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Hollywood va a misa

Jorge Zepeda Patterson

Las representaciones de Semana Santa nunca volverán a ser las mismas. Ha sido tal la afluencia de público y tan dramáticas las escenas del Vía Crucis de la película La Pasión de Cristo que sólo puedo temer por los pobres actores que representan el papel de Jesús. Han tenido que lacerarse en serio y sangrar en abundancia para impactar a un público que llega sacudido por las descarnadas imágenes que logran los efectos especiales de Mel Gibson.

Las representaciones no es lo único que habrá de cambiar. Hay reportes de que la asistencia a misa ha aumentado y en los días santos el fervor alcanza intensidades que hace tiempo no se veían.

Pero algo no parece marchar bien cuando hay que recurrir a Hollywood para inspirar un brote de devoción masiva. Y lo que no está bien es la película misma. El cine es un medio absolutamente legítimo para ofrecer una versión de la vida de Jesucristo. No es la primera ni la última que habrá de filmarse basada en los evangelios. El problema es que esta es una versión sádica más emparentada con el género denominado “snuff” (escenas de terror fisiológico que apelan al morbo magnético que inspira el dolor por el dolor) que con el recogimiento espiritual. En cualquier otro contexto, la película habría sido denostada por la violencia gratuita y de mal gusto en la que se solaza.

Una flagelación en tiempo real en la que el espectador atestigua la manera en que un cuerpo sano queda convertido en una masa sanguinolenta por la aplicación vigorosa durante 20 minutos de un látigo con puntas de navaja. Una crucifixión en que se muestra los clavos hundiendo las carnes en cámara lenta y con repeticiones desde diversos ángulos, como si fueran goles por la educación, para no perder detalle del crujir de huesos y la pulverización de tendones. Un Vía Crucis eterno en que el ascenso al Gólgota se convierte en una ruta de sangre y de ignominias para dejar en el plexo del espectador un dolor impotente que no se disipa en horas.

Las salvajes golpizas a ritmo de Beethoven en “Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick, que en su momento causaron indignación, son meras magulladuras comparadas con la larga sesión masoquista que nos inflinge Gibson bajo el pretexto de la vida de Cristo. Los diálogos son mínimos y sin asomo de talento. Las escenas y las frases son absolutamente previsibles y provocan reiteradas sensaciones “deja vú”. Los personajes de María y de Magdalena se instalan en un permanente rictus de dolor, sin matices que favorezcan otros giros de interpretación. Eso sí, la película constituye un portento de recursos técnicos, efectos especiales, fotografía y escenarios.

Algunos católicos están entusiasmados con la película, pues consideran que esta representación del sufrimiento y el sacrificio de Cristo en sus últimas horas les ayuda a vigorizar su fe. A mí me parece, en cambio, que el verdadero cristiano no puede menos que cuestionar el abuso mórbido del dolor de Jesús para extraer unas gotas de seudo devoción de parte de las audiencias.

Al margen de consideraciones teológicas, la fuerza de la figura de Jesucristo en la conciencia del Occidente no reside en esas últimas horas de sufrimiento, sino en la trascendencia de sus enseñanzas, en la profundidad de su mensaje evangélico. Nada de eso aparece en la película. En los últimos dos mil años millones de personas han muerto por sus creencias en el cadalso, en la hoguera, en el pelotón de fusilamiento, en la soga y la guillotina. Algunos murieron a manos de torturadores profesionales, capaces de infligir umbrales de dolor muy por encima de los excesos de un soldado romano de principios del siglo I. Muchas de estas víctimas aceptaron su sacrificio como una entrega final en aras de sus ideales. Lo que hace diferente a Jesús es la naturaleza de su mensaje y la manera en que éste ha afectado a una civilización, a millones de personas.

Un sacerdote dirá que lo que hace diferente a Jesús es la resurrección; pero ni siquiera ése es el tema de la película (en los últimos segundos de la proyección, en la penumbra de la cueva en la que es depositado el cadáver, una figura se levanta del cuerpo, pero esa imagen inmediatamente desaparece para dar lugar a los créditos).

La Pasión de Cristo de Gibson me parece más bien una invocación pagana, casi fisiológica de una supuesta religiosidad. Apela no a la espiritualidad sino a los bajos instintos, porque es un discurso filmográfico que busca deliberadamente reacciones innatas que nos llevan a conmovernos ante el dolor. Gibson confunde el morbo con la mística.

Dudo que los fervores que ha despertado la película se traduzcan en un acercamiento del cristiano a su iglesia o a su doctrina. Justamente la doctrina cristiana es lo que no está presente en este filme. No hay amor en la cara de terror que el personaje de María despliega ante la tortura absurda que recibe su hijo. Ni tampoco hay amor en la actitud resignada y pasiva de un Jesús que recita frases predefinidas con la escasa convicción de quien sabe que está ahí porque un poder ajeno lo decidió. Sólo hay dolor, tortura y sangre. Es decir, una profanación del mensaje de Cristo.

(jzepeda52@aol.com)

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