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Este mundo

Emilio Herrera

¿Cuántas veces hemos oído y una que otra dicho, que todo tiempo pasado fue mejor? No diré que más de las que recordemos sino que más que las que imaginemos porque, en verdad, han sido sin cuenta. Particularmente en los últimos días he dado vuelta a las páginas de “El Siglo de Torreón” y ¡ahí están!: la gente que se quita la vida por sí y la que se la quita a otros, en algunos casos niños que apenas han traído al mundo. Debe ser terrible eso de llegar a decidir que este mundo, la vida en él, es insoportable. Y creer que los días por venir ya no traerán ningún cambio a la suya, cuando a diario están cambiando la de tantos. No sé cuánto tiempo, traducido en años, habrán vivido nuestros primeros padres en el Paraíso, pero, los que hayan sido habrán sido los suficientes como para estar hasta la coronilla del mismo paisaje: de haber quedado ciegos no se habrían tropezado con ninguna piedra, pues de tanto caminar por donde siempre ya se sabrían de memoria hasta la más pequeña.

Sin embargo, todos lo sabemos, jamás pensaron en dejarse caer de cabeza del árbol más alto o dejarse ahogar en el río más cercano. Salir de allí, eso sí que lo pensaron y más de una vez, hasta dar con la manera, de la que la serpiente no fue culpable sino chivo expiatorio, convencida por Eva que, lo que sea, si no más lista sí fue más atrevida que su pareja, quien le sugirió irle a Adán con el cuento de la manzana.

En realidad nadie se va de este mundo tan rápidamente como parece. No sé si la memoria de quienes le conocieron, familiares y amigos, es una especie de purgatorio, para ellos, no para quienes le recuerdan, pero, lo cierto es que en ellas los desaparecidos permanecen por muchos años, vivitos y coleando y más si fueron anecdóticos, pues si tal es el caso, la memoria que de él guardan los que con él convivieron pasará a la memoria de otros prolongando ese vivir pasado que fue mejor de lo que él creyó, al despacharse a lo que hemos dado en llamar eternidad y que a lo mejor es un lapso, tiempo entre dos límites, para entrar a otro, como me dice Mague, secretaria llena de filosofía.

En estos casos se habla de un perdimiento: de que hemos perdido a alguien, pero nada de eso, ni perdemos a nadie ni los que se van a donde no sabemos nos pierden a nosotros; de ello casi todas las religiones dan la esperanza de que así será.

Una de las personas de que tengo más antigua memoria, aparte de mis familiares, es mi “compadre” Leandro, acaso por eso, porque mi recuerdo va unido a ese tratamiento. Vivía en el rancho de Arcinas que trabajaba mi tío Manuel y como comerciaba con algo, venía cada semana a Torreón y siempre pasaba a saludar a mamá Lola, mi abuela y en tales ocasiones me saludaba de compadre. Fue todo. Un día dejó de venir. Entonces me dijeron que había muerto. Pero, no; que aquí lo llevo igual de vivo que siempre en mi memoria, con su alegre voz, su pantalón de pechera de mezclilla limpísimo. O tan muerto como aquellos que se nos van a vivir lejos y que ya no escriben porque la costumbre de hacerlo se ha perdido, pero, no más.

Piénsese lo que se piense acerca de esta vida, si no por otra cosa, sólo por atestiguar la siguiente maravilla que agregaran los hombres a las que han venido acumulando a través de los siglos vale la pena quedarse en ella otro rato más. La vida en sí es espléndida y lo que hace que algunos lleguen a odiarla es la diferencia económica, pero, todo se aprende en esta vida y a los nuevos ricos, sólo es cuestión de darles tiempo de aprender a ser magníficos, lo que les hará más tolerables, no para los miserables, que ni en cuenta los tienen, sino para los pobres, sobre todo ahora que cada día se agregan a ellos más y más desempleados y ya se sabe que no hay peor pobre que el que nunca lo había sido.

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