dicen los expertos que un error en política que no es corregido a tiempo produce una serie interminable de errores que tarde o temprano conducen al fracaso.
Así ha sucedido con candidatos que toman una decisión incorrecta en una campaña y pierden la elección o con gobiernos que emprenden un plan o estrategia equivocada que los conduce a su renuncia anticipada o a perder la reelección.
George w. Bush está precisamente en esta situación a raíz de la guerra de Irak que se ha convertido en un calvario, peor quizás que el caso Lewinsky de Bill Clinton o el Irán-Contras de Ronald Reagan.
El error del Gobierno de Bush fue entrar precipitadamente a una guerra sin el apoyo internacional que se ha complicado horriblemente a pesar de la pronta caída del régimen de Saddam Hussein.
De marzo de 2003 cuando iniciaron los primeros bombardeos sobre Bagdad a la fecha los errores se han sucedido uno tras otro y a pesar de la aplastante superioridad militar del Ejército norteamericano las bajas crecieron sustancialmente al tiempo que los costos de mantener a 130 mil efectivos se han disparado a las nubes.
Hasta el pasado 15 de abril sumaban 789 soldados de la Coalición muertos en la guerra y por lo menos tres mil heridos.
Desde el inicio de la guerra el Congreso aprobó recursos por más de 160 mil millones de dólares y se espera que en lo que resta del año se autoricen por los menos 50 mil millones más.
La invasión de Irak de 1991 costó 61 mil millones y el 80 por ciento fue financiada por los aliados americanos. Ahora los Estados Unidos tendrán que pagar prácticamente el total de por lo menos 200 mil millones de dólares que habrá de costar la cruzada militar.
Este impresionante gasto se refleja en una recuperación económica pero con graves distorsiones lo que mantiene preocupados a los mercados financieros.
Alza en las tasas de interés, incremento en la gasolina y un posible disparo en la inflación, son algunos de los efectos de este gasto militar que tarde o temprano repercutirá en los bolsillos de los norteamericanos y desde luego en la economía internacional.
Por si fuera poco el Gobierno de Bush sufre desde hace días el descrédito por los prisioneros iraquíes torturados a manos de efectivos norteamericanos, lo que ha significado una vergüenza para un país que había sido el adalid de los Derechos Humanos en el mundo.
El escándalo de la prisión Abu Ghraib no tiene nombre y más todavía porque no se cuenta con una explicación razonable de este espectáculo tan deplorable.
Existen más de mil fotografías y varios videos de los abusos que fueron realizados presumiblemente entre septiembre y diciembre de 2003, pero revelados a la opinión pública hasta mayo pese a que los jefes militares conocían los hechos de tiempo atrás.
Las autoridades culpan a los siete soldados involucrados pero ellos dicen que sólo recibieron órdenes. Hay evidencias de que agentes de la CIA estuvieron involucrados en las torturas y además no es la primera vez en los últimos dos años que elementos del Ejército yanqui son investigados por abusar de prisioneros de guerra.
Lo anterior indica que las tropas norteamericanas no están preparadas para una guerra de tal naturaleza, o peor todavía, que han debido recurrir a técnicas infrahumanas para obtener información que los conduzca a una victoria militar.
Para remediar tantos errores hay que empezar por el retiro militar, entregar el control de Irak a las Naciones Unidas, abrir las cárceles a observadores y castigar sin reticencias los abusos de los soldados.
Lamentablemente el Gobierno de Bush se empeña en hacer lo contrario con tal de justificar una guerra que todavía resulta inexplicable para el mundo entero y que ayer agregó una nueva baja con un norteamericano decapitado por islámicos en venganza por lo ocurrido en Abu Ghraib.
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