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MADRID, ESP.- El glamour se trasladó de la Catedral de La Almudena al Palacio Real, donde se sirvió el banquete de bodas en honor del príncipe Felipe de Borbón y su ahora esposa, Letizia Ortiz, al que asistieron cerca de mil 700 invitados.
Mientras Letizia, acompañada por su esposo, depositaba su ramo de novia en la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, los invitados se distribuyeron en los nueve salones de la planta baja del Palacio Real para tomar el aperitivo.
En la mesa principal, de forma rectangular, estuvieron ubicados los príncipes de Asturias, los reyes, los padres de Letizia Ortiz y personalidades de mayor rango. Los invitados fueron distribuidos en más de 120 mesas de ocho a diez comensales cada una.
Por lo que toca a la mesa presidencial se sirvió en vajilla de gala de Santa Clara, con cubertería de Alfonso XII y Alfonso XIII y cristalería de Baccarat, todo ello perteneciente al Patrimonio Nacional.
El resto de los asistentes utilizaron vajilla, cubertería, sillas y mantelería alquilada. Las mesas estaban decoradas con unos centros de flores azules, blancas y grises, entre rosas, tulipanes, verónicas, orquídeas, retamas y varias más.
El ágape se desarrolló en el Patio del Príncipe, de dos mil 500 metros cuadrados, el cual fue cubierto con una carpa de 50 metros de lado, anclada en una estructura metálica de 32 metros de altura y una loneta de color crudo con efecto de luz natural.
El lugar fue decorado con tapices de los siglos XVI, XVII y XVIII, nunca antes expuestos conjuntamente y mandados fabricar por Carlos V y su hijo Felipe II. También fue decorado con bellas esculturas de los cuatro emperadores romanos nacidos en Hispania, esculpidas entre los años 1750 y 1752: Trujano, Teodosio, Arcadio y Honorio.
Bajo la mesa principal se colocó una alfombra producida en Madrid en 1829 y en otras áreas del patio que estuvo cubierto por una enorme carpa, se pusieron otras alfombras de más reciente elaboración.
Las delicias degustadas El banquete fue servido por el restaurante Jockey, uno de los más selectos y exclusivos de Madrid. Se abrió con tartaleta de patata frita con changurro -centollo picado fino-, croquetas de jamón de pata negra, quesos manchegos, secos y semitiernos.
En la segunda parte se sirvió hojaldre de bogavante sobre lecho de puerros y verduras y un capón con salsa.
Acompañaron, a medida que avanzaba el festín gastronómico, finos vinos: manzanilla, un cava rosado, vino blanco Albariño joven y vino Rioja, el Imperial 1994 de Cune.
La tarta nupcial a cargo del gran maestro pastelero Francisco Torreblanca, fue de 150 kilos de peso y casi dos metros de altura. Se acompañó con un cava brut catalán y el moscatel de la vieja tradición mediterránea.
