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Guerra asimétrica

Luis F. Salazar Woolfolk

El atentado en el sistema ferroviario urbano de Madrid del jueves pasado, es una manifestación del nuevo estilo de confrontación violenta que aqueja a la humanidad del Siglo Veintiuno.

Con independencia del horror del crimen y la justa indignación que inspira, sorprende que el atentado haya influido en los resultados de las elecciones generales en España, hasta el extremo de generar un cambio de Gobierno que no era previsible según encuestas previas al mortal suceso. De este punto, a consolidar la posición del terrorismo sobre una sociedad internacional en condición de rehén, sólo hay un paso.

No dudamos del compromiso del Partido Socialista Obrero Español en contra del terrorismo sin embargo, resulta innegable que los resultados electorales están causalmente vinculados al atentado y así lo reconoce el virtual presidente del nuevo Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, cuando refiere a que la de su partido y la suya propia, es una “amarga victoria”.

La pasada centuria que se significó por un grado de violencia de proporciones genocidas, dividió sus ciclos en función de Guerras Mundiales. El desenlace de la tercera de ellas conocida como la Guerra Fría, era esperado bajo el signo de una hecatombe nuclear apocalíptica y se decidió sin que por fortuna se produjera tan negra expectativa.

A partir de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York, la humanidad enfrenta un nuevo estilo de guerra que se ha dado en llamar asimétrica, en función de que se aparta de los cánones formales de confrontación tradicional, entre Estados definidos mediante fronteras y estructuras jurídicas formales.

Intervienen en dicha guerra estados-nación determinados y en ella juegan un papel los organismos internacionales, sin embargo, la inconsistencia del orden mundial vigente y sus grandes vacíos, así como la prepotencia de algunos protagonistas y la rebeldía de otros, implica una ineficiencia radical que hasta ahora no ha sido superada y que es aprovechada por bandas terroristas de muy distintos signos.

Uno de los riesgos más graves del terrorismo actual, opera en forma semejante a la piratería de los siglos dieciséis a dieciocho, que aunque actuaba sin bandera, acabó por servir a intereses específicos de Gobiernos o potencias de la época.

El desempeño de los Estados Unidos de Norteamérica como potencia sobreviviente de la Guerra Fría entre este y oeste, no ha respondido a las demandas de liderazgo de una comunidad internacional que a paso lento realiza esfuerzos alternativos por organizar el nuevo orden que el mundo requiere, como ocurre en el caso de la Unión Europea, cuya consolidación constituye un caso meritorio y notable pero excepcional e insuficiente, para responder al reto de construir un nuevo orden internacional que sea garante de la paz.

Una de las mayores críticas que la política internacional de dicho país merece, durante el Gobierno del presidente George W. Bush, es su desprecio por la búsqueda de consensos en el seno de los organismos internacionales, aun entre sus aliados tradicionales. Tal actitud se puso de manifiesto durante la última incursión en el Oriente Medio, que tuvo como blanco a Irak y como objetivo el derrocamiento el Gobierno de Saddam Hussein y la captura de los pozos petroleros en territorio iraquí.

A estas alturas se advierte atinada la postura del Gobierno de México, que aprovechando la tribuna del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se pronunció en contra de la intervención de los Estados Unidos en Irak en los términos en que la misma se produjo, porque con ello respondió al sentir general de los mexicanos y actuó con apego a la verdad y a la justicia, al costo diplomático inmediato que haya sido.

Las anteriores reflexiones no justifican el atentado criminal del jueves pasado en Madrid, pese a que pudiera explicarse y de hecho sea reivindicado por sus autores anónimos erigidos en acusadores, jueces y verdugos, en función de la actitud beligerante de España como aliada de los Estados Unidos.

Es de primordial importancia para el futuro del planeta, el fortalecimiento de los organismos internacionales a partir del consenso de los países miembros. Para ser efectiva esa tarea, la actividad diplomática debe rebasar al poder militar de las potencias y apoyarse en principios éticos y jurídicos, en función del bien común de la sociedad humana y si esto se considera ilusorio, bajo el impulso de un estricto instinto de conservación.

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