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Estado de sitio en la capital

José Santiago Healy

Washington.- La capital majestuosa de la primera potencia del mundo está prácticamente sitiada a escasos días de cumplirse tres años del fatídico septiembre 11.

La alerta naranja está señalada en las pizarras electrónicas de las autopistas y en el radio las noticias y comentarios centran su atención en los atentados terroristas.

Quienes han visitado Washington cinco, diez o veinte años atrás no pueden dar crédito de lo que puede ocurrir cuando el pánico y el terror se apoderan de un país, mejor dicho de un Gobierno.

En los aeropuertos Ronald Regan, Dulles y el de Baltimore la vigilancia y las colas son extensas. Cada vez se observan en Estados Unidos más equipos para detectar armas y explosivos, pero cada vez son más lentos y engorrosos.

La humedad es elevada y el calor soportable gracias a la pertinaz lluvia que cae durante el día. La ciudad está verde por doquier y puedes caminar en los alrededores del Capitolio a cualquier hora del día y de la noche, pero siempre en medio de retenes, patrullas y agentes policíacos.

“Estamos peor que en los tiempos duros del comunismo”, comenta un taxista de origen hindú con más de treinta años de residir en Norteamérica.

—¿Cree usted posible un nuevo ataque terrorista—preguntamos de inmediato.

“Imposible”, dice el hombre del volante. “Con tantas medidas de seguridad ni un loco se atrevería a un atentado, Todo esto es un show business y está relacionado con las elecciones de noviembre”, asienta sin titubeos.

Efectivamente, pareciera que en esta ciudad hasta los movimientos de las hojas de los árboles obedecen a los tiempos electorales.

Se observan a diestra y siniestra edificios en remodelación, plazas en construcción o simplemente banquetas que se rehabilitan a pasos acelerados. La sospecha es que el Gobierno de George W. Bush está tirando la casa por la ventana por dos razones.

La primera para repartir contratos a manos llenas entre sus amigos que apoyaron la campaña de reelección. Hay que compensarlos antes de que termine la gestión, no vaya a ser la de malas y finalmente John Kerry se salga con la suya.

La segunda es tener una capital esplendorosa para la toma de posesión el 20 de enero del 2005. Para Bush y su equipo alcanzar la reelección es más que un deseo, es una dulce venganza contra los demócratas que derrotaron a Bush padre en 1992.

Visita rápida a la embajada de México en la calle Pennsylvania a escasas cuadras de la Casa Blanca. El edificio de ocho pisos luce espléndido. Desde la entrada se respira un ambiente amigable, los colores patrios adornan las oficinas y una enorme bandera cae desde lo alto en el interior del edificio.

Ahí trabajan no menos de 200 empleados, no sabemos qué tareas tendrán tantos connacionales ni tenemos tiempo para averiguarlo. La entrevista con el embajador Carlos de Icaza se va rápido y sin más contratiempos que un pequeño desperfecto en nuestra grabadora.

Como diplomático de carrera se muestra cuidadoso en sus declaraciones pero no tiene empacho en asegurar que el acuerdo migratorio se concretará tarde que temprano porque a los norteamericanos les urge mano de obra barata y calificada.

De Icaza asegura que la voluntad de los líderes republicanos y demócratas, además del Gobierno de Bush, hacia la necesidad de un acuerdo migratorio es cada vez más notoria.

Salimos de Washington el nueve de septiembre y dos días después se confirmaría que no hubo atentados en toda la Unión Americana. El show business funciona a la perfección al grado que el señor Bush toma ventaja en las encuestas.

¿Hasta dónde llegarán las medidas de seguridad en Washington si George W. Bush se reelige por otros cuatros años?

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josahealy@hotmail.com

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