Ecología del trabajo
Un circo de Dinamarca fue presa de las llamas. El dueño del circo envió a un payaso, ya preparado para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio. El payaso llega corriendo y pide a sus habitantes que vayan urgentemente al circo para extinguir el fuego. Los aldeanos creen que se trata del nuevo truco para promover la función. Aplauden y hasta lloran de risa. En vano se esfuerza el cómico en convencerlos con lágrimas de que no se trata de una broma. Las súplicas sólo lograr aumentar las carcajadas de niños y grandes festejando tan excelente actuación. Nunca se habían divertido tanto y además, gratis. Las llamas consumen al circo y alcanzan también la aldea, pues la ayuda termina llegando demasiado tarde.
Esta narración parabólica, que tiene por autor a Kierkegaard y es resumida por Harvey Cox (La Ciudad Secular, 1968), es muy actual para describir la impresión que nos causan muchos personajes de la vida pública, colegas de trabajo o sencillos ciudadanos de a pie. Hacen muy bien su papel y gozan de una ?aureola de éxito?, pero han perdido credibilidad y no son de fiar, pues nos ocurre que, como por un sexto sentido, sólo nos sentimos atraídos y motivados, por hombres y mujeres íntegros, que son leales, sinceros y por eso gozan de prestigio moral.
El trabajo profesional es una realidad inexorable y diaria de todo ser humano. Puede ser fuente de satisfacciones humanas, de crecimiento interior y de progreso social de una nación; pero también, por desgracia, puede llevar a efectos contrarios si la motivación fundamental es el dinero o la satisfacción, más o menos velada, de egoístas pasiones, que terminan en el triste fenómeno de la corrupción, el trabajo mal hecho... Sobran los ejemplos de personas que no cumplen lo que prometen, que viven en un clima de desorden e informalidad al que les arrastra, como en remolino, su activismo o pereza. Es el trabajo arma de doble filo, para engrandecer o envilecer a los hombres. Puede llevar a las más altas satisfacciones humanas o terminar en el ínfimo status de ?chamba?, ocupación que mata el tiempo, porque no se ama y por tanto, se hace mal. No es extraño que así lo único que motive a trabajar a muchos sea el miedo a perder el puesto de trabajo, provocando que alguno se convierta en un workaholic, en la divinización del propio empleo, con fatales consecuencias para la vida personal y familiar.
¿Se podrá salir de este vicioso círculo? Sí, si se reconoce que el trabajo, manual o intelectual, poseen una altísima dignidad, capaz de elevar al ser humano, como escuela de virtudes y ámbito natural del servicio al prójimo. Lo importante no es lo qué se haga sino el cómo.
Nuestra sociedad que sueña con respirar aire puro en las grandes ciudades y que protege con urgencia las reservas naturales y lo que es verde, está igualmente necesitada de una cierta ?ecología humana del trabajo?, algo que eleve la mira de los seres humanos para que su actividad ordinaria tenga otra perspectiva y colorido. A esto el Cristianismo ha contribuido siempre con grandes maestros. No puedo olvidar la impresión causada, hace más de 30 años, al leer en un libro minúsculo que ?una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración?. Su autor, Josemaría Escrivá, uno de los más influyentes maestros modernos de la espiritualidad del trabajo, reconoció con nueva sabiduría que cada uno puede participar, desde su lugar y desde su tarea diaria, por irrelevante que parezca, en la obra de la Creación. También vio con claridad que el trabajo no es un castigo de Dios y que la causa del desasosiego que rodea el trabajo ordinario se debe a que nos dejamos devorar por él, en lugar de que nos haga mejores seres humanos. Este ideal sólo se alcanza cuando introducimos en él a Dios y nos ocupamos generosamente de los demás. De otra forma sólo nos afanamos en construir una torre de Babel, símbolo del ridículo afán de sobresalir y de retar a los demás y que puede terminar por separarnos de ellos.
El trabajo puede engrandecer al hombre y a su entorno. Todo depende del cómo se haga.
El fin de la labor diaria, no debe residir en el ?éxito? entendido como mera autorrealización. De ahí la importancia que Escrivá de Balaguer dio siempre a las ?profesiones de servicio? (la enfermería, las labores del hogar, el trabajo social, el voluntariado, etc.). El trabajo es primero para servir y sólo en segundo lugar para ganar dinero; sólo así el mundo es más humano y habitable, menos violento. Y, si además, se hace cara a Dios, con perfección, sin hacer tranzas, con honradez, no hay monotonía posible en lo que tanta gente llama resignadamente y con queja ?mi trabajo rutinario?. El trabajo no es rutina, sino que es rutinario el trabajador, que está necesitado de horizontes.
Trabajar bien, con perfección humana y noble afán de servir. Este modo de emprender las propias responsabilidades, -además de ser camino de santificación personal de innumerables cristianos-, tiene un impacto social de enorme alcance. Cuando trabajamos con una perspectiva no egocéntrica, contribuimos positivamente al complejo tejido de relaciones profesionales, ennobleciendo cualquier tarea. Y por contagio, nos sentimos movidos a contribuir al bien de los otros, de la sociedad entera. Los más graves problemas sociales no encuentran su solución en bellas teorías, en nuevos esquemas, o apostando a originales modelos, sino, en el realismo de la vida de cada persona, en el ámbito de una nueva cultura del trabajo, porque sólo el trabajo bien hecho de muchos es garantía de mejores ciudadanos.
No es el qué: es el cómo... ?Eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. -Produce, con tu ejemplo y tu palabra un primer círculo... y éste, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho?. -¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?? . También son palabras de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, que ha enseñado a millones de personas a llevar a la práctica esta nueva ?ecología del trabajo? y cuya fiesta se celebra en todo el mundo el 26 de junio. Canonizado en octubre de 2002, ha sido llamado por Juan Pablo II en su más reciente libro ?sacerdote ejemplar y apóstol de los laicos para los nuevos tiempos?. (Juan Pablo II, ¡Levantaos, Vamos!, 2004).
*El autor es el director espiritual de la Prelatura Personal del Opus Dei en México.