John Rawls, profesor de la Universidad de Harvard escribió un libro que se ha discutido y aceptado como útil para la comprensión de la sociología moderna; se titula “Teoría de la Justicia” y se ocupa de tratar de definir lo que es socialmente justo y lo que no lo es.
Parece ser que este autor, que es leído por todos los pensantes del mundo, no es conocido en la Casa Blanca ni por la gran mayoría de los políticos norteamericanos, particularmente algunos fundamentalistas como George W. Bush y camarilla, que basan sus ideas y acciones radicales en la aparente búsqueda de bien común, omitiendo escuchar a quienes tratan de hacerles ver lo rico del pensamiento humano; o ¿será porque va contra sus intereses?
Dice el autor del libro que “la justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad es de los sistemas de pensamiento”. Y desde ahora le recuerdo otras dos máximas de pensadores que tratan de encontrar la verdad; una dice: “la justicia legal no necesariamente incluye la verdad moral”, refiriéndose a que la aplicación de la Ley, que quizá llegue a ser injusta en términos morales; la otra: “muchos arreglos institucionales pueden ser eficientes; pero no por eso son necesariamente justos”.
Estas dos sentencias caen como anillo al dedo para definir la actitud del belicista Bush en relación a su particular guerra contra Saddam Hussein, preso, prácticamente incomunicado, alejado de la prensa y la posibilidad de expresarse, controlado y sin que aún se le demuestren las dos acusaciones que sirvieron de base para hacerle la obsesiva guerra a Irak; tampoco aparecieron armas atómicas, químicas o bacteriológicas; ni pruebas fehacientes de que haya tenido algo que ver con la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York.
Así, la verdad legal le permitió a Bush atacar apoyado en las Cámaras de Representantes y Senadores de la Nación más poderosa del mundo y con el visto bueno de las instituciones políticas y sociales, sin respetar la voluntad del mundo, que era contraria a la guerra, a excepción de los Gobiernos de Inglaterra y España; ambos países engañados, ¿o dejándose engañar?
El mundo moderno es un planeta globalizado; ahora al hablar de instituciones se incluye el concepto de totalidad; siendo así, éstas tienden a ser universales, como el caso de la Organización de Naciones Unidas, la del Tratado del Atlántico Norte o la de la Mundial de la Salud, por citar tres de las más conocidas.
Si está de acuerdo con esa idea, entonces también lo estará con el hecho de que ya no es posible aceptar acciones tomadas por una sola nación o un grupo en particular, por muy poderoso que sea, porque la democracia incluye a la verdadera justicia, si es que se quiere atender al real concepto de libertad.
Una sociedad globalizada tiene orden cuando procura el bien común y al interior ejecuta una verdadera aplicación de la justicia; cuando el interés privado se somete al interés colectivo; dicho de otra manera: cuando la satisfacción de los intereses particulares se limitan por el respeto a los demás.
A la fecha tampoco se han aclarado ninguna de las acusaciones hechas contra el presidente Bush, en relación a que con sus acciones bélicas respondió a intereses particulares, sobreponiéndolos a los generales; cuidó más sus ideas de globalización, sobreponiéndolas a otras como justicia, ecología, democracia, seguridad nacional, ordenamiento, acatamiento a la voluntad de las Naciones Unidas y hasta el interés económico del pueblo norteamericano.
Si el fundamentalismo lo llevó al uso de la fuerza con Irak y al conflicto con el mundo talibán, igualmente lo ha orillado a agredir a sus vecinos pobres, atropellando la dignidad de nuestros paisanos, derecho humano insustituible; usar “balas de goma”, animales entrenados para agredir al ser humano o construir un muro que marque las desigualdades, que suplen al simbólico derribado en Berlín, son acciones que definen las reales posturas xenofóbicas. Por algo, el salvaje Osama bin Laden le contestó por televisión con aquello de “ojo por ojo y diente por diente”.
La justicia como equidad ha sido enunciada por todos los pensadores del presente y se refiere a que los seres humanos tenemos derecho a la libertad igual a la de todos; además, afirman que las desigualdades sociales y económicas deben ser previstas y atendidas.
El maestro de Harvard ha ido más allá al aseverar que “nadie puede renunciar a su libertad civil y/o política por obtener supuestas ventajas económicas”. Le escribo este pensamiento para que lo reflexione y lo aplique al trato injusto que dan a los mexicanos emigrados a E.U.A., en relación a sus derechos de igualdad en la atención a las necesidades humanas, tan elementales como la salud o el derecho a poseer y manejar un vehículo automotor.
Tal parece que no cuentan los múltiples acuerdos mundiales que definen claramente el derecho de las personas a ser tratadas como tales.
La verdadera democracia defiende a la justicia social, política y económica; hace notar que los seres humanos somos únicos e irrepetibles, pero que nos sometemos al concepto de organización política basada en la democracia, donde se respeta y defiende el “principio de diferencia” que afirma que quienes gozan de una mejor situación sólo pueden ser justos si aplican sus posibilidades del poder que poseen a buscar que, además de ser más productivos con los bienes, busquen llenar las necesidades básicas de los desprotegidos, ayudándoles a cumplir las expectativas de satisfacer sus necesidades básicas. En ese tema, los laguneros tenemos muchas anécdotas de empresarios extranjeros que “vienen por lo suyo” a costas de nuestros industriales, comerciantes y trabajadores, aunque justo es decirlo, también hay varias excepciones, que trabajan hombro con hombro con los nuestros, dando cumplimiento a la sentencia de ideal democrático.
Por si fuera poco y para evidenciar más a los injustos, la teoría del doctor John Rawls define lo que él llama “circunstancias de justicia”, refiriéndose a las condiciones por las que es posible y necesaria la cooperación de los hombres. Dice que hay identidad de intereses desde el momento en que la cooperación social hace posible, para todos, una vida mejor y que hay conflicto de intereses, porque los hombres no son indiferentes a la manera en que se reparten inequitativamente los beneficios.
Lo anterior no lo entienden ni aceptan los fundamentalistas, ni los radicales o los absolutistas, que son democráticos sólo por definición y en apariencia política y que además gustan de camuflajearse con falsas posturas religiosas.
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