Primera de dos partes
Cuando más se pide no judicializar la política, más se politiza la procuración de justicia. Y, así, ni se hace política ni se procura justicia. Nada más se polariza la atmósfera y se crean, por consecuencia, escenarios de caos y ruptura. En esas estamos y conforme pasan los días, son más los indicadores que señalan el peligro de entrar en el campo de la inestabilidad política que terminará, por fuerza, de colapsar a la economía y avivar el malestar social que no encuentra vía de expresión satisfactoria y mucho menos respuesta a sus inquietudes.
La prudencia que Vicente Fox le exigía a Felipe Calderón es la que el Mandatario debería poner en práctica en su propia actuación hacia dentro y hacia fuera del Gobierno. Mucha de la responsabilidad del desenlace de la innegable crisis política en la que el país se encuentra, es de él. Hoy, mucho más que otras veces, Vicente Fox tendría que reconocerse como jefe de Estado. No es creíble que, a lo largo del sexenio, el país haya servido como anfitrión para cinco cumbres mundiales y no se tenga la capacidad de armar una cumbre nacional para alejar el fantasma del caos y la ruptura.
*** Parece que no, pero el transcurrir de los días cuenta. Medio año se ha perdido en una colección de escándalos de corrupción y perversión política que involucra a todos (a todos) los actores políticos y sólo deja al país una atmósfera de desencuentro y frustración. Más tiempo invierte la élite política en tratar de sacar raja del escándalo en turno que en pensar, en grande y en serio, cómo sumar esfuerzos para emprender las tareas que recoloquen al país en una auténtica perspectiva de desarrollo.
Más tiempo dedican los actores políticos en declarar en contra de sus adversarios políticos, que en hablar con ellos para trabajar en mínimos acuerdos que le den una oportunidad a la República. Los actores políticos declaran hacia fuera, más de lo que hablan entre ellos. Cínicamente, se sirven de los medios de comunicación -los medios informativos son eso: medios-, no para escuchar qué dice la ciudadanía y atenderla, sino para que la ciudadanía los escuche y los atienda.
Algunos de ellos, incluso, han intentado sofocar la expresión y la manifestación ciudadana sobre la base de la represión ilegítima, como ocurre en Jalisco o sobre la base de considerar que su expresión responde a un interés partidista, como ocurre en el Distrito Federal. En la lógica de la clase política hasta la plaza pública es de ellos, y no de la ciudadanía. Del trabajo discreto y en silencio, los políticos han hecho un olvido. Todo es declarar aun cuando con sus propias declaraciones oculten hasta las buenas noticias. Sirva un hecho de ejemplo: el Presidente de la República se queja de que las buenas noticias no se divulgan, sin embargo, si alguien tapó hace unas semanas la noticia del crecimiento del Producto Interno Bruto fue él mismo que, desde Budapest, consideró que mejor era dedicarle una andanada de descalificaciones a Andrés Manuel López Obrador.
En vez de darle espacio a la noticia de las inversiones en Ciudad Sahagún, el mismo Mandatario consideró pertinente hablar de “la turbulencia”. Una declaración sucede a otra y arrastra hasta a las buenas noticias. El absurdo es que después venga la queja.
*** En esa lógica de conducta, el quehacer de la élite política se concentra en colocar y acrecentar los escándalos bajo la idea de perjudicar lo más posible al adversario y cuidar que los propios yerros no aparezcan o afloren demasiado.
Sin embargo, el más simple recuento de los escándalos deja a todos sin cabeza. Ya nadie recuerda, pero el ex embajador Carlos Flores disfruta plácidamente de su retiro. Despilfarró recursos pero la auditoría que se le practicó a su gestión en la embajada de México ante la OCDE, lo dejó limpio. Ya nadie se acuerda, pero el escándalo en relación con la Fundación Vamos México es un asunto que tintina. Ya nadie se acuerda, pero el propio Vicente Fox supo del manejo de los recursos de su campaña y ahora, es él quien se erige como la autoridad moral que exige limpieza en todo aquello que no tenga qué ver con sus propios enredos.
Ya nadie se acuerda, pero la fama pública de los hijos de la señora Sahagún terminará por dar de qué hablar, quizá, el próximo sexenio. Ya nadie se acuerda pero Jorge Emilio González Martínez transita en la política con un enorme sello de impunidad en su conducta.
Ya nadie se acuerda, pero el saqueo de recursos de Pemex a favor de la campaña de Francisco Labastida y la impunidad de los dirigentes del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps y Ricardo Aldana, ahí está. Ya nadie se acuerda, pero Cuauhtémoc Cárdenas fue quien dejó a Rosario Robles en el Gobierno capitalino y ella camina por la vida como si fuera una víctima.
Ya nadie se acuerda, pero René Bejarano disfruta cabalmente de su fuero y Gustavo Ponce no aparece, personajes de los que, con la fuerza de una declaración insostenible, se deslinda Andrés Manuel López Obrador.
