EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

¿Gastar más en educación?

Gabriel Zaid

Según el tercer informe del presidente Fox, México ocupa 1.6 millones de maestros en el ciclo escolar 2003-2004: más del doble que en 1980-1981. Desde entonces, la población escolar ha subido de 21.5 a 31.5 millones, en grupos más pequeños (20 alumnos por maestro, en vez de 29). También subió la escolaridad promedio de la población económicamente activa: de cinco a ocho años. El gasto en educación (casi todo público) subió del cinco al siete por ciento del PIB. (Cifras redondeadas del anexo estadístico páginas 37-45). Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (INEGI), las familias dedicaban el dos por ciento de sus gastos a la educación en 1977 y casi el diez por ciento en 2002; unas cinco veces más.

Todo esto parece un logro y hasta insuficiente. Pero ¿es un logro? Los buenos compradores no presumen de lo mucho que pagan, sino de la buena calidad y precio que consiguen. Es ridículo presumir del gasto en educación, cuando lo deseable no es el gasto, sino la educación. El verdadero logro presumible sería la calidad humana lograda: personas más maduras, competentes, responsables, al menor costo posible. Pero la calidad es precisamente lo que no se mide.

En 1963, Pablo Latapí fundó el Centro de Estudios Educativos. Había hecho un doctorado en educación en Alemania y lo primero que señaló fue que no había proporción entre el gasto educativo y el gasto en evaluarlo, prácticamente nulo. Para entonces ya estaba en Cuernavaca Iván Illich, que había sido vicerrector universitario y miembro del Consejo Superior de Enseñanza en Puerto Rico. Con esa experiencia, empezó a cuestionar el sistema escolar y llegó a la conclusión de que era un rito sagrado, a salvo de evaluaciones prácticas. Finalmente, publicó Deschooling society (1971), que retumbó por el planeta en muchas lenguas y ediciones.

A pesar del escándalo provocado por Illich y de la discreta persistencia de Latapí. México sigue gastando en educación a lo tonto: sin evaluar los resultados. Como si la meta fuera el sacrificio económico de las familias y los contribuyentes, no la formación de personas maduras, competentes y responsables. La impresión general es que la calidad ha bajado, aunque el costo ha subido. Y lo imperdonable, a estas alturas, es seguir atenidos a impresiones, en vez de examinar (independientemente) a los estudiantes. Los interesados en aumentar el gasto (la SEP, las instituciones educativas públicas y privadas, los sindicatos, contratistas y proveedores) no miden su éxito por la calidad humana que entregan. Lo miden por la cantidad económica que reciben. Aprender es fundamental, pero se hace de muchas maneras, no sólo en las aulas. No es verdad que la única forma de aprender es entrando al sistema escolar, durante el mayor tiempo posible, al mayor costo posible. No es verdad que aumentar el gasto educativo conduce automáticamente a tener una población más calificada: magnífica “inversión en capital humano”, que se paga sola con aumentos de productividad. La mitología disfraza el verdadero negocio: si no quieres ser excluido del mundo del trabajo o pretendes entrar por arriba, te vendo las credenciales que te van a exigir.

En favor del mito, hay un error económico. La población de mayores ingresos tiene mayor escolaridad, por lo cual se creyó que aumentar la escolaridad aumentaría los ingresos de las personas y del país, bajo el supuesto (que parecía lógico) de que los mayores ingresos derivan de una mayor productividad, la cual a su vez, deriva de una mayor escolaridad. Ya en 1970, Lester Thurow (Investment in human capital, pp 17-22) reconocía que nadie había probado que los que ganan más producen más: “se trata de un supuesto no verificado, que se conserva porque es esencial para el concepto de capital humano”. Tardíamente, Alison Wolf (Does education matter? Myths about education and economic growth, Penguin, 2002) critica el mito para la situación británica. Para México, las cifras hablan solas: el gasto educativo desde 1980 se ha multiplicado, pero el producto por habitante no ha crecido.

Desde hace muchos años, en el mundo del trabajo, hay quejas por la calidad de los graduados. A su vez, los maestros universitarios se quejan de lo mal preparados que llegan los muchachos de las preparatorias; cuyos maestros se quejan de cómo llegan de la secundaria y así sucesivamente. Si, desde 1963, se hubiera impuesto en el sistema escolar la evaluación independiente de cada alumno, con exámenes semejantes a los que ahora empiezan a introducirse (con grandes aspavientos y vergonzosas ocultaciones), la educación en México no habría descendido hasta el punto en que sus resultados deben esconderse.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 80650

elsiglo.mx