El País
MADRID, ESPAÑA.- El niño de las galaxias y su aura de canadiense tranquilo se dejan contaminar por el meollo político y periodístico de Washington. O eso parece, porque la corrección sigue ocultando su lado oscuro.
De nada le ha servido interpretar a un mentiroso, a un canalla sin escrúpulos, a un mal llamado periodista que traiciona a su revista, a sus compañeros y a sus lectores. Ni una mentirijilla para ganarse al respetable en la entrevista. Nada de nada.
Anakin Skywalk… Perdón, Hayden Christensen, 23 añitos que parecen 17, sigue siendo un paladín de la corrección política. Al enemigo, su personaje en El Precio de la Verdad, ni agua. Espadazos galácticos para Stephen Glass, el infame redactor de la revista The New Republic que inventaba reportajes y, durante años, engañó a todos con sus malas artes de adulador y falso seductor.
No extraña entonces que el encuentro en el Ritz madrileño comience con guasa, o sea, con las lógicas bromitas acerca de la profesionalidad del que esto emborrona: “No te inventarás nada, ¿eh?”, pregunta el niño-hombre. La cosa promete, pero la heroica del actor vence a su lado canallesco: “No hay defensa posible para el comportamiento de Glass. Le compadezco. Es un producto de todo lo que le rodea, pero es inexcusable”.
No hay tregua, ni una sola rendija por donde colarle un gol de periodista. Y si se intenta, contraataca, como el Imperio: “Es que ustedes, los periodistas, tienen el lado sombrío en su ego”, asegura después de haber pasado varias semanas camuflado en periódicos y revistas, de oyente en reuniones de redacción, y a pesar de no haber conocido a Glass, que aún anda por ahí, ganando dinero con sus patrañas.
¿Ego? Pues parecido a los actores, ¿no? ¿O es que Hayden Christensen es una excepción también aquí? “Bueno, lo de Stephen Glass es una ambición malsana, y ambición es una de mis palabras menos favoritas”. Chico perfecto. Pero la perfección tiene truco: tampoco le gusta la palabra “política”. No ha sucumbido a la tentación de su personaje. No quiere líos. De poco le han servido las gafas de periodista para analizar el mundo en que vivimos: “Soy actor, no político. Me guardo mis ideas, pero es una tragedia lo que está ocurriendo, eso de que cada vez haya más países con aniversarios fatales”.
Nacido en Vancouver, joven canadiense con pinta de estudiante listo de universidad cara se sabe bien la lección de chico bueno, de mano inocente. Ni siquiera teme a la fama: “Suena a tópico, pero me siento muy unido a mi familia y a mis amigos, y esa es la clave para que el éxito no me cambie. Aunque tengo que ir a Los Ángeles a trabajar, vivo en Toronto. Mi trabajo no es lo más importante”. Y es sincero, porque los hechos prueban que su carrera se ha mantenido pura, limpia de contaminaciones quinceañeras o naderías de comedia romántica, quitando unas cuantas series de televisión que le sirvieron de arranque.
Primero fue un papelín de la corte de admiradores de las rubias infantas de Las Vírgenes Suicidas, y luego el adolescente rebelde de La Casa de mi Vida (“después sólo me llegaban guiones de chico problemático”), y con ese pequeño bagaje superó el casting para Star Wars.
Niega que estar presente en tamaña superproducción le impida aceptar determinados papeles, “mientras no sean pornográficos”, bromea. “No estoy obligado a mantener una imagen en especial, pero además no me gusta repetirme y resisto a Hollywood. Siempre quieren lo mismo de ti”.
Tras cuatro meses en Londres, subido a las tablas del West End junto a Anna Paquin y Jake Gyllenhaal, con la obra This is our Youth, escrita por Kenneth Lonergan (director de You Can Count on Me), temporada en la que ha vivido por primera vez desde el instituto “la emoción de llevar una auténtica vida de actor”.
Christensen pasó por Skywalker, el rancho californiano de Lucas, donde se ultima el montaje del Episodio III, por ahora última entrega de Star Wars (para 2005). En agosto volverá a Londres a regrabar escenas con efectos especiales, pero ya se habla del combate definitivo entre Obi Wan Kenobi (Ewan McGregor) y el Anakin Skywalker de Christensen. Porque la única verdad absoluta de toda esta historia es que, quiera o no, este papel marcará su vida.