En México muchos productores, políticos y líderes sindicales insisten en propagar ideas económicas falsas. Una de las más comunes y recurrentes es que la aplicación de medidas proteccionistas salvaguarda empleos y eleva el bienestar del país. La administración del Presidente Fox ha sido una víctima ingenua de esos reclamos, convirtiéndose en un Gobierno mercantilista que ante cualquier presión impone barreras a la importación, la más reciente en relación al papel para periódico.
Un ejemplo del sesgo proteccionista de este Gobierno es un anuncio patrocinado por la Secretaria de Economía que afirma en radio y medios impresos que comprando lo hecho en México contribuimos a ?generar y conservar miles de empleos?. Este argumento es uno de los obstáculos más severos para un crecimiento dinámico de nuestra economía, porque equipara equivocadamente el bienestar de la población con el proteccionismo comercial y la conservación de los mismos empleos, independientemente de que no sean los más productivos.
Nuestras autoridades ?del cambio? son cómplices de un juego mercantilista que por mucho tiempo han explotado en su beneficio diversos sectores de la población, como lo demuestran las innumerables ocasiones en que han capitulado ante las presiones políticas que reclaman un freno a las importaciones, así como la creación de todo tipo de salvaguardas, aranceles y barreras no arancelarias, cuyo principal objetivo es conservar el mercado interno para algunos productores, aún cuando esas políticas se traduzcan, invariablemente, en mayores precios y un menor poder de compra de millones de consumidores.
Por más de dos siglos los economistas han resaltado los beneficios del libre comercio y los costos de las restricciones comerciales para los contribuyentes y los consumidores. No obstante, en todo lugar y todas las épocas los grupos que se ven perjudicados ejercen suficiente presión política para confundir al público y proteger sus intereses. Conviene, por tanto, repetir hasta el cansancio las ventajas de la liberalización comercial.
El argumento tradicional a favor del libre comercio se basa en las ganancias derivadas de la especialización y el intercambio. Estas ganancias son muy fáciles de entender al nivel del individuo. La mayor parte de las personas no producimos siquiera una fracción de los bienes que consumimos. En su lugar, ganamos un ingreso especializándonos en ciertas actividades y lo usamos para comprar bienes y servicios que producen otras personas.
En esencia, ?exportamos? los bienes y servicios que producimos con nuestro trabajo e ?importamos? los que otros producen y deseamos consumir. Esta división del trabajo permite que incrementemos nuestro consumo más allá de lo que sería posible si tratáramos de producir todo nosotros. La especialización nos permite disfrutar de un mayor nivel de vida y nos da acceso a una variedad enorme de productos.
La división del trabajo existe también dentro de un país. Nuevo León, por ejemplo, se especializa en la actividad industrial y ?exporta? a otros estados sus productos, mientras que ?importa? aquellos para los que no tiene una ventaja comparativa. Destacan entre estos prácticamente todos los productos agrícolas. ¿Qué opinaría de quién proponga que busque la ?autosuficiencia? alimentaria, destinando a la producción de alimentos recursos con un uso alternativo mucho más productivo en las manufacturas y los servicios?
Una acción de tal naturaleza seguramente ?generaría y conservaría miles de empleos? en el campo neoleonés, pero no hay duda de que se traduciría en menos empleos en otras actividades, y lo que es todavía peor, un menor nivel de vida de su población, porque ahora estaría dedicada a actividades donde es poco productiva.
El comercio entre naciones es simplemente la extensión internacional de la división del trabajo a escala individual y regional. Al igual que los individuos y las regiones, los países se benefician inmensamente de esta división del trabajo, porque sus habitantes se dedican a labores donde son relativamente más productivos. Las economías que mantienen sus fronteras abiertas al comercio disfrutan un mayor nivel de bienestar en relación con aquellos que se cierran al exterior.
Así como no existe una razón de beneficio general para limitar el libre intercambio de bienes y servicios entre personas en una ciudad o entre regiones dentro de un país, tampoco la hay para limitarlo entre países. Los que quieren bloquear el comercio están buscando mantener sus privilegios y rentas de monopolio bajo la cobija de un acto de autoridad que impone costos importantes sobre el bienestar del resto de la población.
El libre comercio incrementa la competencia en el mercado interno, mejorando la calidad y los precios de los productos. En este proceso algunas empresas dejan de operar o cambian de giro, pero se abren otras más al identificar las oportunidades que brinda un ambiente de negocios abierto, sin preferencias o compadrazgos, que estimula a los empresarios a ofrecer productos y servicios al precio y calidad que el consumidor demanda.
En síntesis, el comercio crea y destruye empleos, pero su efecto neto sobre el nivel de ocupación en el mediano y largo plazo es casi nulo. La razón para promover la apertura comercial no es aumentar el empleo, sino hacerlo más productivo. Quienes buscan la protección, ya sea del papel o del azúcar, así como los que promueven comprar lo ?hecho en México?, por el sólo hecho de producirse dentro del país, en realidad desean crear y conservar empleos poco productivos en detrimento de la creación de otros más eficientes y competitivos. Esa política, invariablemente, deteriora el nivel de vida de la población.