto de la Muerte, pero esto es una película de los hermanos Coen y yo siempre he sido un gran admirador de sus películas. Así que no veo que haya ningún riesgo ni ningún peligro embarcándome en un proyecto como éste, la verdad es que sólo veo cosas buenas, cosas para disfrutar, explorar y descubrir por mí mismo, y ojalá la audiencia piense y sienta lo mismo. Y ésa es básicamente la manera que tengo de enfocar cada trabajo que se presenta.
-¿Ha visto usted la película original con Alec Guinness como inspiración para su interpretación en la película de los Coen?
-No, conozco la película y soy consciente de que es una de las más grandes comedias de los estudios Ealing, pero la verdad es que nunca la he visto. Sí he visto Oro en Barras y Ocho Sentencias de Muerte, así que sí sé que existen todas esas películas, pero no he visto El Quinteto de la Muerte. La verdad es que tampoco me he fijado en nadie para modelar mi personaje o mi interpretación, no he tenido ninguna base de la que partir, así que, lo crea o no, he partido desde cero. Me encantaría que pudiera leer el guión... Llevo dientes postizos, luzco una grandiosa barba... lentamente he ido construyendo el personaje, lógicamente con las aportaciones de los directores y las de tu propia conciencia. Ethan y Joel me hicieron un montón de sugerencias. Lo convincente de una película como ésta es que son todos unos estafadores natos.
-Los hermanos Coen son ya legendarios en el mundo del cine, ¿cómo ha sido para usted trabajar con esta “inusual” pareja?
-La verdad es que con ellos se respira calma, es todo muy relajante porque tienen su propio equipo, con el que han trabajado en casi todas sus películas, como Roger Deakins, que es el director de fotografía, y, no sé, todo el mundo sabe perfectamente lo que hay y lo que no hay que hacer. Muchas películas son un auténtico alboroto porque hay gran cantidad de personas involucradas y mucha presión, pero con todo el trabajo que los hermanos Coen han realizado en una habitación por sus propios medios han hecho una película tan completa en la forma del guión y a nivel visual a través de un story board tan explícito que para cuando tú has llegado ya tienen todo proyectado y planeado. Joel, el más alto, se ocupa de los planos, está siempre en frente de los monitores trabajando con el equipo de cámaras. Ethan está siempre ahí, detrás de ti, controlando todo por encima de tu hombro, y entonces viene y te dice...: “Esa línea no encaja, quizá quieras saltarte esa parte”. La verdad es que puedes ir con cualquier idea o sugerencia a cualquiera de los dos, no necesitan la aprobación del otro porque están en armonía total. Ya tienen la película en su cabeza meses antes de rodar, así que en el set dan rienda suelta a tu ímpetu, pero siempre saben, tienen muy claro la película que están haciendo, son un equipo adherente.
-Usted comenzó como cómico y luego fue virando hacia papeles más dramáticos; ¿está usted cómodo volviendo a la comedia ahora que ya ha demostrado que puede ser un actor serio?
No. La naturaleza de mis primeros papeles fue básicamente ésa porque no me hubieran cogido para ninguna otra cosa, eran los únicos papeles a los que podía aspirar porque no me tomaban en serio para nada más. Y a mí me entusiasmaba hacer comedia, pero según te vas haciendo mayor te gusta ser capaz de hacer otras cosas, explorar otros campos, ¿sabe? Cuando uno llega a los 36 ó 46, ya no estás interesado en las mismas cosas que cuando eres joven. Pero tampoco tengo esto planificado, no hay ninguna fórmula mágica. En este caso, lo que verdaderamente deseaba era hacer algo único y sorprendente, fuera de lo que he hecho hasta ahora; pero no hay nada planeado, lo que sea será; y, en cualquier caso, se puede mirar atrás a alguno de los llamados éxitos del comienzo de mi carrera, pero no fueron todos buenos, ¿sabe?
-¿No tuvo ningún tipo de escrúpulo a la hora de interpretar un ladrón de bancos que trata de asesinar a una anciana?
-Más allá de ser el profesor Dorr queriendo matar a la señora Munson, es un tipo muy educado con ella, él toma su té y lava sus platos. Es sólo ese insignificante problema de que ella sabe lo del dinero y eso garantiza su muerte; pero a él no se le ocurre, pues no sé... emparedarla en el sótano o algo así, porque él sabe que eso sería tremendamente cruel. Así que yo lo veo como un hombre correcto y educado que sólo quiere tener un buen salario...
