“Sólo el que sabe es libre y más
libre es el que más sabe…
Sólo la cultura da libertad…
No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar,
sino dad pensamiento.
La libertad que hay que dar
al pueblo es la cultura”.
-Miguel de Unamuno-
Se acaba la guerra fría, el comunismo pasa a ser una utopía preciosa, las fronteras son rotas por avances tecnológicos, los hombres dejan de perseguir arquetipos. En cuanto a publicidad y marketing se refiere ahora nadie busca las características intrínsecas del producto –confianza viene a ser parte de un pasado glorioso- sino las emociones que éste provoque, el llegar al éxtasis. Si antes consumías Pepsi era precisamente por su sabor; ahora lo haces pues “calma tu sed”, hace te identifiques con un grupo determinado. La telefonía celular respondía a una necesidad lógica de comunicación y enlace, hoy contestas el aparato a medio restaurante pues ello confiere “status”, posicionamiento, seguridad, cubrir complejos, sentirte dentro del grupo privilegiado. Las marcas no necesitan promoción, el usuario porta logos vistosos, se convierte en principal y mejor arma hacia la proliferación del bien o servicio.
Dicho fenómeno alcanza niveles importantes en países industrializados. La sobresaturación informativa hace se pierda el piso: especialización, canales de tele para todos los gustos, pan y circo que si bien no llega al nivel de enajenar al espectador, por lo menos lo mantiene entretenido dentro de un ciclo mediático, de consumismo desenfrenado. Estados Unidos es quizá la mejor ejemplificación: una clase media estable en busca de satisfactores aparentemente innecesarios pero que confieren sentido de pertenencia.
Como modelo California, donde se vive una realidad distinta, los acontecimientos son concebidos al revés, el liberalismo impera y casi podríamos afirmar pulula una evidente laxitud moral. Contrastante, ahí se aprecia la riqueza, el “statu quo” y también la desigualdad. Los Ángeles con sus mansiones valoradas en millones de dólares, Rodeo Drive con boutiques ya conocidas por aberrantes niveles si de precio se trata. Pero también el racismo dentro de una sociedad que en apariencia promueve la diversidad cultural pero en el fondo condena la diferencia: doble moral aplaudiendo al blanco descendiente de irlandés, al metodista, espiscopal pero nunca al católico, menos al afroamericano, turco, musulmán o a nuestros paisanos.
México ha sido incapaz de ofrecerles oportunidades y por ello buscan emigrar a paraísos mejores, buscando el quimérico y desgastado “American Dream” premiando al que trabaja y se esfuerza. Pocos lo logran, ese sueño no es más que un maravilloso invento de la nomenclatura para calmar el ansia popular, domar y establecer límites, mantener la conciencia colectiva dormida. Los que cruzan el río son vejados, tratados como parias y aunque consigan el anhelado éxito económico jamás serán aceptados en el club de golf pues finalmente “son morenos”. Bueno, también son ampliamente conocidos los casos de familias mexicanas “bien”, de apellidos de abolengo que son relegados…
Si bien no caben las generalizaciones, en su mayoría la industria fílmica en Hollywood responde a un grado preocupante de incultura: sí, capta a los estudiantes de preparatoria que son incapaces de localizar Canadá en un mapa, al ranchero que en su vida ha salido de Texas y cuya máxima aspiración gastronómica es el “Tony Romas” de la esquina. Superhéroes, actores defendiendo a la patria por medio de la violencia, haciendo de la Unión Americana centro neurálgico del mundo, aventurándose a Sudamérica y proyectándola casi como representación escatológica del infierno mismo. Jennifer López y Salma Hayek por más populares y vistosas que puedan llegar a ser en el fondo siempre serán “diferentes”. Nomás es cuestión de acordarse de la típica gringa visitando Acapulco, enamorada del lanchero prieto. Morbo, nunca genuino interés.
Elecciones, referéndum y Gray Davis para afuera. Miembro del poderosísimo clan demócrata de los Kennedy, Arnold Schwarzenegger es el nuevo Gobernador republicano de California. Fisicoculturista apegado a las banalidades propias del gimnasio, inmigrante incapaz de pronunciar el inglés debidamente, exitoso como héroe de acción de filmes francamente denigrantes recibe apoyo de ese par de “glorias” apellidadas Bush. Los votantes hacen llegue a la silla pues responde al anhelo, la representación iconográfica, la superación, el vencimiento de fronteras, la generación de millones de dólares y todo lo superfluo, eso que atrae a las masas con el poder y la contundencia de la flauta mágica.
¿Quién dijo que nada más en nuestro país la política era un circo? ¿A poco esperan un mejoramiento hacia nuestros connacionales habitando por aquellos lugares? ¿Ganar treinta millones de dólares por película necesariamente te hace ser un eficiente político? Y luego se atreven a compararlo con Ronald Reagan pues él “también era actor”. Error garrafal: eran otros tiempos, diferentes hombres, circunstancias de abismales vertientes. Si bien cometió grandes errores, el ex Presidente yanqui supo delegar responsabilidades, estableció sólidas relaciones con otros países, terminó con la guerra fría, los “reagonomics” trajeron estabilidad y su trato, categoría, don de gentes jamás podrá ser equiparable a la evidente vulgaridad de un fisicoculturista que con su postulación evidencia lo denigrante que puede llegar a ser la arena pública.
Pobres californianos, de plano perdieron todo sentido de proporción. Bueno, aquí tampoco andamos tan bien que digamos. México también posee una serie de “ilustres”: Salgado Macedonio, Irma Serrano, Pancho Cachondo, Arturo Montiel, entre otros. Que Dios y la Virgen me amparen: si me dieran a escoger votaría por Roberto Madrazo. A ese nivel puede llegar la desesperación del hombre.
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