Mucho podemos decir en favor de la democracia, aunque este sistema político haya sido puesto en duda por los filósofos griegos cuando dialogaban para entender qué era un político, qué tipo de persona conduciría mejor a la sociedad humana y cómo deberían ser regidas las polis para alcanzar una vida en paz, con sabiduría, justicia y libertad. A nosotros, los mexicanos del siglo XXI, este problema nos tiene sin cuidado. Y más la filosofía... En nuestra existencia individual y social vivimos día tras día; cada jornada plantea su propia carga de preocupaciones y de dichas, así que nos inquietamos sólo por las de hoy... ¿Y las de mañana? ¡Que sea lo que Dios quiera!..
Pero en la sociedad de los zoones politikones no se trata de hacer eso, sino de concebir y aplicar fórmulas eficientes de lograr la participación de los ciudadanos en la actividad política con el fin de no retornar al centralismo autoritario que vivimos durante más de 70 años, bajo la vieja omnipotencia presidencial y la obsecuente cortesanía de los dirigentes del Partido Revolucionario Institucional.
¿Por qué el Gobierno nacional no concerta con los Gobiernos de los estados una verdadera y completa federalización de responsabilidades y recursos económicos? El modelo estadounidense, que tanto admiran nuestros politólogos, constituye un federalismo actuante y funciona muy bien, pues cada Gobierno local es responsable de resolver los diversos problemas que se presentan en sus límites geográficos, de hacer sus propias leyes, de imponer cuotas fiscales a los ciudadanos, de operar los órganos de justicia del fuero común, de tener sus propios cuerpos de seguridad pública; de construir y vigilar sus vías terrestres de comunicación; bueno, en síntesis, de dar vigencia positiva al federalismo que dio vida a la unión de estados en el país del norte.
Sí, lo sabemos: tenemos una parecida estructura orgánica, pero ¿por qué allá funciona en la realidad y aquí sólo está apuntada en el articulado de la Constitución federal? El Gobierno de la República llena su plato con la sopa de las facultades públicas, mientras que a las entidades federativas no les queda otra alternativa que estirar la mano para mendigar del Gobierno central los recursos económicos que resuelvan sus necesidades y carencias. Los partidos políticos mexicanos fueron clonados, en la práctica, del antiguo sistema centralista y autoritario que operaba en el Gobierno Federal. Hoy como ayer todas las candidaturas se deciden en el Comité Ejecutivo Nacional de los partidos, no solamente en el PRI. El perfil de los candidatos corresponde, entonces, a una visión centralista de control político, como fue en los tiempos de la dictadura porfirista y de la omnipotencia priista. Pero si los mexicanos deseamos una vigorosa actividad democrática necesitamos empezar por descentralizar a los partidos políticos. El centralismo político, uno más de tantos que nos oprimen, constituye una rémora en el avance democrático de la nación. La solución es crear partidos estatales en cada entidad de la República. ¿Y la ideología qué? preguntarán los lectores. Les respondo: ¿Cuál ideología, cuáles ideologías? ¿Tienen en verdad algún ideario los llamados partidos grandes? ¿La postulan? ¿La discuten? ¿La imponen?... Claro que no.
Otra objeción obvia podría ser la indisciplina que podría presentarse en el caso de la elección o selección de candidaturas presidenciales. Nada difícil de resolver en el marco de la teoría, pero también en la realidad, si los partidos estatales consideraran pertinente la creación, entre todos, de una confederación nacional para el fin de competir en las elecciones federales de presidente de la República y en la emisión de opiniones críticas para el mejor desarrollo de la nación; de ahí para abajo: las candidaturas a senadurías, a diputados federales, a gobernadores de los estados, de los ayuntamientos y de legisladores locales deberían ser votadas por la militancia estatal de acuerdo a su libre entendimiento y a los superiores intereses de cada entidad federativa.
Sí cómo no, dirán los escépticos y tendrán razón al dudar de esta propuesta; parece ingenua o demasiado optimista. Sin embargo, fíjense: desde 1968 esperábamos un cambio político en la República y el más cercano tardó 30 años más, o sea cinco sexenios, hasta que se celebraron los comicios del año 2000 y éste fue sólo un avance parcial: el del voto para lograr la esperada alternancia. El cambio verdadero no llegó, ni ha llegado, porque el PRI no acaba de irse, el PAN no decide si quedarse o no en Los Pinos y el PRD no se sabe qué va a hacer, de tan corrupto y enredado que está. No ha cambiado la política en México porque la membresía de los partidos está secuestrada por la ambición de sus dirigentes, quienes día con día reviven las estériles pugnas del pasado para ocultar su sed de poder. El desarrollo político del país, que podría ser también el de sus organizaciones políticas, les importa un bledo. El PRI, el PAN y el PRD están convertidos ahora en auténticas estatuas de sal, por anclarse en el pasado sin abrir los ojos al futuro...