Reportajes

EZLN... diez años después

POR ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

TORREÓN, COAH.- Comienza 1994 en el sur oriental Estado de Chiapas. Las ciudades aún no duermen y prolongan el recibimiento del Año Nuevo. La niebla cubre las montañas, la selva y las cañadas. De entre la verde espesura avanzan sombras sobre botas y pies descalzos con fusiles y palos entre manos. Algunos motores de ‘redilas’ se dejan escuchar. A la vanguardia, anónimos encapuchados; les siguen cientos de hombres y mujeres indígenas.

La tormenta del 94

Tzotziles, tzeltales, tojolabales y choles en su mayoría, sorprenden a propios y extraños al entrar a Chanal, Huixtán, Oxchuc, Ocosingo, Las Margaritas, Altamirano y San Cristóbal de las Casas. Desde los balcones de la presidencia municipal de esta última ciudad, dicen ser el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

“Somos producto de 500 años de luchas (...) nosotros hoy decimos ¡basta! (...)”: se oye la voz de un mestizo con pasamontañas autodenominado “subcomandante Marcos”. Da lectura a la Primera Declaración de la Selva Lacandona, documento en el que los insurgentes declaran la guerra al Gobierno Federal y al Ejército Mexicano y establecen sus demandas fundamentales: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.

Durante 12 días, los combates se desarrollan en los territorios ocupados por los zapatistas, quienes pretenden armar una avanzada de milicianos y civiles para llegar a la Ciudad de México, objetivo el cual queda lejos de cumplirse cuando el entonces titular del Ejecutivo, Carlos Salinas de Gortari, ordena el cese al fuego unilateral presionado por un sector de la sociedad mexicana que sale a las calles a manifestarse a favor de la resolución pacífica del conflicto. Los rebeldes se repliegan.

La Presidencia de la República propone al Congreso una Ley de Amnistía la cual es aprobada. De inmediato, se sientan las bases de un diálogo que se concreta el 20 de febrero con el arribo a la Catedral de San Cristóbal de la delegación zapatista y del comisionado gubernamental para la paz, Manuel Camacho Solís. El Obispo Samuel Ruiz, participa como mediador.

Las conversaciones concluyen sin ningún acuerdo en concreto, sólo con compromisos, declaraciones y propuestas de parte del Gobierno en respuesta a las demandas del EZLN. Éste realiza una consulta con sus bases de apoyo para analizar la aceptación del ofrecimiento, el cual no convence y el 12 de junio, los zapatistas anuncian su negativa y proponen un diálogo con la sociedad civil, el cual en agosto se convierte en la Convención Nacional Democrática.

Luego de un segundo semestre de desencuentros entre las dos partes, en diciembre toman posesión Ernesto Zedillo Ponce de León como presidente de la República y Eduardo Robledo Rincón como gobernador de Chiapas, éste, en medio de las denuncias de fraude y el desconocimiento de las comunidades indígenas zapatistas. El tres del mismo mes, el “subcomandante Marcos” envía una carta al nuevo titular del Ejecutivo Federal en la que le anuncia: “Bienvenido a la pesadilla”.

La Comisión para el Diálogo y la Mediación por la Paz queda conformada por legisladores del Congreso de la Unión el 14 de diciembre. Nueve días después, la Comisión Nacional para la Intermediación (Conai) —compuesta por miembros de distintos sectores de la sociedad propuestos por la Diócesis de San Cristóbal— es reconocida por la Secretaría de Gobernación (Segob).

Así concluye el turbulento 94 dejando páginas en blanco en el nuevo capítulo abierto en la historia del país de los más de diez millones de indígenas que todavía lo habitan, la inmensa mayoría en la miseria y la marginación. El movimiento zapatista pone a Chiapas bajo los reflectores del mundo.

Sueños y pesadillas

El 95 trae consigo la esperanza de una resolución pronta y pacífica del conflicto en Chiapas. No obstante, dicha esperanza se agota pronto. El nueve de febrero, tres semanas después del compromiso de la Segob y el EZLN de reiniciar el diálogo, el Ejecutivo federal anuncia públicamente la presunta identidad de los dirigentes zapatistas y dicta contra ellos órdenes de aprehensión, para cuyo cumplimiento se perpetra una ofensiva policíaca y militar en las comunidades de bases de apoyo en la Selva Lacandona.

En las portadas de los diarios y los noticiaros de televisión aparece una imagen: la de Rafael Sebastián Guillén Vicente, el supuesto rostro que está detrás del pasamontañas del “subcomandante Marcos”.

Miles de indígenas simpatizantes con los zapatistas se ven afectados con la movilización y muchos de ellos tienen que refugiarse en la montaña, tal es el caso de los habitantes fundadores del primer centro de intercambio cultural “Aguascalientes” Guadalupe Tepeyac. La reacción de grupos nacionales e internacionales afines a la causa rebelde no se hace esperar; piden que el Gobierno cese la persecución y retome la vía del diálogo y así sucede.