-Mientras que la première europea de The Ladykillers ha sido en Cannes, The Terminal, de Steven Spielberg, será proyectada en el Festival de Cine de Venecia, ¿qué puede contarnos de esta película?
-Hago el papel de Victor, que llega a América para pasar las vacaciones de sus sueños; nunca ha salido de su país, el cual es un país ficticio de los Balcanes, como Bulgaria o Yugoslavia; y, mientras él está fuera, su país es retomado por los comunistas, que cierran las fronteras e inmediatamente todos sus papeles no valen; su pasaporte está invalidado y no le dejan pasar a Estados Unidos, pero tampoco tiene ninguna manera de volver a casa. Así que tiene que vivir en la terminal de salidas internacionales del aeropuerto Kennedy de Nueva York durante nueve meses; a partir de ahí, una serie de situaciones caóticas y estrambóticas se suceden. No es una auténtica comedia, aunque tiene muchas cosas graciosas; es una película dramática, trata de personas intentando salir adelante.
-¿Le preocupa lo que está ocurriendo en América, donde están recortando los servicios sociales mientras que los gastos militares no paran de subir? ¿Apoyaría al candidato demócrata para derrotar a Bush?
-Déjeme declarar que estoy muy preocupado y sopesando ese tipo de cosas; leo los periódicos todos los días y censuro y lamento las cosas que no me parecen bien o me parecen injustas. Mi idea es votar en noviembre. Me gustaría que pudiéramos hacer las cosas como Dios manda y acabar con todo esto; afortunadamente, tengo seis largos meses, seis interminables meses de lucha, de desorden, de dimes y diretes sobre los distintos procesos políticos... para poder así tomar una decisión. ¿A quién debería votar? ¿Cómo debería ser el presidente de Estados Unidos? No sé, creo que voy a dejar esa decisión para los días dos, tres y cuatro de noviembre, pero ya se me ocurrirá algo.
-Hizo una película con Spielberg sobre la Segunda Guerra Mundial, Rescatando al soldado Ryan, donde se muestra la brutalidad de la guerra mientras se glorifica el heroísmo de los soldados americanos. ¿Cómo siente usted la guerra hoy día?
-Las guerras son parte de la condición humana y hay veces en las que no se pueden evitar. Respecto a la Segunda Guerra Mundial, verdaderamente, si hubiera vivido en aquella época me hubiera alistado y hubiera ido a luchar, porque la mitad del mundo estaba esclavizado por un puñado de tiranos déspotas. Las guerras que hemos librado desde entonces son muy diferentes. Cuando se entró en la contienda de Vietnam y aquí empezamos a ver combates y luchas reales televisadas en directo, estaba claro que era otro tipo de guerra; se trataba de un país minúsculo en mitad de vete tú a saber dónde del que ni siquiera había oído hablar en mi vida. No había Hitler, no había Pearl Harbor, pero yo veía chicos que no eran mucho más mayores que yo diciendo por televisión que preferirían estar en cualquier lugar del mundo antes que allí; y no creo que ningún muchacho que haya visto Salvar al soldado Ryan salga del cine pensando “guau... tiene que molar atravesar una playa corriendo para morir gloriosamente”. Hay muchísima violencia en la película, muchísimas explosiones... pero nada de eso puede decirse que sea bonito, hay un montón de tiroteo y toda esa violencia tiene un comienzo y un resultado; vemos cómo las balas salen de la pistola y pasan a través del cráneo de un ser humano, lo que no resulta para nada glamoroso, ¿no? No veo cómo alguien puede aplaudir el ir a la guerra hoy día, nadie quiere mandar muchachos americanos para que maten o les maten los iraquíes, y mucho menos que nos los manden de vuelta en bolsas de plástico.
-Usted ha trabajado con Steven Spielberg más de una vez y, como con él, también ha repetido con directores como Nora Ephron, Ron Howard, Penny Marshall, Robert Zemeckis... ¿Hace esto su trabajo más fácil como actor?
