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Himno y bandera, símbolos de unidad

Roberto Orozco Melo

Hay amores que no se pueden ocultar y al contrario se demuestran con orgullo, pasión e intensidad: el amor a la Patria es uno de éstos. Amamos al país en que nacimos, nos educamos y trabajamos a diario; pero en estos días, que son los de la Patria, nos damos el gusto de sentir tal amor a plenitud y expresarlo con todo el corazón... Hoy es, además, una oportunidad extraordinaria para gozarlo, pues se cumplen 150 años de la fecha en que los mexicanos del siglo XIX escucharon, por vez primera, la música y la letra de nuestro glorioso Himno Nacional.

¿Quiere usted, paciente lector, la receta para estimular este amor? Precisamente la noche del grito de Independencia mezcle lo siguiente: una Plaza de Armas repleta de ciudadanos (y ciudadanas) eufóricas y felices; una voz de autoridad estatal o municipal que vitoree a los héroes que nos dieron Patria; sienta en la piel la combinación de los tambores y los clarines de las bandas de guerra; visualice la gallardía de los soldados mexicanos quienes, en posición de “firmes”, enmarcan en verde olivo la tradicional ceremonia; deslúmbrese con los reflectores que iluminan el Palacio de Gobierno; contemple a nuestra bellísima bandera nacional ondeando en lo alto del edificio gubernamental y en la plaza; escuche el sonido argentino de la campana que convocó en Dolores, Guanajuato, a la insurgencia nacionalista y unidas a ésta el coro de las campanas de los templos; estremezca su alma con la marcha de honor, marcial preámbulo de las notas sonoras y exultantes de nuestro glorioso Himno Nacional sinceramente entonado por la multitud, por los coros escolares y por cada uno de los coahuilenses quienes, mexicanos al fin, sentimos un amor grande, profundo y apasionado por México. Mientras puede contemplar la magia feérica de los juegos pirotécnicos que el mismísimo Dios disfruta, entre las nubes.

Música y letra, todo es Patria en nuestro Himno. Si las notas musicales fueron producto de la inspiración de Jaime Nunó, español de estancia circunstancial en México, eso no le quita méritos a este vibrante canto nacional. Tampoco lo devalúa la leyenda romántica tejida entre la atormentada vida del poeta potosino Francisco González Bocanegra y su casto amor por la dulce noviecita, Guadalupe González del Pino y Villalpando, (Elisa en sus poesías) que exaltó el proceso de composición de nuestro Himno. Vaya, ni siquiera lo hizo desmerecer la película protagonizada por Pedro Infante sobre la anécdota que narra cómo Lupita lo encerró con llave en la sala de su casa y no le abrió hasta que, concluido el poema épico, que ipso facto enviaría al concurso nacional del Himno, le fuera entregado por el intersticio inferior de la puerta...

El 15 de septiembre de 1854 se cantó por vez primera nuestro Himno Nacional, en el teatro Santa Anna, obviamente dedicado al presidente de México, Antonio López de Santa Anna, quien no asistió al evento. Algunos autores afirman que se le atravesó una pelea de gallos o quizás algún galanteo romántico; pero el hecho fue que no estuvo ahí y su ausencia provocó varios efectos, entre otros la estampida de los funcionarios del Gobierno y los redactores de los periódicos, entre ellos los del Diario Oficial el cual, obviamente no publicó crónica alguna sobre el estreno.

Al día siguiente se repitió la función con la presencia del generalísimo Santa Anna y de ahí en adelante el pueblo se adhirió con fe inusitada al Himno Nacional. En las casas de música se agotaron los ejemplares de la partitura y de la letra. Algún listillo desapareció el original del Himno, pero se hicieron copias y arreglos para piano, orquesta y banda militar. Corrió de boca en boca la prestancia de sus acordes marciales y la trascendencia del mensaje en cuartetas épicas que convocaban a la defensa de la Patria ante la ambición de los Ejércitos extranjeros. México vivía, era cierto, en actitud alerta contra Estados Unidos, Francia, Inglaterra y aún España; pues en Europa corría fama la desvalida posición económica y social de un pueblo inculto, impreparado para administrar sus vastos recursos que sería fácil presa para los Ejércitos de otros países más adelantados.

Por ello la guerra marcó el sentido épico del mensaje poético. Los 84 endecasílabos distribuidos en diez estrofas y el coro repetido cuatro veces tienen por tema señero los valores fundamentales de la Patria: la paz, la libertad, la independencia y la soberanía nacional. El mensaje de “exhalar en tus aras su aliento” cayó a plomo sobre un pueblo hastiado de afanes bélicos y sin embargo, bien entendido que la única forma de conquistar la paz y mantener los valores consecuentes era estar siempre preparados y en pie de guerra.

La teleología de epopeya bélica que contiene el Himno, puesta al paralelo de la actual situación mexicana, no hace el menor sentido en estos días; resulta que somos medio independientes, medio soberanos y medio libres, sujetos por cadenas a la globalización económica mundial. Nuestros compromisos económicos están establecidos en los tratados comerciales y nos va muy mal; los compromisos sociales ––el Gobierno frente al pueblo –– están en déficit y el pacto político se basa en la democracia. Y qué bueno, solamente que deberíamos depurarla de algunos defectos, entre otros tantos partidos políticos que impiden la libre participación de los ciudadanos en las elecciones...

¿Cambiar la parte poética del Himno para hacerla congruente con el México de la modernidad? Quién sabe. Cuando Benito Juárez pasó en 1846 por Monterrey algunos notables le propusieron varios cambios a las estrofas del himno y su respuesta fue tajante: “Ni una sola nota, ni una sola palabra”. Amemos, cantemos y respetemos a nuestro Himno Nacional. Resistamos la tentación de proponer un cambio. Después de todo, la Bandera y el Himno Nacional son los únicos símbolos de la Patria que tienen la capacidad de mantener unidos y esperanzados a los mexicanos…

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