Por el desánimo general que ha provocado la administración foxista, la renuncia de su secretario particular pareció, de impromptu, un plausible acto de valor civil y ninguno de los editorialistas del medio político le escatimó elogios, vertidos además por su bien informado análisis sobre el estilo de gobernar de su jefe, el presidente Fox. Las 19 cuartillas en que se fundaba la renuncia a un cargo cuya importancia apenas hubiera merecido un párrafo de 20 palabras, calaron en la opinión pública como desahogo ante la poca importancia que el Jefe del Poder Ejecutivo había concedido al titular de la secretaría particular, después convertido en anunciador, vocero, como les dicen ahora, de renuncias y designaciones burocráticas.
En el marco legal de la Presidencia la secretaría particular carece de una importancia singular. Es apenas un apoyo para el desahogo de los asuntos particulares del Presidente y el control de su agenda de citas. Los nombres de los secretarios particulares no aparecen en el cuadro sinóptico de los Gobiernos de México. Sin embargo, en otros sexenios, hubo quienes desempeñaron un papel histórico trascendente en ese puesto. En el período de Lázaro Cárdenas, su secretario particular Raúl Castellanos, participó por instrucciones presidenciales en la redacción del decreto expropiatorio del petróleo y en las negociaciones del conflicto laboral que lo originaron. Rogerio de la Selva, aún siendo centroamericano, devino en esa posición factor de estrategias políticas para el Gobierno de Miguel Alemán Valdés. Más tarde, con el presidente Adolfo López Mateos, Humberto Romero desempeñaría la secretaría particular como un instrumento bajo cuerda, pero decisorio en la política, que sobresalía ante la recién creada secretaría de la Presidencia bajo el mando del licenciado Donato Miranda Fonseca.
Durazo permaneció en esa incómoda trinchera durante cuatro años; incomprensible paciencia, pero es menos explicable el porqué aceptó la secretaría particular del Mandatario panista cuando siempre fue un priista convencido y laborioso. El hecho es que Fox le propuso la chamba, quizá por sugestión de la maestra Elba Esther. “A un Presidente jamás se le responde con un rotundo no” le dirían algunos expertos; pero si no acepta la proposición queda en riesgo de marginarse del conjunto de titilantes atractivos burocráticos conocidos como nómina, bonos, viáticos, auto oficial, ayudantes militares, choferes, cocineros, tarjetas de crédito, viajes oficiales, etc. No se digan otros imponderables beneficios como la información privilegiada, el asiento de primera fila en la comedia política, la infiltración de noticias sin riesgo ni responsabilidad, las comidas con los directores de medios, editorialistas y presentadores de noticias en el radio y la televisión siempre a costa del Gobierno Federal y etcétera, etcétera …
Dones y mercedes todos que a la hora de la renuncia operaron a favor del funcionario renunciante, más que del mero Fox.. Pero Durazo aceptó el quehacer por más de cuatro años en los cuales se sometió a todo tipo de presiones, exclusiones y desaires; fue también blanco de la antipatía de los verdaderos foxistas que se la habían jugado con el Presidente. Imagino que cuando Durazo aventuraba una opinión encontraba un ambiente poco receptivo y escéptico en el equipo panista. Cambios y más cambios hubo en el espacio de comunicación social, tanto en titulares como en modos y políticas. Aburrido, desahuciado, sin estímulos políticos ni el don de mando que constituye la miga del poder, Durazo aguantaba. Y aguantó hasta el lunes pasado…
Éste tósigo que merma la personalidad de cualquiera sólo es resistido por algunos seres llamados a la gloria política. Lo sufrió Zedillo con ciencia y paciencia bajo Salinas de Gortari y el destino le deparó un primer premio. Otros suelen renunciar a las pocas semanas, convencidos del error en que incurrieron al aceptar la chamba; pero no sabemos de gente que resigne un molesto cargo después de tanto tiempo y menos como en el caso de Durazo cuando faltan dos años para que la política electoral federal despliegue sus alas sobre el territorio nacional. Durazo sale de la secretaría particular del Presidente de la República con un considerable bagaje de utilidades económicas, de experiencia y de conocimientos; pero no se recluirá en un convento de monjes cartujos para preservar tanta información privilegiada como almacena su portafolios.
Un proverbio generacional de los viejos políticos previene a los nuevos sobre los riesgos de abandonar un empleo burocrático sin tener otro asegurado: “Haz como los changos: no sueltes una liana sin tener otra asegurada”. De otro modo se corre el riesgo de darse un changazo de pronóstico reservado. Alfonso Durazo debe saber de estos viajes en la selva, de árbol en árbol. No tuvo escrúpulos para ocupar la secretaría particular de Fox durante más de cuatro años Ahora estamos a 24 meses de una nueva elección presidencial, la mitad de los cuales podrán ser aprovechados por Durazo en un año sabático conveniente: así podrá contemplar el panorama político y escoger una liana vigorosa que lo conduzca a otra distinta experiencia política.
No valen como buenos, por lo tanto, los elogios de héroe civil que varios comentaristas editoriales rindieron ante su espectacular renuncia. Es mejor esperar a ver cuál es el tamaño de la gallina que Durazo esconde bajo el brazo; de todos modos el calificativo traición ronda sobre su cabeza.