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Hora cero/Dos burócratas...

Roberto Orozco Melo

Resulta imposible desligar las figuras de dos ex-presidentes de la República: Luis Echeverría y José López Portillo. Fueron grandes amigos en su primera juventud, cuando estudiaban en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Y grandes enemigos en la senectud, con un alejamiento de casi 25 años provocado por Echeverría al designar a López Portillo sucesor de la primera magistratura del país.

En años de adolescencia y juventud Echeverría y López Portillo fueron, sin embargo, casi hermanos. Vivía uno en casa del otro, invariablemente. Y la familia de cada uno daba al otro un trato de hijo. Así estudiaron la Preparatoria bajo los altos techos de la colonial casona universitaria de las calles de Argentina y luego, cuadra menos, cabe la sobria Escuela de Jurisprudencia, donde juntos pudieron beber la sabiduría jurídica de sus sabios maestros.

Ambos, Luis y José, fueron compañeros de estudios de don Jesús Reyes Heroles y de nuestro conocido José de las Fuentes. De ahí la amistad de aquellos con estos dos antípodas personajes. Y de ahí también, cosas de nuestra política del siglo XX, la candidatura del segundo a la gubernatura de Coahuila en 1981, valga la digresión.

Años antes, o meses después de sus estudios profesionales, los dos amigos que son el tema de esta columna se habían lanzado a una aventura exploradora: viajar a pie o de aventón hasta Santiago de Chile donde, por no se qué razones, intentarían culminar su especialidad en Derecho. López Portillo lo hizo y se recibió de abogado en la Universidad de Chile y posteriormente en la UNAM donde además se doctoró y ejerció la alta docencia. Intelectualmente estaba más dotado que Luis Echeverría, quien aparecerá en 1944, a la edad de 22 años, como miembro del PRI y poco después secretario particular del general Rodolfo Sánchez Taboada, a la sazón presidente del Comité Nacional del Partido Revolucionario Institucional. En aquellos años al joven Echeverría le dio por escribir en el órgano periodístico oficial del gobierno mexicano, El Nacional. Y luego inició una corta carrera burocrática que incluyó consecutivamente la dirección de administración del ministerio de marina, oficial mayor en Educación, subsecretario y secretario de Gobernación, trampolín desde el cual saltó a la candidatura del PRI para Presidente de la República. Jamás tuvo un puesto de elección popular.

López Portillo, en cambio, parecía sentir cierta alergia contra la actividad política, pues se dedicó totalmente a la docencia, fue profesor fundador del doctorado de ciencias administrativas en el Instituto Politécnico Nacional y no aparece en las nóminas del Gobierno Federal hasta 1959-60 en que se le nombró director de Juntas federales de Mejoras materiales en la Secretaría del Patrimonio Nacional; pero tampoco incursionó por las urnas antes de su elección presidencial. Por esas fechas su amigo Echeverría ya había sido subsecretario de Gobernación y estaba a punto de pisar el penúltimo peldaño de su carrera burocrática.

López Portillo, sin embargo, apenas escalaba los primeros escaños en cargos de tercer nivel y no fue hasta 1968 cuando ocupó una subsecretaría, la de la Presidencia de la República bajo el mando de Emilio Martinez Manotou, quien competía contra Luis Echeverría por la candidatura presidencial del PRI. El triunfo de Luis Echeverría sorprende a José López Portillo en plena luna de miel por gratitud con Martinez Manotou, su contrincante político; de ahí que cuando asciende Echeverría a Presidente declare la guerra fría a su viejo compañero de sueños juveniles. Fueron necesarias varias chocantes antesalas y alguna intervención familiar para que el presidente Echeverría diera la primera oportunidad en las ligas mayores de la política mexicana a José López Portillo y Pacheco en el puesto de subsecretario del Patrimonio Nacional, de donde pasaría la dirección general de la Comisión Federal de Electricidad y posteriormente a la Secretaría de Hacienda: en la conocida coyuntura en que Echeverría decretó que la política hacendaria se manejaría desde Los Pinos, López Portillo sustituyó a don Hugo B. Margain, miembro de la destacada generación de hacendistas que mantuvo el crecimiento del país en los sexenios de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.

Al llegar el tiempo de la sucesión Echeverría fue vencido por los sentimientos de amistad juvenil y legó la presidencia a su muy querido Pepe, aunque quizás pudo pensar que éste le correspondería con su absoluta sumisión. Craso error, olvidó que en el México de aquellos años el presidente era el presidente, y nadie más. López Portillo dio piadosamente un contentillo a Echeverría: la Universidad del Tercer Mundo, la rectoría de una entelequia que costó mucho dinero a la República.

Ambos políticos cometieron el error de creer que su condición de burócratas les daba armas para aspirar a dirigir al país. No pudieron, pero cayeron en la falla de seguir designando a burócratas, no a políticos, para el máximo mando de la nación: López Portillo nombró a Miguel de la Madrid, éste a Carlos Salinas de Gortari y éste, muy a su pesar y quizás por su propia culpa, designó a Ernesto Zedillo. Por este tipo de mandatarios presumía López Portillo de ser el “último presidente de la Revolución” lo cual es falso: el último en serlo, sin duda alguna, fue Gustavo Díaz Ordaz. Con él acabó la Revolución Mexicana, y precisamente por su error de ungir a Luis Echeverría como presidente, de lo cual vivió muy arrepentido.

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