En agosto, se realiza la Consulta Nacional por la Paz y la Democracia propuesta por el EZLN en la que participa poco más de un millón de personas.

Luego de meses de negociaciones, se abre una puerta de salida al conflicto. En septiembre se fijan las reglas del diálogo. Se establecen seis mesas de trabajo. La primera, Derechos y Cultura Indígena, inicia en octubre y concluye con la firma de los acuerdos de San Andrés Larráinzar (San Andrés Sacamch´em de los Pobres) el 16 de febrero de 1996 en los cuales se destaca el compromiso del Gobierno Federal de reconocer a los pueblos indígenas en la Constitución Política.

Después de esto, vuelven los desencuentros. En marzo se inician los trabajos de la mesa dos, Democracia y Justicia, pero la participación de los representantes del Gobierno es escasa y reticente. Ante esta actitud, los zapatistas deciden retirarse del diálogo en septiembre.

Un mes antes se había celebrado el Encuentro Intercontinental por la Humanidad y en contra del Neoliberalismo con la participación de miembros de la sociedad civil de diferentes Estados de la República y distintos países del mundo en el “Aguascalientes” de La Realidad.

Es a lo largo de 1996 cuando diferentes centros de defensa de los Derechos Humanos denuncian en forma continua y cada vez mayor la presencia de grupos paramilitares de filiación priista en la zona de conflicto, lo cual, aunado al fuerte despliegue militar en el Estado en labores de contrainsurgencia, se circunscribe dentro de lo que denominan “Guerra de Baja Intensidad”.

El 97 se desarrolla en medio de los desencuentros entre el Gobierno y los zapatistas, a pesar de los esfuerzos por la Comisión de Concordia y Pacificación del Congreso de la Unión por hacer Ley los acuerdos firmados en San Andrés. El EZLN decide no retomar el diálogo hasta que lo anterior se haga realidad así como la liberación de presos zapatistas y el fin de la militarización del Estado.

En septiembre, mil 111 insurgentes marchan desarmados hacia el Distrito Federal para ser testigos de la fundación del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), el cual nace con la pretensión de ser el brazo civil y político del EZLN. Un acto multitudinario tiene lugar en el Zócalo capitalino.

El 22 de diciembre de 1997, la matanza de 45 indígenas tzotziles, en su mayoría niños y mujeres, perpetrada por un grupo paramilitar, devela la inestabilidad existente en Chiapas y corrobora lo que los centros de Derechos Humanos habían estado denunciando: el hostigamiento y la provocación del temor en las comunidades simpatizantes del EZLN. El fenómeno de familias desplazadas de sus hogares se incrementa considerablemente.

Ante el clima de incertidumbre, en enero de 1998, Julio César Luis Ferro, Gobernador interino y sustituto de Robledo Rincón, renuncia al cargo y es suplantado por Roberto Albores Guillén.

Durante el primer semestre del año, los rebeldes se mantienen callados en forma de protesta por la indiferencia y presunta complicidad del Gobierno Federal en los actos de amedrentación. El silencio es roto en julio cuando en un comunicado los zapatistas proponen una Consulta Nacional sobre Derechos y Culturas Indígenas, misma que se realiza en marzo de 1999.

Los últimos meses del Gobierno zedillista son de distanciamiento. El 2000 trae nuevos vientos. En julio se llevan a cabo las elecciones federales en las que resulta triunfador Vicente Fox Quesada, quien en su campaña había anunciado que el conflicto en Chiapas se podía resolver “en 15 minutos”.

Un día después de la toma de protesta del mandatario, el EZLN anuncia una gran marcha al Distrito Federal en la que participarían 23 comandantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena y el “subcomandante Marcos”. Los rebeldes aceptan entablar el diálogo con el nuevo Gobierno pero establecen tres condiciones: que se cumplan los Acuerdos de San Andrés, que se libere a los presos políticos zapatistas y que se desmilitarice el Estado.

La respuesta del Ejecutivo federal es parcial y el EZLN reconoce los avances

La Marcha por la Dignidad Indígena inicia a finales de febrero. Miles de personas se avocan a las calles para ver pasar al contingente en los diferentes Estados de la República por donde hacen recorrido. Antes de llegar a la capital, participan en el Congreso Nacional Indígena en donde representantes de la mayoría de las etnias del país se adhieren a las demandas de los zapatistas.

El mediodía del once de marzo, la plancha del Zócalo y sus alrededores lucen abarrotados. La asistencia se calcula entre 200 mil y 600 mil. Frente a Palacio Nacional, los comandantes y el “subcomandante Marcos” saludan. “No venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes...” finaliza el discurso de este último.

