El proceso de extradición de Carlos Ahumada frente al Gobierno de Cuba, pone de manifiesto que el asunto de los videoescándalos no es cuestión de un complot, sino de un conflicto al interior de la izquierda mexicana. El simple hecho de que al personaje se le identifique como empresario orgánico de gobiernos perredistas y haya buscado refugio en la ínsula de Fidel Castro, revela con plena certeza el origen y color de los involucrados.
Lo anterior es importante mencionarlo porque Manuel López Obrador y otros del PRD tratan de diluir los actos de corrupción, comparándolos con otros en que han incurrido elementos de partidos políticos diversos. Es cierto que la corrupción no es exclusiva de los perredistas, sin embargo, al margen de cualquier generalización cada cual es responsable y debe asumir las consecuencias de sus propios actos, de acuerdo al estilo, gravedad y alcances que correspondan.
Es notable que Carlos Ahumada haya buscado refugio en Cuba que como tal, no es un país al que se pueda entrar o salir y menos buscar cobijo diplomático, si no es con el pleno consentimiento del dictador Fidel Castro. El Gobierno Cubano ha reconocido la presencia de Ahumada en la Isla, pero hasta el momento de escribir estas líneas no ha revelado el lugar de su paradero o las medidas que haya tomado para el aseguramiento o arraigo de dicha persona.
Lo importante en este caso y en cualquiera otro que sacuda nuestra vida pública a partir de actos de corrupción, es que se hagan las investigaciones que correspondan y se castigue a los responsables. La exigencia referida debe ser mantenida pese a los precedentes de impunidad de que se nutre nuestra historia patria remota y reciente, pues constituye una demanda de la ciudadanía en la que los mexicanos no debemos claudicar.