EFE
DUBLÍN, IRLANDA.- Una brillante y solemne ceremonia, celebrada en un día radiante ante el palacio de la Presidencia irlandesa, saludó ayer el nacimiento de la nueva Europa unida.
Fue una jornada de himnos, de banderas y de palabras emocionantes en torno a la histórica ampliación de la Unión Europea, convertida ya en el Grupo de los Veinticinco, un espacio democrático que comparten 450 millones de habitantes.
Por la mañana, los presidentes del Consejo -el primer ministro irlandés, Bertie Ahern-, de la Comisión, Romano Prodi y del Parlamento Europeo, Pat Cox, dieron la bienvenida a los diez nuevos Estados miembros de la UE en el Castillo de Dublín.
Por la tarde, la tradicional foto de familia. Los veinticinco dirigentes formados, de tres en fondo, en los jardines del palacete de Farmleigh House.
De abajo a arriba, en la primera fila, en el centro, el presidente francés, Jacques Chirac; detrás de él, en segunda fila, el canciller alemán, Gerhard Shroeder y por fin, en la tercera fila, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
El comentario de la prensa española fue inevitable: ahí está, perfectamente alineado, el nuevo eje París-Berlín-Madrid que se ha creado esta misma semana en el corazón de Europa.
Después, los jefes de Estado o de Gobierno se trasladaron a la residencia de la presidenta de la República de Irlanda, Mary McAleese, para participar en la ceremonia oficial que selló la ampliación de la UE.
El acto, celebrado en los jardines del palacio, arrancó con unas palabras de la jefa del Estado irlandés, quien resumió la efeméride diciendo: “Hoy damos a nuestros hijos el regalo de la mayor unión europea de la historia”.
Enseguida, el primer ministro irlandés y presidente de turno de la UE, Bertie Ahern, se dirigió a los reunidos para decir: “Nuestras naciones son democracias fuertes. Nos hemos unido libremente. Actuamos unos con otros con solidaridad. Trabajamos juntos en fines comunes y con instituciones que no existen en ningún otro lugar del mundo”.
Vino después el momento en que veinticinco niños, uno detrás de otro, se fueron acercando a cada uno de los líderes europeos para entregarles la bandera de su país.
Un grupo de cadetes, al mando del capitán Keith Murphy, recogió las banderas de manos de los líderes políticos para que fueran devueltas a sus mástiles e izadas con solemnidad mientras sonaban los acordes del beethoveniano “Himno a la alegría”.
Terminados los aplausos, en medio de una gran emoción, los jefes de Estado o de Gobierno se abrazaron unos a otros para felicitarse por la consecución de un logro histórico que cambiará para siempre el futuro de Europa.