No cabe duda que las elecciones presidenciales de hoy en Estados Unidos serán fuertemente competidas, en buena medida debido a que la sociedad estadounidense está polarizada alrededor del tema de la guerra de Irak y de la forma como el Gobierno ha conducido la lucha contra el terrorismo. Hoy más que nunca se trata de una contienda plebiscitaria.
Debido a que los pronósticos electorales hablan de un empate técnico, en estos comicios está también en juego si habrá resultados esta misma noche, es decir, si de los votos que acaben de emitirse este dos de noviembre saldrá inmediatamente el nuevo presidente de EU que deberá tomar posesión en enero de 2005 o si se entrará en una fase de reclamaciones, de recuentos de los votos, de impugnaciones ante los tribunales, por eventuales irregularidades cometidas durante el proceso electoral, lo que aplazaría la definición del vencedor.
La interrogante, entonces, es si en medio de una elección presidencial muy reñida será posible despejar las dudas que ahora generan los problemas técnicos y las viejas prácticas irregulares que han estado cobijadas por el sistema electoral de nuestro vecino del norte.
Existe el antecedente de hace cuatro años, cuando las irregularidades en el procedimiento de votación (perforación de boletas) utilizado en algunos condados de Florida, obligó a dejar en suspenso la decisión sobre el candidato triunfador hasta que la Suprema Corte resolvió frenar el recuento de los votos y acatar el resultado original. Ahí se pusieron al descubierto las deficiencias técnicas y los espacios de manipulación del voto que existen en el país que se ha erigido en el paradigma de los derechos políticos ciudadanos.
A pesar de que en 2002 se aprobó una Reforma Electoral -Help America Vote Act- para modernizar el sistema de votación, ésta fue insuficiente y tardía, además de que cada estado dispone libremente su aplicación. De tal suerte, en la propia Florida sigue utilizándose el método de la perforación de boletas y en Ohio que es otro estado en donde se pronostica un empate, no se admitió la votación electrónica. Adicionalmente, ahí donde sí se instaló el voto electrónico, éste no cuenta con un respaldo en papel para dar certeza sobre los votos registrados. Por todo ello, la opinión pública estadounidense está ahora sensibilizada alrededor de los puntos problemáticos que enfrenta la contabilidad de los votos ciudadanos.
La heterogeneidad en los métodos de votación deriva de un sistema electoral abigarrado y obsoleto, producto del acendrado federalismo que hace no sólo que cada estado determine su forma de votación sino que incluso dentro de un mismo estado convivan distintas fórmulas como en Pennsylvania donde existen cinco distintas modalidades. A esa heterogeneidad hay que agregar las diferentes formas de sufragar (votación anticipada, por ausencia, votación provisional para quienes llegan a los centros de votación sin documento de identificación) que en la contienda actual han sido objeto de cuestionamientos abiertos. Hay denuncias, sobre todo de los demócratas, porque han desaparecido solicitudes de voto por correo; algunos republicanos sostienen que los demócratas han empadronado a miles de nuevos ciudadanos sin que cuenten con los requisitos para ser electores; existen también acusaciones porque hay electores registrados en dos diferentes estados a la vez.
Estados Unidos es el país que dentro de las democracias estables registra desde hace cerca de 20 años los niveles más altos de abstencionismo (por encima de 55 por ciento en promedio). En esta elección tan disputada, ambos partidos se dieron a la tarea de convocar a nuevos electores, sobre todo a los jóvenes, para ampliar sus bases de simpatizantes, sin embargo, entre ellos se acusan mutuamente de utilizar procedimientos irregulares en su beneficio.
Las dudas sobre la integridad del proceso electoral han llevado a que por primera vez en la historia de EU se haya convocado a observadores electorales internacionales para darle seguimiento a la jornada electoral, particularmente en aquellos estados como Florida y Ohio, en donde los pronósticos muestran que la votación será muy cerrada. Sin embargo, existen ya denuncias sobre las dificultades que han enfrentado dichos observadores internacionales para poder desarrollar su trabajo, justamente en los estados más peleados.
Además de la posibilidad de que después de la jornada electoral aparezcan un conjunto de impugnaciones, ha vuelto a surgir el temor de que los grandes electores del Colegio Electoral, que por regla general suelen hacer suya la voluntad de los votantes individuales, pudieran echar mano de su atribución para orientar el sentido de su voto, inclinando la balanza en un cierto sentido, en cuyo caso, el más favorecido sería el Presidente en funciones.
Es evidente que un escenario de este tipo sería muy cuestionado porque aunque los grandes electores tienen esa facultad legal, que ha sido sancionada por la Suprema Corte, sería difícil que en el contexto actual no se considerara ilegítimo contravenir la voluntad de los electores de a pie. Si en el pasado la heterogeneidad de métodos de votación expresaba fielmente la naturaleza del federalismo estadounidense, hoy que las contiendas han devenido más competidas y los márgenes de victoria se han hecho más estrechos, el mantenimiento de métodos de votación cuestionados sólo puede entenderse por el interés de las élites locales de reservarse espacios de manipulación del voto.
Resulta increíble que en el país de los grandes avances tecnológicos y científicos, que además se ha erigido en el guardián de la democracia en el mundo, no haya sido capaz de aprobar un sistema electoral moderno, unificado, pero sobre todo confiable.