-Es interesante porque una de las cosas más importantes de hacer una película es llegar a conocerse los unos a los otros, así que la primera vez que trabajas con alguien tienes que empezar desde cero; y durante el proceso de rodaje y todo lo que conlleva hacer una película determinas si te gusta o no te gusta esa persona. He trabajado con Ron Howard, Penny Marshall y Nora Ephron dos veces, con Steven y Bob Zemeckis, tres, y cada vez me he sentido aliviado, porque ya no teníamos que llegar a conocernos, podíamos directamente ponernos a trabajar. Me gusta llegar a un punto donde le pueda decir al director: “No te preocupes por herir mis sentimientos; si apesto, dime lo terrible que soy. Si quieres algo completamente diferente, por favor, dilo. Tienes que ser capaz de decirme lo que quieres”. Y Steven es increíblemente bueno para eso. Con el valor añadido de que nos apreciamos mucho, me hace reír a mí y yo a él, pero realmente lo mejor es la pérdida de autoconsciencia. A mí me hace sentir relajado y tranquilo porque él ha contado conmigo dos o tres veces, tengo su confianza para ir y buscar por dónde quiero y cómo quiero hacer mi trabajo, cuál es la manera para sacar lo mejor de mí, y no tengo que preocuparme si me voy en otra dirección, porque tengo la certeza de que él me lo va a decir sin preocuparse de herir mis sentimientos.
-También hizo el papel de otro héroe americano, el astronauta Jim Lovell en Apolo 13, bajo la dirección de Ron Howard. ¿Cómo ve el programa espacial hoy día, donde la gente parece que tiene la misma conciencia y entusiasmo que durante los años sesenta y setenta?
-Yo estaba en el instituto, así que tenía la edad perfecta para estar entusiasmado con el programa espacial; para mí era en parte historia y en parte lecciones cívicas y lecciones de ciencia, todo al mismo tiempo. Yo tenía 11, 12 y 13 años durante las misiones del Apolo 8 al Apolo 13, y conocía todas las tripulaciones, cuáles eran los objetivos de la misión... Era como la antítesis, porque lo de Vietnam también estaba sucediendo al mismo tiempo, que no fue otra cosa que un desastre nacional, eso por un lado; y por el otro, aquí pasaban cosas como que el hombre iba a caminar por la Luna, ¿no?, o era cuestión de tiempo, y cuando ocurrió me sentí muy afortunado de estar vivo y poder ver eso en televisión. En mi opinión, la exploración del espacio es algo increíble, y es algo que debemos hacer. No entiendo cómo podemos estar en la Tierra y considerar que ya hemos explorado todo lo que debíamos explorar sólo por haber llegado a la Luna. No es un pensamiento político, sino más bien filosófico, no puedo ni quiero imaginarme que abandonemos, bien por la vía política o la de la industria, la idea de que tarde o temprano vamos a tener que dejar este planeta y buscar nuevos caminos para salvarlo mientras estamos aquí. Y eso requiere subir ahí arriba, aunque cueste cantidades ingentes de dinero, y en ocasiones hay que lamentar pérdidas todavía más costosas.
-Usted recibió el segundo Globo de Oro y su primer Oscar por su adorable interpretación de un abogado homosexual enfermo de Sida en Philadelphia, ¿qué le aportó, qué le enseño a nivel personal esa película y también si usted esperaba que ayudara de algún modo a cambiar la actitud de la gente?
-Fue totalmente surrealista, hubo algunos momentos dolorosos y algunos desternillantes. Los hombres con los que hablé, tipos que estaban totalmente infectados por el virus, pero estaban increíblemente abiertos a las preguntas más osadas que jamás se me hubieran ocurrido preguntar, cuando no se reían de mi estupidez, respondían directa y abiertamente sobre su pasado, su adolescencia, su sexualidad, su salud; estaban abiertos a todo, me dieron muchísimos pequeños detalles que me ayudaron y me hicieron sentir que tenía mucho más en común con ellos de lo que jamás hubiera imaginado. Hemos crecido con estos prejuicios de los que no podemos deshacernos porque son parte de nuestros pilares y, aunque me considero dentro de los blancos heterosexuales americanos más abiertos de mente, siempre hay cosas que te chocan; recuerdo que pensaba “ahora entiendo que estamos todos hechos de la misma pasta”. Si hay algo que no estamos haciendo bien es que no nos preocupamos los unos de los otros lo suficiente. Como análisis final, creo que los Estados Unidos de América deberían ser capaces de ser tolerantes con aquellos con los que no estamos de acuerdo en cualquier aspecto de la vida, se supone que debemos ser capaces de vivir los unos con los otros y preocuparnos por el bienestar de todos, saludar cuando te levantas por la mañana a recoger el correo. Parece que eso ha dejado de hacerse. Si había cualquier tipo de mensaje político en Philadelphia era, precisamente, la idea de tolerancia con nuestros vecinos.
-Siendo como es, un tipo brillante de hoy día, ¿es usted un padre más cercano y afectuoso con sus hijos de lo que fueron sus padres con usted?
