“Unos minutos en la
boca, muchos años en la panza”.
Cuenta la vieja leyenda propia de lo mitológico que un día cualquiera cierto personaje llamado Narciso vio su reflejo en el cauce de un río y de ahí para el real quedó para siempre y hasta el fin de los tiempos enamorado de su figura y apabullante belleza. Dado que el Nazas tristemente no lleva agua, este columnista –de ello hace unos cuantos meses- salió con la brillante idea de imitar a tan famoso personaje haciendo uso de una báscula y el espejo para constatar cuan primoroso era.
¡La mentada báscula medidora tiene que estar mal calibrada! Me dije mientras observaba el parpadeo que cuantificaba el número de kilos. ¡El espejo está empotrado al revés y no me hace grandes favores! ¡No es posible! ¿A qué horas aumenté tanto de peso? Haciendo una recapitulación de mi vida me di cuenta de una verdad clara, meridiana e inobjetable: todo el tiempo fui un comedor compulsivo, transformé la gula de ser un pecado capital para convertirla en razón de mi existir.
Eso sí, nunca llegué a los niveles de obesidad norteamericanos, simplemente he sido lo que en términos cariñosos llamamos “chonchito”. Cabe destacar que ello nunca fue un impedimento que disminuyera el impresionante halo de buena suerte y éxito hacia el sexo opuesto pues como bien lo dijo una amiga que se encuentra entre la lista de favoritas: “así como estás te puedo abrazar como si fueras un osito y además me mantienes protegida del frío y otras inclemencias climatológicas”. (Quienes quieran interpretar lo anterior como un doble sentido están en todas las posibilidades de hacerlo).
Nuestros vecinos del norte no cuentan con una cultura gastronómica adecuada y por ello en diferentes incursiones a la tierra de Bush me fijo demasiado en personas que con facilidad llegan a pesar hasta doscientos kilos y actúan como si no pasara nada. ¿Realmente son interiormente felices? La globalización y el neoliberalismo vienen promoviendo una invasión de lo fácil, rápido y en caliente; por ello la sobresaturación en tiendas de autoservicio de distintos productos cuyos ingredientes son muy cuestionables y con extrema facilidad sustituyen el arte del buen comer.
Pero en México las cosas tampoco son tan distintas. Si nos vamos a recorrer distintas ciudades podremos apreciar que si bien contamos con platillos, sabores y un mestizaje alimenticio envidiables por el mundo entero; en términos calóricos andamos por las nubes. La tortilla y los frijoles engordan, nos los deberíamos evitar, sin embargo la idea antes mencionada no se la podemos plantear a millones de pobres cuyo sistema de subsistencia depende única y exclusivamente de estos productos.
Y luego vienen los refrescos, tan sabrosos y tan enraizados en el mundo entero que ya no respetan fronteras ni latitudes. Afortunadamente dentro de la triste realidad hay instituciones y personas que están en contra de las dietas fáciles –baje diez kilos en una semana- y optan por hacer del comer un modo de vida medido y responsable, sí, aquél donde el consumidor pueda acceder a un buen número de alimentos teniendo muy en cuenta las cantidades.
¿Qué se oculta tras un comedor compulsivo? Existen miles de razones, entre ellas la necesidad, dirían los psicólogos, de llenar vacíos afectivos, aplacar la incertidumbre y el miedo, gozar aunque sea por unos instantes de un satisfactor como bien lo son el alcohol o el cigarro. Me acabo de acordar de Freud y sus polémicos planteamientos: quizá todavía no hemos superado la etapa oral y nunca lo haremos.
Pero también la publicidad y los medios de comunicación tienen la culpa. Los diseñadores tienden a establecer cánones de belleza que están basados en modelos prácticamente anoréxicas y ello naturalmente ha repercutido en desórdenes alimenticios muy difíciles de tratar. Aquí no pretendo hacerlos llegar a la conclusión de que estar gordo es un pecado, simple y sencillamente busco compartir una experiencia personal; la incomodidad que me sugieren esos kilos de más que dicho sea de paso estoy tratando de eliminar. Ya no es la estética lo que importa, la cuestión trasciende la vanidad y va directamente relacionada con algo muy preciado que en cualquier momento se puede extinguir: la salud.
Es importante que cada persona se sienta bien con su físico: gordos o flacos es menester poder disfrutar de una vida plena donde otros sean los factores que nos hagan realmente felices. Yo por mi parte, he eliminado las gorditas de chicharrón por una larga temporada hasta que llegue el día que, como Narciso, me pueda ver frente al espejo y gustarme tal como estoy.
Y es que para que otros nos quieran, debemos empezar por barrer la casa propia.
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