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Estrictamente personal/Viene el fuego

Raymundo Rivapalacio

Apenas hace unos días en el municipio de Ecatepec, una mancha urbana de cinco millones de habitantes al norte de la ciudad de México, más de 100 bandas de cholos de todo el país hicieron un juramento de honor: dejarían atrás sus rencillas personales y se unirían para combatir a las bandas salvadoreñas conocidas como Mara salvatruchas, que han penetrado México, hostigado poblaciones enteras y cometido secuestros, robos y asesinatos.

Los cholos han reaccionado al desafío sobre la pérdida de territorios, de control de las actividades ilícitas, dispuestos a recuperarlos. Este futuro enfrentamiento no es un choque entre las pandillas de antaño que resolvían sus diferencias con puñales y cadenas. Hoy, estas bandas están altamente equipadas donde los poderosos fusiles AK 47, que se conocen como “cuernos de chivo”, son una divisa común. Jamás toman prisioneros; a sus enemigos los aniquilan. Tampoco conocen el miedo; la violencia es patológica en ellos.

Cholos y maras forman parte de una subcultura de violencia que no es autóctona ni en México ni en El Salvador. Las dos son un subproducto de las corrientes migratorias en diferentes épocas que luchan por la supervivencia. Los cholos comenzaron como un fenómeno sociocultural en los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando esos grupos, estereotipados por los cortes de pelo alisados y con gomina, los sacos ajustados y los pantalones totalmente abombados, fueron reprimidos por la racista policía de Los Ángeles cuando querían reclutarlos para que fueran a pelear por Estados Unidos.

Los cholos eran uno de los subgrupos nacientes de las primeras grandes olas migratorias de mexicanos indocumentados que partían a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. Los maras, en cambio, fueron un subproducto de la guerra que dividió a El Salvador a mediados de los 80, cuando la violencia expulsó a miles de salvadoreños en un éxodo descontrolado y masivo hacia Los Ángeles. Fue creada por ex combatientes en aquella guerra que se caracterizaba por la brutalidad que ejercían las tropas y la tortura sistemática.

Los maras nacieron en medio de un hostigamiento de las pandillas mexicanas en el sur de California, tratando de encontrar su propio espacio. Los cholos se habían involucrado con la delincuencia de manera sobresaliente desde los 70 y 80 y eran conocidos como “La Mafia Mexicana”, que era uno de los grandes grupos dominantes del crimen dentro y fuera de las cárceles. Los cholos fueron adentrándose en el crimen organizado, principalmente con el narcotráfico y el Cártel de Tijuana de los hermanos Arellano Félix, quienes encontraron en ellos sus escuadrones de justicieros, a quienes mueven por todo México para cometer sus asesinatos. Uno de ellos, el más sobresaliente, fue el del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo.

Frente a la sangre fría de los cholos, los maras depuraron sus técnicas sanguinarias y fueron construyendo una cultura a base de códigos donde los más violentos, los más desalmados, eran recompensados. Cuando un grupo minoritario, como los maras en el sur de California, tiene que batirse en las calles contra mexicanos, negros y surcoreanos y superarlos en crueldad, puede uno comenzar a entender el lenguaje de violencia que dibujan en sus cuerpos tatuados, un rasgo altamente característico en ellos, donde a mayor número de tatuajes, mayor la jerarquía dentro de los maras, mayor la resistencia al dolor, mayor la crueldad frente al enemigo. En la iniciación de un mara, la prueba central es si sobrevive a una paliza que le dan sus futuros compañeros. Quienes no mueren en ella, ingresan a la pandilla. Y cuando ya están en ella van ganando su lugar. Cada lágrima pintada en su cuerpo, por ejemplo, significa un muerto que llevan en su cuenta de asesinatos.

Los maras convirtieron la ruta Los Ángeles-El Salvador-Los Ángeles, una forma de vida. Reclutan en Centroamérica y conducen a sus nuevos miembros por la vía terrestre. Han entrado cientos a México por Guatemala sin detenerse en desmanes. Este año llegaron aproximadamente 100 de ellos a una comunidad de 35 mil habitantes en el sur de Veracruz, tomando el hotel y asolando a la población. Les exigieron que no dijeran nada de su presencia, robaron tiendas y violaron mujeres durante el mes que se quedaron en esa comunidad. Para demostrar que hablaban en serio, sólo en el primer día de su llegada, unas 15 personas locales que protestaron sus abusos, fueron asesinados. Como llegaron, se fueron camino al norte.

Ecatepec se ha convertido en una de las estaciones de paso menos temporales que tienen. No está claro cuál es la razón, aunque existen fenómenos de delincuencia que han ido creciendo en esa zona del valle de México. En algunas zonas del noroccidente de la ciudad de México varios cárteles de la droga, especialmente el de Tijuana, tienen bodegas desde donde sale parte de sus cargamentos a Estados Unidos. En Ecatepec ha venido creciendo de manera sorprendente el narcomenudeo. No es casual que ahí se esté dando el enfrentamiento entre las pandillas. Más aún, parecería natural, toda vez que varias de las que suscribieron el pacto de guerra contra los maras son ramificaciones directas de las bandas vinculadas con el narcotráfico y los escuadrones de ajusticiamiento en Estados Unidos, como la “18”, que es parte de la pandilla de la Calle 18 de Los Ángeles, o los “Reyes Mexicanos”, que es lo mismo que los “Mexican Kings”, sucursal de “Latin Kings”, que nació en Chicago y que forman portorriqueños y mexicanos y grupos que vienen directo del barrio Logan de San Diego, donde el Cártel de Tijuana se nutre de asesinos.

La guerra continuada que tienen cholos y maras en el sur de California por el control de rutas de distribución de droga y mercados de consumidores se trasladó a Ecatepec sin que realmente nos diéramos cuenta. Nos estalló un conflicto que no se limitará a la ciudad de México, pues la movilidad de las pandillas generará escenarios de guerra en varias partes del país. El fenómeno de estas pandillas asociadas en la parte más violenta con el crimen organizado rebasa por completo la tarea de un policía de crucero. Pero pareciera que las autoridades no han visto la dimensión de la nueva etapa de violencia que tienen en puerta, una más cruel, más sanguinaria, más descontrolada, donde el resto de los ciudadanos que no tienen nada qué ver, serán parte del tiro al blanco que van a desatar si los Gobiernos no actúan con la rapidez que este desafío está exigiendo.

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