Los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia , disfrutan con disimulo su enlace.
SUN-AEE
MADRID, ESP.- El enlace real fue una ceremonia emotiva durante la cual no cesaron las miradas de cariño, las caricias en las manos y los gestos de complicidad de los novios, aunque ninguno de los dos lloró. Tampoco lo hicieron sus respectivos padres.
Bajo un arco de sables, Felipe y Letizia -príncipes de Asturias- abandonaron el templo tomados del brazo bajo el Aleluya de Händel, hasta la puerta donde los esperaban los compañeros de promoción del Ejército del príncipe Felipe.
A continuación, abordaron el Rolls Royce que había llevado a Letizia, para comenzar un recorrido por la ciudad.
En Atocha, luego de pasar por el Bosque de los Ausentes, un homenaje a las víctimas del 11-M que hay en la estación víctima del atentado terrorista, la pareja llegó a la basílica donde los esperaban las bandas de gaiteros de Ciudad de Oviedo y Vetusta.
A continuación, los recién casados regresaron al Palacio Real para asomarse al balcón. Miles de personas que había congregadas frente al edificio les pidieron un beso, ellos tímidamente se abrazaron después de darse un casto beso en la mejilla. Y así concluyó el enlace del siglo.
A detalle...
Durante la ceremonia del enlace real hubo, además de un gran sentimiento, dos anécdotas. Protagonizó la primera el arzobispo Antonio María Rouco Varela cuando dejó caer al suelo una de las arras. La segunda estuvo a cargo del novio, cuando olvidó la frase que debía decir al entregarlas, lo que provocó una sonrisa de Letizia.
A las 10:30 de la mañana el cortejo real hacía su entrada en la Catedral de La Almudena, en la que ya se encontraban los mil 400 invitados entre miembros de la realeza, jefes de Estado y de gobierno y representantes de la política, la cultura y el deporte de España.
El cortejo lo encabezaba el infante don Carlos de Borbón y su mujer, Ana de Francia; los duques de Soria, la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, la infanta Elena y Jaime de Marichalar, el rey Juan Carlos y la infanta Pilar y por último el príncipe Felipe del brazo de su madre, la reina Sofía.
Veinte minutos después aparecía la novia. A diferencia del resto de los asistentes, ella llegó hasta la puerta de la catedral en un Rolls Royce negro, para resguardarse de la intensa lluvia que caía sobre la ciudad. El novio, visiblemente nervioso, al verla suspiró aliviado.
Pasados diez minutos de las 11:00 de la mañana daba comienzo la homilía oficiada por el arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, quien además de hablarles de las obligaciones del matrimonio, les recordó sus responsabilidades como herederos de la Corona española. Una Letizia seria y contenida y un Felipe sonriente y feliz, le escuchaban atentos.
Luego de la homilía se inició el rito propiamente del matrimonio. -¿Accedeís al sacramento de manera libre, voluntaria y sin coacciones?, preguntaba monseñor Rouco Varela a los contrayentes. “Sí venimos libremente, sí estamos decididos y sí estamos dispuestos a casarnos”, contestaba la pareja, al momento en que desde el exterior de la iglesia además de los truenos de la tormenta se escuchaba una fuerte ovación de las cinco mil personas que estaban a las puertas de la catedral.
Momentos antes, con un gesto de cabeza, el príncipe había pedido la venia a su padre para contraer matrimonio. Después del consentimiento se entregaron los anillos y arras: 13 monedas de oro pertenecientes a distintos reinados, desde el de los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII, que fueron cedidas por el Banco de España.
Luego de leer la bendición apostólica del Papa, Rouco Varela puso fin a la ceremonia y pidió la rúbrica de los testigos, que fueron los reyes de España. Al son de música de Bach, firmaron también los recién casados, las dos infantas con sus respectivos maridos y los padres de la novia: Jesús Ortiz y Paloma Rocasolano.
Cautiva con su vestido
Aunque para verlo hubo que esperar más de lo previsto debido a la lluvia, el traje nupcial de Letizia Ortiz no decepcionó.
Elaborado por el diseñador español Manuel Pertegaz, de color blanco, de línea princesa, con corte continuado desde los hombros al suelo, escote en pico con cuello corola, manga larga y delantero en forma piramidal, al igual que el bajo de la falda. La tela fue faya de seda natural bordada en hilos de plata y oro.
La novia llevaba además un manto nupcial de tul de seda natural, de forma triangular, con tres metros de largo y bordados en los que se mezclaba la flor de lis y la espiga.
Hecho a mano siguiendo las técnicas del siglo XIX, fue regalo personal del príncipe Felipe. Asimismo lucía una cola de cuatro metros y medio bordada con motivos heráldicos.
En cuanto a joyas, Letizia Ortiz lució unos pendientes de platino con diez diamantes, regalo de los reyes, y una diadema de estilo imperio de platino y brillantes que la reina Sofía lució el día de su boda y que fue un regalo del Káiser Guillermo II a su hija, la princesa Victoria Luisa de Prusia, al casarse con el heredero de Hannover, Ernesto Augusto.
Los zapatos, de la diseñadora Pura López, eran de salón, de horma clásica con el mismo tejido del vestido, con un calado lateral y frontal en forma de lágrima. Iban rematados con un lazo zapatero en el escote.
El ramo tenía forma de cascada y estaba compuesto por lirios, como emblema de los Borbones; rosas, como la flor de mayo, y azahar, en homenaje a la condesa de Barcelona y a María de las Mercedes, primera esposa de Alfonso XII. También llevaba flor de manzano, homenaje al Principado de Asturias y espigas de trigo, símbolo de fecundidad, esperanza y alegría.
Además, la novia llevaba un pañuelo realizado en organza de algodón, con bordados a mano de la flor de lis, así como lirios y espigas; y un pequeño abanico blanco que perteneció a la infanta Isabel.