Ya nadie se acuerda, pero Dolores Creel dispuso de recursos públicos para un proyecto cuasipersonal. Ya nadie se acuerda, pero la millonaria familia Riojas vive holgadamente de los dividendos que le dejó el negocio de su partido.
¿Con qué cara quieren este o aquel otro actor político erigirse en la autoridad moral del momento?
*** Si frente a la corrupción verdaderamente hubiera una sola vara para medirla, el procurador Rafael Macedo de la Concha no tendría reposo y muchísimos políticos tendrían ya un lugar permanente frente al ministerio público y probablemente, frente a los jueces. Pero no es así, la procuración de justicia tiene distintas varas para medir la corrupción o los delitos de la élite política.
Lo que para el entonces contralor Francisco Barrio eran verdaderos peces gordos, para el procurador Macedo de la Concha no fueron ni charales. Lo que para Andrés Manuel López Obrador son citatorios que con prontitud expide la Procuraduría General de la República, para otros gobernadores son virtuales certificados de exoneración, ahí está Sergio Estrada Cajigal o incluso José Murat que dejó sin terminar la ratificación de su declaración y pese a ello, nunca recibió una orden de presentación. Continuará...
Lo peor de este último caso, el del atentado, es que hay un muerto, cuyo fallecimiento apenas va a ser hasta ahora investigado. Ahí está la declaración de la PGR, exonerando de vínculos con el narco al gobernador Tomás Yarrington.
Las varas de la procuración de la justicia son varas políticas y miden distinto. De ese modo, aun cuando esa función es fundamental en un Estado de derecho, la procuración se está convirtiendo en un instrumento de conveniencia política.
Se aplica conforme al criterio del procurador que, por lo visto y dicho, ni siquiera toma en cuenta al Presidente de la República. Para todo aquel que se preste se expiden señalamientos de corrupción aunque, después, sólo algunos tienen que responder por ella y sentarse ante el ministerio público. Se juega a gusto con la procuración de justicia. ¿Eso es combatir la corrupción?
*** El problema de seguir por el camino del escándalo y la satanización con distinta consecuencia jurídica es que se está vulnerando la posibilidad de frenar el deterioro político que amenaza con colapsar a la economía y enardecer el malestar social. El transcurrir de los días marca en el calendario nuevos sucesos políticos. Se está ya a semanas de que arranque la temporada electoral en que comenzarán a disputarse gubernaturas en distintos estados de la República y como es natural, la competencia electoral tiende a marcar las diferencias y no las coincidencias políticas. Así, la atmósfera de polarización tendrá un nuevo episodio en su radicalización y más cuando la precipitación del juego sucesorio en la Presidencia de la República, prohijado increíblemente por el propio Gobierno y el partido, hará de las contiendas electorales estatales campos de batalla perfilados hacia 2006.
Por lo demás, el calendario también marca el término de los trabajos de la Convención Nacional Hacendaria que, en principio, constituye una posibilidad de reencuentro entre la clase política pero, si en paralelo a ese suceso se insiste en polarizar la atmósfera, esos trabajos podrían terminar por tirarse al cesto de la basura porque, a fin de cuentas, su conclusión tendrá que darse en el Poder Legislativo.
Y en ese mismo calendario, quedan ya escasos tres meses para que arranque el período ordinario legislativo y con él, el informe presidencial acaso empatado con el juicio de procedencia de Andrés Manuel López Obrador.
Esas son las fechas que marca el calendario y aunque no lo parezca, el transcurrir de los días cuenta. Llegar con la actual atmósfera a esas fechas podría, lejos de ser una oportunidad, convertirse en el detonador de la peor carga de la crisis política que arrastra al país.
*** Desde esa perspectiva, los factores de poder, grandes y chicos, deberían presionar a los actores de poder para organizar una minicumbre nacional, nada extraordinario, simples encuentros, no actos de lucimiento. Deberían subrayar la necesidad de que dejen de hacer tantas declaraciones de pie y a pie, para sentarse a hablar en serio sin pensar en los reflectores y los micrófonos.
Pensando, eso sí, en la gobernabilidad y no en la popularidad que puedan derivar de la fotografía. Si, antes de mediados de julio, Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador no hablan y logran acuerdos políticos serios sin que ello suponga el atropello del derecho, la mesa estará puesta para que la inestabilidad política colapse la economía y acreciente el malestar social que, en estos días, no encuentra la forma de hacer sentir que lo que se dio fue un mandato y no un cheque en blanco que incluye hasta la desconsideración.
Si no se trabaja en distender la atmósfera política prevaleciente y dar ejemplo de civilidad, cualquier incidente podría desatar la espiral de violencia que, como pequeño torbellino, comienza a levantar el polvo de una tormenta. Es hora de hablar, no de hacer declaraciones.