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Hablando de miradas

Gaby Vargas

El salón está lleno, todos escuchamos las palabras del expositor con mucho interés. Sólo Diego, frente a nosotros, estira el cuello sobre las cabezas del público y dirige la mirada hacia la puerta. Espera ver a Paola, su esposa, cuando llegue. Inquieto, la busca a través del celular. Al cabo de media hora, Paola aprovecha un aplauso y seguida por varias miradas, envuelta en un chal negro, con un aire de elegante dignidad, entra pausadamente para sentarse junto a su esposo.

Diego sonríe, la mira con unos ojos que reflejan admiración y un profundo amor. Paola le devuelve la sonrisa e intercambian una mirada de complicidad. En la semi oscuridad, me conmueve ver cómo se debate la atención de Diego: Por un lado está el conferenciante y, por el otro, está ella, su esposa, a quien no deja de voltear a ver con discreto orgullo.

Paola no se da cuenta, o finge no darse cuenta, de ese acto que pasa casi inadvertido y que, a seis años de matrimonio, construye las estructuras de su mundo de pareja. ¡Qué diferencia! Ese detalle, que de casualidad me toca presenciar, hace que mi mente divague y compare. Pienso en otra pareja y en lo rápido que desapareció esa mirada amorosa que, a sólo ocho meses de la boda, sólo refleja desencanto.

Cuando ella lo mira, más parece la directora del colegio educando a un niño de quinto de primaria. ¿Dónde quedó la joven esposa enamorada? Su mirada es seca, vigilante, irónica. Incluso, con disparos de desaprobación. ¿Qué sentirá su esposo? ¿Cuánto tiempo durarán casados? En las noches, cuando está cansado ¿Le darán ganas de regresar a su casa y verla?

El anhelo de sentirse apreciado

En una relación de pareja, inevitablemente habrá diferencias. Sin embargo, cuando entre los dos se transparenta un espíritu de aceptación, el matrimonio tiene un punto de unión muy fuerte. Al amor hay que ponerle voluntad. Se necesita querer, querer. Entre las parejas pueden existir desacuerdos y diferencias, incluso hastíos, pero si hay aceptación y deseo de convertirnos en el admirador número uno de nuestro ser amado, entonces, hay estructura.

Cuando esto ocurre, con una sola mirada, se establece el lazo que garantiza una relación duradera y gratificante. Apoyados en este pilar, las cosas fluyen, salen adelante, las tormentas pasan. Y, lo más importante, nos mantenemos convencidos de que la persona con la que nos casamos, merece todo nuestro amor, respeto y admiración.

Como diría el profesor William James: El principio más profundo en el carácter humano, es el anhelo de sentirse apreciado. Indudablemente, vivir es sabernos y sentirnos queridos. Una buena relación no se da por casualidad, necesita un espíritu generoso de aceptación mutua. Suena muy fácil, ¿no? El problema es que, cuando en las relaciones aparece un ventarrón, el espíritu de aceptación es lo primero que sale por la ventana.

Cuando nos enojamos, cuando nos sentimos frustrados o estamos resentidos, lo primero que hacemos es comportarnos de tal forma, que el otro se siente rechazado y por lo tanto, se aísla o lanza el contra ataque... Y así, la guerra comienza.

Es fácil olvidarnos

En lo cotidiano, es muy fácil que nos olvidemos de redescubrir, encontrar y enfocar las cosas buenas, positivas y admirables que tiene el otro. Sin embargo, estoy convencida de que las parejas tendríamos menos problemas si fuéramos capaces de centrar nuestra atención y energía en encontrar y resaltar las cualidades del otro, en lugar de pasar el mismo tiempo buscando, quisquillosamente, sus defectos.

Cuando decidimos, de corazón, mirar a nuestra pareja con un espíritu amoroso y benevolente, nos sorprenderemos de lo que recibimos a cambio. Recordemos que no estamos hablando de condescendencia sino de verdadero y generoso amor.

Cuando a través de una mirada damos aceptación, admiración y apego, es probable que nuestra pareja nos busque en lugar de evadirnos, que se sienta tranquilo y confiado en lugar de irritable y agresivo, que sea más cooperador y menos combativo. Ven, te invito a que recuerdes cada día todas las cualidades que nos sedujeron y enamoraron de nuestra pareja.

Al mismo tiempo te animo para que conscientemente nos convirtamos en su principal admirador. Y, sin darnos cuenta, estaremos optando por ser felices. Al final de la conferencia, los aplausos y las luces me hacen regresar al salón del hotel. Sólo queda en mi mente el deseo de que Diego y Paola cumplan 50 ó 60 años de casados, y que en esa edad, donde ya no se atrapan las miradas al entrar a un lugar, puedan seguir intercambiando complicidad, intimidad y esas miradas elocuentes, llenas de coloquios silenciosos en donde el amor y los años forman una solidez inquebrantable, en la que todo se entiende con una sola mirada.

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