“Sigo pensando que metieron la mano, no sé si blanca o negra, para manipular este asunto”.
Andrés Manuel López Obrador
Andrés Manuel López Obrador ha cometido muchos errores jurídicos, pero muy pocos de orden político. Por eso asombra su posición frente a la gigantesca manifestación popular contra la inseguridad que se llevó a cabo en la ciudad de México —y otras ciudades del país— este pasado domingo 27 de junio.
Me queda claro que el movimiento de protesta no lo organizó el PRD, lo cual coloca a López Obrador en una posición incómoda. Pero aun así él pudo haberlo aprovechado o cuando menos haberle mostrado respeto. La delincuencia, después de todo, no es un fenómeno que afecte únicamente a la ciudad de México ni que haya empezado el cinco de diciembre de 2000, el día de la toma de protesta de Andrés Manuel. El jefe de Gobierno de la capital debió haber manifestado cuando menos comprensión del hartazgo de la sociedad ante la delincuencia y expresado un compromiso de renovar esfuerzos para combatirla. Además, debió haber reconocido que los cientos de miles de personas que se manifestaron el domingo pasado no eran simples títeres de una manipulación. Una vez hecho esto, pudo haber aprovechado la ocasión para mostrar sus estadísticas que señalan un descenso en el crimen y ofrecer su consabida fórmula de que el crimen es un producto natural del “neoliberalismo”.
En lugar de optar por esta solución, que habría mostrado cuando menos sensibilidad ante la angustia en que millones de mexicanos viven por la delincuencia, López Obrador prefirió cuestionar la integridad de los participantes en la manifestación. Decidió además mandar por delante, incluso antes de la manifestación, a un pésimo portavoz, el agresivo subsecretario de Gobierno Martí Batres. Si hubiera escogido a uno más diplomático, quizá el reflexivo secretario de Gobierno Alejandro Encinas, el mensaje habría sido diferente. Pero lo que ha salido del Palacio de Gobierno de la ciudad de México en los últimos días parece una declaración de guerra —o cuando menos de desprecio— en contra de cientos de miles de mexicanos cuyo único pecado es protestar contra el crimen.
Esta parecería la peor actitud posible. No hay en lo político mucho qué ganar con ella. Sólo los simpatizantes más duros de Andrés Manuel —los que de cualquier manera nunca votarían por otro partido que no fuera el PRD— la han aplaudido. Pero López Obrador ha perdido un terreno crucial entre los votantes moderados, aquéllos cuyo respaldo le resulta indispensable para conquistar la Presidencia de la República. Lo peor de todo es que lo ha hecho de manera innecesaria. Después de todo, el jefe de Gobierno no está a favor de la delincuencia.
¿Por qué actuó Andrés Manuel de esta manera? En los últimos días he escuchado varias hipótesis.
Hay quien me dice que el siempre astuto jefe de Gobierno de la capital está jugando una carambola de cuatro bandas que al final terminará por beneficiarlo políticamente. Muchas veces ya, de hecho, Andrés Manuel ha sacado provecho de situaciones que parecían insalvables. Pero yo, cuando menos, no veo cuál pueda ser esa compleja maniobra que le permitiría caer de pie como felino en una acción en la que ha antagonizado a tantos mexicanos.
Otros sugieren que López Obrador prepara ya su salida del Gobierno del Distrito Federal para enfrentar el fallo por desacato que le ha decretado la justicia federal. El propósito sería cumplir la pena necesaria antes de que empiece el proceso electoral de 2006 y quede inhabilitado para competir. Pero no se ve con claridad por qué el cuestionamiento de la manifestación pudiera ayudarle en esta salida a un problema legal.
La otra explicación es la más simple, la más plausible y sin duda la más preocupante. López Obrador, dejándose llevar por su ideología y sus fobias, así como por un cerrado grupo de asesores y funcionarios que no le permite conocer puntos de vista distintos, simplemente se equivocó y se niega a rectificar.
No deja de ser significativo que varios miembros distinguidos del PRD le han pedido a Andrés Manuel que reconsidere y asuma una actitud de mayor sensibilidad ante la exigencia de seguridad. Carlos Navarrete, secretario general de su partido, ha reconocido que “en el PRD no ubicamos a tiempo la magnitud de la demanda ciudadana”. Ésta es la actitud que López Obrador debería adoptar para enmendar lo que bien puede ser su mayor error político en tres años y medio de Gobierno.
Mandato popular
La insensibilidad de López Obrador no justifica los llamados a su renuncia. El jefe de Gobierno de la ciudad de México tiene un mandato emanado de las urnas. En los últimos tiempos, con la multiplicación de demandas de juicios políticos, muchos mexicanos han olvidado la larga lucha que dimos por la democracia.
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