¡Qué hermoso espectáculo de fidelidad dio España el último viernes vaciando sus casas, llenando sus calles, para manifestar su unidad al mundo en protesta del tremendo atentado de que la hicieran objeto las fuerzas del terrorismo, sean cuales hayan sido éstas!
Bajo la lluvia torrencial que caía en su capital, sus hombres, sus mujeres, sus jóvenes, sus adolescentes y hasta sus niños desfilaban ordenadamente hacia las aras o metas propuestas y cuando llegó la hora y el momento de echar marcha atrás no hubo la menor confusión y todos lo hicieron de la misma manera. Y lo mismo que pasó en Madrid ocurrió en todas las ciudades importantes de la Madre Patria: Valencia, Zaragoza, Granada, etcétera, etcétera.
Todos como un solo hombre, serenos en el homenaje que con su marcha y su silencio ofrecían a sus muertos; sin filas raciales, tranquilos en la protesta que les llenaba el pecho. Era su brillante ayer el que resplandecía en ese fugaz presente lleno de solidaridad nacional irreductible.
España es grande y lo está demostrando una vez más, no sólo por haberlo sido en el pasado, sino porque todos los españoles conocen ese pasado, como se ha visto hoy que la pena les ha unido. La pasión española les llena el alma y con ella viajan a donde quiera que van ya sea para volver en breve, tarde o nunca porque el destino así lo quiera.
A todos mis amigos españoles mi sentido pésame por las explosiones terroristas que el último jueves causaron doscientas víctimas en el interior de los trenes que llegaban por la mañana a la estaciones de Atocha, en Madrid.