El 28 de marzo, en medio de la controversia y a pesar de la oposición de algunos legisladores, en el Congreso de la Unión y a través de las pantallas de la televisión abierta se observa un cuerpo robusto vestido con atuendo tzotzil y un pasamontañas que cubre un rostro; una voz de mujer indígena se deja escuchar.

“No venimos a humillar a nadie, venimos a que nos escuchen y a escucharlos (...). Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora; soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento; soy indígena y soy mujer y eso es lo único que importa ahora (...) estamos pidiendo que se nos reconozcan nuestras diferencias y nuestro ser mexicanos”, dice la comandante rebelde.

Semanas después, la iniciativa de Ley de la Cocopa, basada en los Acuerdos de San Andrés, no es aprobada y en su lugar se vota otra que no satisface al EZLN. La esperanza del diálogo se agota y los rebeldes vuelven al silencio en la Selva Lacandona, el cual se prolonga hasta el 2002.

Nuevas andanzas

A finales de ese año, el “subcomandante Marcos”, luego de escribir una carta en la que hace mofa del juez español, Baltasar Garzón, propone un debate con éste y un encuentro político en la isla de Lanzarote para que se busque una solución al conflicto del País Vasco. Sugiere la participación de representantes de la sociedad civil y de la propia Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Ésta responde con un rotundo no. Parte de la opinión pública nacional califica como “error político” los desafíos lanzados por “Marcos”.

En 2003, el tema de Chiapas queda relegado de la agenda presidencial y toda posibilidad de acercamiento con los zapatistas luce muy distante.

Luego de lo anterior, el EZLN vuelve a la escena nacional ya entrado 2003. En agosto se lleva a cabo la creación de los “Caracoles” y decretan la muerte de los “Aguascalientes”, los puntos de intercambio cultural entre la sociedad civil y las comunidades indígenas. Dichos “Caracoles” pretenden ser la puesta en práctica de la autonomía de los municipios rebeldes, a pesar de la no aprobación de reformas legales en materia indígena avaladas por los insurgentes.

Termina el año y el horizonte es aún difuso. Quedan páginas en blanco. Con todo y eso, en las montañas del sureste mexicano los zapatistas celebran diez años del levantamiento y veinte del nacimiento de su organización político-militar en lo que han llamado: “20 y 10, el Fuego y la Palabra”. La solución al conflicto está pendiente, la historia no termina...

El factor mediático

Un papel muy importante han jugado los medios masivos de comunicación en el conflicto de Chiapas. Desde los diarios que publican todos y cada uno de los comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional hasta los noticiarios televisivos que cuestionan la presencia de observadores internacionales en la zona de conflicto, pasando por los panfletos pro y contra rebeldes y los intentos de transmisión de una “Radio Insurgente” en onda corta.

No obstante, cuando se aborda el tema, difícilmente los reflectores pueden despegarse del controvertido personaje del “subcomandante Marcos” quien, desde su atuendo (pipa, radio, gorra, carrilleras y AK 47 en mano) hasta su afición por la interlocución y la literatura, no niega su fascinación por la utilización de los medios.

Sus comunicados aparecen en numerosas páginas de Internet y hasta se han editado libros con ellos. Ha establecido diálogos epistolares con personajes de la talla del canta autor Joaquín Sabina —con quien compuso una canción—, el Premio Nobel de literatura José Saramago, el escritor español Manuel Vázquez Montalbán, el cronista Carlos Monsiváis, el historiador Enrique Krauze, la ex primera dama de Francia, Danielle Mitterrand, las periodistas y escritoras, Elena Poniatowska y Guadalupe Loaeza, entre otros.

El “Sub”, como le llaman algunos, ha sido entrevistado por Gabriel García Márquez, Ricardo Rocha, Javier Solórzano y Carmen Aristegui, Julio Scherer, sólo por mencionar algunos.

Unos le admiran, otros le acusan de asumir una postura mesiánica. Lo cierto es que su anónima identidad, su facilidad de palabra, sus artificios literarios que brincan de la ficción y la fantasía a la realidad y su pasado misterioso, logran que no pase desapercibido. De payaso a símbolo del postmodernismo.

Playeras, encendedores, muñecos, chamarras, bolsas, postales y demás souvenirs llevan su imagen impresa. Numerosos grupos de rock han dedicado canciones al movimiento y al “subcomandante”, tales como Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Santa Sabina, entre otros.

El propio “Marcos” ha tenido que reconocer que el personaje que ha creado a veces impide ver y analizar la situación del conflicto y la realidad de los pueblos indígenas en su justa dimensión. Es, por una parte, un factor de acercamiento, pero por otra, un elemento de distracción.

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