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ESTRICTAMENTE PERSONAL| Raza de bronce

Raymundo Riva Palacio

“Se paralizará el país”, repetían todos los comentaristas de televisión sin ningún pudor. Cuando menos, dijo el más comedido, por 50 segundos. El más absurdo decía desde Atenas, donde se encontraba transmitiendo: “Todo México está atento”. La nación le entregó su suerte desde el primer momento en que comenzó a caminar sobre el tartán del Estadio Olímpico. Las cámaras mexicanas la siguieron mientras se colocaba en el carril tres.

Ana Guevara capturó el imaginario colectivo mexicano hasta el cansancio, proyectada por la televisión, la radio y la prensa como un ídolo, como la heroína que venía al rescate de una nación. En imágenes y secuencias iba desfilando su vida y obra. Ana Guevara, Ana, Anita, la gran Ana, la hija del bracero. La basquetbolista. La tenaz. La indómita. La disciplinada. Fuerte.

Determinada. Madura. Llena de energía. Iluminada. Los calificativos se amontonaban sobre su persona como si fuera muégano. Hablaban su madre y su profesor de preparatoria, su instructora de educación física y el entrenador de basquetbol que le vio más piernas para corredora, aunque en el atletismo no existiera un Michael Jordan, su alter ego. Hablaban los comentaristas deportivos y la gente entrevistada en la calle.

Ana Guevara, la supermujer mexicana atrapada por un destino que la escogió a ella y no al revés. La gloria nacional, propiedad de los mexicanos, la esperanza de millones camino a la eternidad en Atenas. La reivindicación nacional frente a la humillación y la frustración de una blanqueada vergonzosa en los Juegos Olímpicos. Esta es la nación mexicana, con un pueblo que se ve reflejado en la máxima de Friederich Nietzche cuando al escribir sobre los ídolos señaló el efecto que producen los ídolos cuando “el espíritu se incrementa y el vigor cede a través de una herida”.

Ana, Anita, “la mujer dejó de serlo para convertirse en leyenda”, como berreaba un comentarista de televisión. Ana, la gacela que va acelerando su carrera hasta convertirse en saeta en los últimos 100 metros de su prueba reina, los 400 metros libres, galvanizadora de las expectativas mexicanas, de las esperanzas y los sueños como la heredera legítima de la raza cósmica de José Vasconcelos, capaz de fundir étnica y espiritualmente a la gente y romper con ese largamente asumido complejo de inferioridad histórico.

Hace cuatro años, Ana Guevara terminó en quinto lugar en las Olimpiadas de Sydney, pero hoy esa posición era inaceptable. Ana Guevara era la solución a nuestras decepciones en el futbol y en la marcha, en el boxeo y en el judo; una distracción de nuestros problemas económicos cotidianos, de la falta de empleo; un oasis de la palabrería hueca y mentirosa de nuestros políticos. Por eso, este martes no era como el de la semana pasada, o el de la próxima, o un martes de tantos. En éste arrancaba una cita histórica para los mexicanos, que se empapaban de Ana y compartían sus angustias y ansiedades, sin importar que eso de cita histórica es un eterno lugar común. Al mediodía mexicano, como si el destino también hubiera escogido la hora, se correría la gran final de la prueba.

“Se paralizará el país”, repetían todos los comentaristas de televisión sin ningún pudor. Cuando menos, dijo el más comedido, por 50 segundos. El más absurdo decía desde Atenas, donde se encontraba transmitiendo: “Todo México está atento”. La nación le entregó su suerte desde el primer momento en que comenzó a caminar sobre el tartán del Estadio Olímpico. Las cámaras mexicanas la siguieron mientras se colocaba en el carril tres.

La adrenalina se elevaba drásticamente. Gritaban los mexicanos en el estadio, pero más los comentaristas. Se hincó para tomar posesión y escuchar el conteo y el disparo. Salida en falso. La adrenalina desbordaba los micrófonos. El suspiro estaba detenido cuando arrancó al segundo balazo rodeada de las mejores. Entonces, cambió el metabolismo. Para Ana, Anita, la gran Ana, se había construido en México el nicho de oro. “Anita, estamos todos contigo”, aullaban los comentaristas. Cien, 200, 300 metros y allí iba la super Ana. Como ráfaga, la metáfora del orgullo mexicano. En ella se concentraban las fuerzas vitales, constructivas y destructivas, que describiría Freud: Eros y Thánatos, el amor y la muerte. Casi a la par de la bahameña Toni Williams al salir de la última curva, para los 100 metros restantes. Ahí estaba Ana, en la síntesis de los símbolos del mundo real y el de los sueños.

La tensión suspendió la vida de muchos mexicanos que apostaron su convicción por el triunfo, buscando a Eros desesperadamente. Pero no. Thánatos impuso el mundo real para los mexicanos. No para Ana Guevara; la humana, no la leyenda; la gran atleta, no la supermujer; la corredora de carne y hueso que con su sonrisa mostró su satisfacción por el esfuerzo realizado y la conquista alcanzada, materializando su sueño. De nuevo el dilema, ¿celebrar? ¿ llorar? Mejor los porqués del porqué no se pudo. Su lesión este año la afectó, justificó un comentarista que anticipó que no quería justificarla. Pero ganó la gloria para México y evitó el zapato olímpico. Para entonces, el Barón de Coubertain había vuelto a nacer en el corazón mexicano.

Lo importante era competir, no ganar. Tonterías. ¡Viva México! Como siempre, la cultura del achicado, del peladito y tímido “Cantinflas”, del macho Pepe “El Toro” parecía imponerse nuevamente. Todos se desparalizaron y empezaron a salir de la decepción. Creían que el oro era un simple acto de rutina y que la leyenda que dejó de ser mujer cumpliría con el trámite. Pero había que reponerse rápidamente. Un comentarista adelantó rápidamente que le quedan todavía dos Olimpiadas más para que nos colmara de satisfacciones áureas. ¿De dónde sacó tal cálculo?.. permanecerá por siempre en el jardín del misterio y del ocultamiento de nuestra realidad y nuestras posibilidades. Finalmente, raza de bronce somos y no podemos ocultarlo. Terminamos el día, como desde la primera vez que competimos en un certamen mundial hace casi 75 años, celebrando la derrota. rriva@eluniversal.com.mx r_rivapalacio@yahoo.com@@

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