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Gazapos presidenciales

Miguel Ángel Granados Chapa

Semejante pero menos trivial que el mal paso que le hizo caer en diciembre, durante una posada en Los Pinos, fue el desliz con que inició el Presidente Fox sus discursos del 2004, el Día de Reyes. Fue un doble gazapo, uno lingüístico y otro político. El primero consistió en añadir una ene al sencillo verbo trasquilar. Cuando uno se equivoca al pronunciar una palabra revela que el vocablo le es ajeno. Es comprensible que una persona distante de las lecturas literarias hable de un José Luis Borgues creyendo referirse a Jorge Luis Borges. Es menos comprensible que un hombre de campo, como por su atuendo se ha presentado Fox durante mucho tiempo, no sea capaz de repetir a derechas un refrán rural que expresa el desencanto de quien esperaba un beneficio y recibe lo contrario.

Ante enfermeras, en su día, el Ejecutivo se quejó del Congreso, lo denunció. Dijo que fue por lana y salió transquilado. Iba por más y quedó con menos, deploró. Amén de incurrir en un error de información (pues en la víspera Hacienda había asegurado que el gasto en salud crecerá este año), se equivocó al reprochar al poder legislativo que cumpla con su deber, algo que además se manifestó dispuesto a aceptar. En su discurso inicial, en su toma de posesión el primero de diciembre de 2000, anunció sin ambages que él propondría y el Congreso dispondría. Más de una vez, sin embargo, ha manifestado su contrariedad cuando las Cámaras disponen medidas diferentes a las que él propone.

Tiempos hubo en que la palabra presidencial se administraba con usura. La práctica correspondía a la imagen de un Presidente situado en las alturas, desde las cuales sólo ocasionalmente se dignaba dirigirse a sus vasallos, ni siquiera súbditos y mucho menos ciudadanos. En los últimos años la institución presidencial caminó en sentido contrario. La logorrea de Echeverría se reprodujo, si bien refrenada, en los sexenios siguientes. Pero ha alcanzado fluidez incomparable en la presente administración. Fox habla a la menor provocación o sin ella. Raramente rehúsa responder preguntas de los medios informativos. Y muy a menudo pronuncia discursos formales. Y puesto que quien mucho habla mucho yerra (lo cual, digámoslo con sentido autocrítico, puede sernos imputado también), no es infrecuente que se equivoque y contradiga. Tan notoria es tal debilidad que Andrés Bustamante, en su personalidad de Ponchito (diminutivo con que disimula el albur de ese seudónimo), ha preparado un libro (¿Y yo por qué?, se titula) que reúne “250 frases que sacudieron al país”.

Es exagerado decir que tales expresiones provocaron ese efecto, el de sacudir al país. Las más de ellas produjeron sonrisas, y no pocas causaron irritación y sorpresa. La recopilación (que comprende etapas previas a la asunción presidencial) pone de manifiesto incongruencias en que cae el Presidente, no sólo porque dice un día lo contrario de cuanto expresó antes (lo que se explicaría por una variación de las circunstancias) sino también porque tal vez su oratoria es servida por redactores diversos que no necesariamente tienen presente lo que otros han hecho decir al Ejecutivo.

Pongo un ejemplo, en que la utilización de casi las mismas palabras hizo a Fox proponer afirmaciones opuestas. En la sección “Nudo gordiano” de la antología del disparate preparada por el humorista de la televisión, se reproduce esta frase dicha en marzo pasado: “La diferencia o el desacuerdo no detienen el progreso de nuestro país; por el contrario, estimulan la democracia al tiempo que contribuyen a caminar con rumbo”.

Pero en diciembre, hace apenas tres semanas, opinaba ya lo contrario: “la democracia no justifica el desacuerdo”. Esa expresión ya no fue recogida por Bustamante pues su compilación seguramente estaba ya impresa entonces. Forma parte de una queja, análoga a la del Día de Reyes y sobre el mismo tema fiscal, que con menor razón todavía que este martes, formuló el Presidente pocas horas después de que el pleno de la Cámara de Diputados, por mayoría desechó un dictamen de la comisión de hacienda de ese órgano legislativo. Fox no abogaba en causa propia, aunque seguramente lo ignoraba, pues el rechazo de 251 diputados se refirió a un documento donde subyacía solamente un tímida sombra de la propuesta original de la Presidencia, descalificada y torcida por la coalición elbiazul, presumiblemente integrada por correligionarios y aliados del Ejecutivo.

En el debate parlamentario sobre la legislación fiscal el Presidente Fox padeció varias derrotas, no sólo frente a la oposición. Ha de asumirlas como corresponde al régimen de colaboración de poderes (y como anunció en su discurso inaugural), especialmente por que no cuenta con mayoría en el Congreso. Dos veces la ciudadanía decidió hacer participar a Fox en un gobierno dividido, pues en julio del 2000 —el mismo día en que él fue elegido— y en el mismo mes del año pasado, los electores compusieron unas cámaras en que ninguna fuerza política puede por sí misma decidir ninguna política, fiscal o de otra naturaleza.

Tal situación obliga al Presidente a un ejercicio político que no ha practicado o cuya estrategia resultó fallida. Se alió con Elba Ester Gordillo pretendiendo que los viejos modos del autoritarismo priista contribuyeran a modelar las decisiones que importaban al Presidente. Erró al fijar la meta y al escoger los medios. En vez de increpar de soslayo, en su ausencia, a los legisladores, Fox debe asumir que se equivocó, y enmendarse.

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