Las páginas periodísticas dedicadas a presentar la información de sucesos donde se transgrede la ley, el orden y la seguridad pública han dado cuenta en los últimos tiempos de abominables delitos en los que padrastros, tíos, amasios y hasta progenitores de criaturas de meses o pocos años de nacidos llevan a cabo contra ellos acciones violentas que han acabado en algunos casos en la muerte de los menores y en otros en lesiones con terrible secuela tanto físicas como psicológicas.
Algunos comentaristas han atribuido culpas específicas a instituciones gubernamentales, acreditándoles imputaciones mayores que las que les especifican a los directos causantes de la acción delictiva, como si la institución gubernamental, llámese policía, DIF, Secretaría de Seguridad, Secretaría de Gobierno, Procuraduría de Justicia, etc., hubieran sido los agentes directos de la acción delictuosa.
Dentro de todo lo terrible que resultan las acciones delictivas donde un adulto que incluso mantiene un cierto parentesco con la víctima, despliega una conducta que provoca hechos definitivos en perjuicio de ese familiar, en ocasiones por motivos tan baladíes como son: es que lloraba mucho y ya me había desesperado; es que no me obedecía; es que compartía el cariño de mi mujer: este tipo de delitos empalidecen cuando los comparamos con lo que es en sí mismo el aborto.
En el aborto no sólo se lleva a cabo una acción también totalmente desproporcionada entre la fuerza, tamaño, inteligencia y perversidad del ofensor contra el ofendido, como pudiera haberse contemplado en todos estos casos entre adultos y pequeñines, sino que también se opera una agresión aún más violenta y agresiva contra la inocente víctima.
Ya sea por el método de solución salina que envenena y quema a la pequeña criatura así se le denomine feto o el de succión que destroza al feto y la placenta para absorber los pequeños pedazos resultantes mediante un potente aparato de succión; o el de dilatación o legrado, que tras hacer pedazos al feto por medio de una cucharilla, desprende el cuerpo destrozado del útero de la madre; en todos los casos como puede derivarse de los breves relatos anteriores, se está cometiendo un homicidio atroz en contra de un inocente.
Pero además en este delito participan aquí sí activamente personas físicas, profesionales de la medicina, e instituciones incluso gubernamentales de las que se pudiera suponer cualquier cosa menos que se conjuraran en contra de la indefensa víctima de este homicidio atroz.
Con la legalización del aborto se confabulan el padre y/o la madre de la criatura, el médico, la comadrona y/o las enfermeras, el legislador, el juez, la policía y algunos medios de comunicación proabortistas, para dejar en estado de absoluta indefensión a un ser humano que se encuentra en un período de su proceso de vida en el que requeriría muy especialmente de todo el apoyo que pudieran brindarle quienes teóricamente deberían promover su vida y que aprovechan justamente su superioridad de circunstancias para cercenarlo impunemente.