-Sí, desde luego no paramos de abrazarnos... creo que, como padres, mi mujer y yo somos tremendamente afectuosos, abrazamos y besamos a nuestros niños muchísimo, siempre lo hemos hecho así, pero sí es cierto que hubo tiempos donde los padres no sabían cómo hacer eso; la realidad, especialmente para aquellos que crecieron en los años treinta y cuarenta, era que los padres no abrazaban a sus hijos. Tampoco hablaban con ellos, no tenían conversaciones entre ellos sobre lo que ocurría en sus vidas. Con mi padre, que murió hace unos años, solíamos darnos bruscos apretones de manos y un par de incómodos y torpes abrazos; pero se trataba de un hombre que fue a la guerra y que simplemente no sabía cómo hacerlo, así era... pero, sin embargo, sí que lo hizo con mis hijos, quería muchísimo a sus nietos. Creo que, de alguna manera, es ahí donde la sociedad ha llegado a ser más progresista, el hecho de que ahora vemos como una buena cosa el hablar con nuestros hijos y abrazarles.
-Ha hecho muchos papeles románticos, ¿es usted un romántico en la vida real?
-Soy el hombre más romántico del planeta, y creo en el romance como un sentimiento puro, no hablo de sentimentalismos baratos. Así que, cuando quiero ser verdaderamente romántico, trato de pensar en la conexión más personal que sólo comparto con mi mujer; a veces le regalo flores sin motivos, otras veces es ir a sitios donde sé que algo mágico puede suceder y me pongo muy serio con lo del día de San Valentín, me aseguro de que mi mujer reciba algo que le haga saber que no hay un San Valentín en mi vida sino una Rita Wilson. Mi mujer es adorable, llevamos casados 15 años y todavía me resulta hermosa y misteriosa.
-¿Cómo se interesó usted por la interpretación?
-Yo nací en el norte de California y me moví mucho por la zona de la Bahía y Sacramento, fui a una escuela pública con una estricta educación; y en los sistemas escolares locales era mejor que tuvieras algún interés por hacer algo; de otro modo no tenía sentido ir a la escuela. Cuando estaba en el instituto en Oakland, yo pensé que los chicos que había en los departamentos deportivos eran un poco pringados, así que empecé a salir con la gente del departamento de teatro, los cuales me parecían más interesantes. Al principio sólo quería trabajar en teatro, fui incluso director de escena en el colegio y en la universidad, montaba espectáculos, colgaba luces... era igual de satisfactorio y un lugar agradable. Pero la verdad es que actuaba porque me parecía muy divertido y siempre daba la nota, por eso la gente me quería en sus espectáculos.
-¿Qué actores admiraba usted cuando era joven? ¿Hay alguno en el que se fijara especialmente para ir aprendiendo?
-Mi actor favorito es Tony Curtis, es uno de esos tipos que se merece todo nuestro afecto y admiración. Me veo identificado con él en el hecho de que se vistiera de mujer en Con faldas y a lo loco, con Jack Lemmon, que es exactamente lo que yo tuve que hacer en la serie Bosmo Buddies; en que tenga el pelo rizado, porque yo tengo un pelo horrible, está tan rizado que en lugar de crecer largo crece para arriba. Aparte de eso, mi trasero es grande y mis muslos gordos, mis hombros estrechos y una nariz que me da aspecto de bobo, mis ojos son tan pequeños que parezco tener parte china... así que no creo que me pueda comparar con ninguna de las estrellas del cine clásico, por lo que nunca los vi como modelos a seguir. Pero admiro a los actores que todos admiran: James Stewart, Cary Grant, Henry Fonda... iban inventando la interpretación a medida que interpretaban. Soy un gran seguidor de Jason Robards, Jack Lemmon, Michael Caine. También me gustan Lee Marvin, Charles Bronson y ese estilo suyo para meter puñetazos.
Produce filme sobre Afganistán
Las balas parecen ser un buen negocio para el actor Tom Hanks. Luego de producir la serie Band of Brothers y protagonizar la película Salvando al Soldado Ryan, Hanks producirá ahora un filme basado en la novela Charlie Wilson's War de George Crile.
La película -que será escrita por Aaron Sorkin, creador de la serie The West Wing- describe las manipulaciones que realizó el congresista George Wilson en los años '80 para armar a los rebeldes mujaidines contra las tropas de ocupación soviéticas en Afganistán.
Wilson logró convencer a la CIA para constituir un plan secreto de ayuda a los rebeldes, a espaldas del pueblo norteamericano. La cinta promete dejar al descubierto varios cabos sueltos de la política exterior norteamericana en los años '80.