Solía alardear don Delfín Valdés, presidente municipal de Saltillo en los años veintes, que para él no entrañaba ningún misterio la administración pública, sólo era cuestión de manejarla como un tendajo. Y así explicaba su fórmula de éxito: “…cuánto dinero entra, cuánto sale, cuánto queda y cuánto te echas a la bolsa”.
Si don Delfín hubiera vivido en los actuales tiempos sería, a lo menos, Secretario de Estado pues su modo de pensar podría coincidir, en lo esencial, con el que sostuvo durante su campaña electoral don Vicente Fox Quesada acerca de la administración de las entidades públicas. “Hay que operarlas bajo criterios empresariales”.
Parece haber algo más que eso en la miga del asunto. Un informe de las secretarías de Hacienda y de la Función Pública (La Jornada siete de junio) reporta a los diputados que no se ha podido generalizar en el Gabinete la práctica gerencial moderna, ni cuenta con arraigo suficiente para ampliarse y profundizarse. Agrega la nota periodística que “continúa la duplicidad de funciones, el exceso de trámites, la denominada “sinergia” no existe en la práctica, se planean obras sin respaldo presupuestal y operan grupos fácticos de poder (como) estructuras oficialmente inexistentes”.
Allá por 1982 Miguel de la Madrid pensó modernizar a la clase política del PRI y creó el concepto “yupización” para eliminar a los priistas antiguos sustituyéndolos con elementos jóvenes y sabihondos que recién retornaban al país una vez cumplidos sus estudios de post-grado en universidades extranjeras, sobre todo Harvard, Princeton o Cambdridge. Los “mexican nerds” que fueron a estudiar a otros países con jugosas becas serían próximos funcionarios del Gobierno mexicano y de su partido y con ello los protagonistas de la contra reforma ideológica.
Existía el campo propicio en la queja permanente de la iniciativa privada sobre la “pésima” administración de los recursos públicos. Los políticos, argüían los quejosos, no sabrían operar un negocio privado, ni tenían una mínima idea de cómo leer un documento contable; mucho menos podrían tomar buenas decisiones para corregir lo que estorbaba el difícil sueño de los empresarios mexicanos y extranjeros: que México caminara en orden, por la sombrita y por la derecha. La solución era el concepto global de la economía y la correcta administración pública.
El presidente Carlos Salinas de Gortari fue caponero de la caballada de Troya que penetraría en el amplio vientre del Partido Revolucionario Institucional. En la campaña presidencial de MMH se hizo cargo del IEPES del PRI y desde ahí inició la tarea de introducir la cabeza, las patas delanteras y las patas traseras de un metafórico equino de madera que contenía el equipo humano para la reorganización interna del PRI. Salinas tuvo ingerencia en la selección de candidatos a diputados y senadores y después en la integración de las comisiones de estudio de ambas cámaras, especialmente en las de Hacienda y Crédito Público, Gobernación, Programación y Presupuesto y otras por el estilo. Muchos de estos protagonistas serían, a su tiempo, funcionarios en las correspondientes dependencias del Poder Ejecutivo y laboriosos activistas en pro de la postulación del propio Salinas de Gortari, quien llegó a costa de primero descomponer otro sistema: la computación de sufragios.
Los viejos priistas veían demudados lo que sucedía en su partido, pero estaban muertos de miedo. Los paralizaba el conocimiento profundo del poder presidencial, fuera quien fuera el presidente, y todo se les iba en cuchichear sobre la gravedad de la situación, sin que nadie atinara a levantar la voz y proponer acciones concretas para evitar lo que tan obviamente se llevaba a cabo. El PRI empezó a ser un partido denostado desde Los Pinos. Se le criticaba el sistema de corporaciones, su plataforma ideológica y su programa de acción dirigido a la protección de las clases sociales depauperadas; se creaban otros partidos, en sus propias narices y con su obligada complicidad. Se apoyaba a su tradicional enemigo, el PAN, para que ganara con los métodos del PRI elecciones estatales y municipales que antes jamás había ganado. Y sobre todo, se conseguía una actitud obsecuente de la dirigencias nacional del PRI ante la organizada contra reforma constitucional que dio vuelta a la tortilla de los grandes cambios que tuvieron lugar en más de cien años de vida pública mexicana.
Sucesos planeados en los adentros del Gobierno Federal, otros meramente circunstanciales, que al encadenarse nos pusieron ante el pronóstico que ayer leímos: al Gobierno le falta mucho para llegar a ser eficiente como un negocio, o al menos para ser manejado como tal. ¿Qué irá a suceder en julio de 2006? ¿Retomará el PRI la dirección política de la Nación? ¿Repetirá el PAN, con otro personaje principal, su carrera de triunfos políticos y desatinos en la conducción de la República? ¿O quizás Delfín Cepeda tenía razón?…